Jueves, 14 de junio de 2007 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Robert Fisk *
desde Beirut
Una señal de estos tiempos. Llegué a casa en Beirut desde París, apenas estuve veinte minutos en mi departamento cuando las ventanas de mi oficina se abrieron de golpe y una tremenda explosión se sintió en toda la capital del Líbano. A unos 500 metros, por la cornisa se veían nubes de humo que subían del Staff Sporting Club. Soldados que gritaban, los policías que trataban de mantener alejados a los primeros periodistas, pero me escabullí por las ruinas al lado del mar con un viejo amigo fotógrafo libanés y nos encontramos entre los restos de un tren fantasma para turistas, las vías y los vagones destrozados. “Entre bajo su propia responsabilidad”, se lee sobre el túnel y del otro lado hay un automóvil incendiándose con el cadáver de la última víctima de los asesinatos en el Líbano.
Y no “cualquier” víctima. El hombre en el vehículo incendiado es Walid Eido, un miembro del Parlamento de Beirut, un ex juez, muy venerado –antisirio, por supuesto, de lo contrario no estaría muerto– y un partidario de Saad Hariri, el hijo del asesinado ex primer ministro Rafik que fue muerto en una explosión aún mayor el 14 de febrero de 2005, a mil metros del otro lado de mi departamento. ¿Qué sucede en Beirut que convierte esta hermosa ciudad bendecida por el sol tan rápidamente en un crematorio? Eido fue muerto con su hijo Khaled y vi sus cadáveres, quemados, cubiertos con bolsas de plástico baratas para que los fotógrafos codiciosos no pudieran usar los últimos restos mortales en la primera plana. Dos guardaespaldas de Walid Eido murieron con ellos. El Sporting era un lugar frecuentado por los hombres de Hariri, pero, como de costumbre, este asesinato debe haber estado bien planeado, bien coordinado, pagado con mucha anticipación.
Y qué golpe para el cuerpo político de campo de Hariri. El partido mayoritario de Hariri es el motivo por el cual sobrevive el gobierno de Fouad Siniora, apoyado –que Dios los ayude– por los estadounidenses, abandonado por Hezbolá que convenció a seis ministros chiítas de que renunciaran al gabinete el año pasado. ¿Podría haber habido un objetivo más devastador para los enemigos del gobierno libanés? Walid Eido, un ex juez que representaba a un distrito en la dura zona Basta musulmana sunnita de Beirut, un político populista que constantemente había condenado la “interferencia” de Siria en el Líbano y que más recientemente había volcado la acción política de Hezbolá contra el gobierno. Cuando el grupo de la milicia prosiria, que resistió los devastadores bombardeos de Israel al Líbano el verano pasado, armó sus carpas en el centro de Beirut como un intento de derrocar al gobierno de Siniora, fue Eido quien se refirió a eso como “ocupación”.
¿Y cuál será la reacción a este último y más indignante de los asesinatos? En el momento inmediato después de la bomba, en medio de los escombros del tren fantasma y los autitos chocadores volcados y las piletas cubiertas con cenizas al lado del Mediterráneo, sólo había estupor. Pero en el Líbano cada crisis es peor que la anterior. Cada asesinato –de un político comunista, de un prominente periodista, de un miembro del Parlamento cristiano, cada estallido de la violencia de la guerrilla (61 soldados libaneses han muerto luchando contra Fatah al Islam en el norte del Líbano)– impulsa más y más al Líbano hacia el abismo. En los últimos meses las bombas han explotado cerca de la medianoche, un complejo industrial aquí, centro comercial cristiano o musulmán allá, siempre demasiado tarde para causar muertes masivas. Y éste es el punto, por supuesto, amenazar más que matar. ¿Pero qué pasa si la próxima bomba estalla a mediodía y no a medianoche? ¿Cuántas muertes entonces? Esta es la pesadilla con la que viven ahora los libaneses. En las áreas de la clase trabajadora de Basta, esta noche la multitud se pudo contener (por un ejército en su mayoría chiíta musulmán), ¿pero qué pasará mañana? Habla del enorme valor de los libaneses el haberse negado a embarcarse en otra guerra civil a pesar de cada provocación. Pero las provocaciones no han terminado. La situación puede empeorar y mucho. Anoche, al lado de los autitos chocadores había una patente quemada: 101437. Los detectives libaneses tomaron nota del número. Pero –y me canso de decir esto en mis informes– ni un solo asesinato ha sido resuelto desde 1976.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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