A cuatro años de su comienzo, la guerra de Irak aún es motivo de fuerte controversia política en España. Ayer, mientras la totalidad de las fuerzas representadas en el Parlamento, a excepción del Partido Popular (PP), rendían cinco minutos de silencio en homenaje a las 650 mil víctimas del conflicto y se manifestaban contra la guerra, el ex primer ministro José María Aznar defendía la decisión de invadir Irak en el seno de una conferencia que se desarrolló en Sydney, Australia, a la que había sido invitado.

El debate sobre la guerra se ha vuelto tan candente durante los últimos días, desde que el 11 de marzo se cumpliera el tercer aniversario del brutal atentado islamista ocurrido en Madrid en 2004, que ha llegado incluso a las propias filas del Partido Popular. El diputado conservador Jaime Ignacio del Burgo, de la Unión del Pueblo Navarro (integrado en la bancada del PP), fue el encargado de abrir el fuego ayer al manifestar que Aznar se había equivocado al avalar la guerra, al tiempo que expresaba su convicción de que tampoco debería haber estado presente en las islas Azores, en la famosa conferencia previa que tuvo George Bush con sus escasos aliados europeos para coordinar la invasión, días antes de lanzarse a la guerra. El diputado conservador clamó por una urgente autocrítica del PP sobre la decisión de meter a España en el conflicto, sumándose así a las declaraciones de Jesús López Medel, otro legislador del PP que llegó incluso a solicitarle a su líder, Mariano Rajoy, que reconociera colectivamente el error en el que incurrió el partido mientras gobernaba, algo que en su opinión “contribuiría a darle más credibilidad de cara a las próximas elecciones” que se celebrarán el año próximo.

Mientras desde el Partido Socialista surgían voces de apoyo a la valentía de estos dos legisladores de centroderecha, desde la dirección del PP Angel Acebes le recordaba a Del Burgo que él había estado presente en la sesión parlamentaria en la que se aprobó el apoyo de España a la estrategia de Estados Unidos. En esa sesión del 4 de marzo de 2003, el PP aprobó por voto secreto y mayoría absoluta la moción de entrar en el conflicto. Una decisión que revirtió José Luis Rodríguez Zapatero pocos días después de comenzar su gobierno, en abril de 2004, cuando ordenó por sorpresa retirar las tropas españolas del país.

Para la derecha española actualmente en la oposición, Irak se ha vuelto una piedra en el zapato difícil de sustraer. Por un lado, el PP es consciente de que su empecinamiento en defender una posición tan impopular le quita votos de centro, indispensables si quiere volver a ser una alternativa de gobierno. Pero reconocer el error tiene otras implicancias. En su polémica intervención de ayer en Sydney, José María Aznar no sólo defendió la invasión a Irak, sino que situó el conflicto en el marco que más le interesa de cara al consumo político interno: sostuvo que los ataques terroristas del 11-M “se hicieron para cambiar el gobierno”, dando a entender que Zapatero está donde está gracias al terrorismo islámico, al tiempo que argumentaba que “con el terrorismo no se negocia jamás”, en clara alusión a la enorme polémica que existe en el país en torno del abortado proceso de paz con ETA. Aznar llegó incluso a decir la pasada semana que si Zapatero retirara ahora las tropas españolas de Afganistán el próximo paso será “instaurar la ley islámica en el país”.

Al que más le preocupa toda esta polémica obviamente es a Mariano Rajoy, el heredero político de Aznar, que ve con impotencia cómo la verborragia de su ex jefe aleja al partido cada día más del centro político. Desde el PSOE no dejan pasar oportunidad de meter el dedo en llaga. José Blanco, su combativo secretario de organización, aseguró ayer que “alguien tiene que responder por el horror que ha generado la guerra y pagar las consecuencias”.