Miércoles, 11 de abril de 2007 | Hoy
Por Eduardo Febbro
“Presidir de otra manera”, “La Fuerza Tranquila”, “Generación Mitterrand”, “Paz y Seguridad”, “Ahora nos hace falta un hombre de palabra”. Cada una de estas consignas forma parte de la extensa galería de afiches utilizados en las campañas electorales francesas presentados en una exposición. Pero sólo están ahí. Cualquier transeúnte que camine por la capital francesa sin saber que dentro de diez días hay elecciones presidenciales no se podría dar cuenta por los afiches. Las grandes pegadas en los muros han desaparecido en esta elección presidencial. Las estaciones del Métro, los andenes de los trenes, las paradas de colectivos, los carteles aéreos, los bordes de las rutas o los grandes murales invadidos por las fotos y las consignas de los candidatos son más parte de la historia de las prácticas electorales que de la realidad. Hace veinticinco años, los candidatos invertían enormes sumas de dinero en la elaboración de los afiches: los mejores publicistas para las consignas, los mejores fotógrafos para las imágenes. En 1981, el actual presidente francés, Jacques Chirac, había contratado al fotógrafo Helmut Newton para un retrato. En 1988, Mitterrand, reelecto, inventó la fórmula del teasing, un afiche preelectoral cuyo objetivo no consistía en promover directamente al candidato, sino en preparar el terreno de la reelección. Es el famoso “Generación Mitterrand”, una frase escrita en negro detrás de la cual se veía un bebé. Los afiches no han dejado por completo de ocupar el espacio urbano y rural, pero su presencia es ocasional. Las mentalidades han cambiado. Los candidatos y los mismos equipos de campaña ponen en tela de juicio el impacto de las campañas de afiches y prefieren invertir en otros soportes, la televisión y –mucho más rentable en términos de influencia y bajos costos– Internet. Los muros ya no hablan. Sólo las pantallas, los sistemas conectados, las redes, lo virtual. Ya no se podrá, como antes, descargar la bronca o la ironía en un afiche, ni pintar un bigote o un cuerno en el rostro o la cabeza de los candidatos. Habrá que mirarlos por televisión o por Internet, más inalcanzables que nunca.
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