Viernes, 9 de mayo de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Tomás Bril Mascarenhas y
Javier Burdman *
En los últimos meses parece haber cobrado ritmo vertiginoso el proceso de repliegue del kirchnerismo hacia los núcleos más tradicionales del poder peronista, al tiempo de que se evidencia una tácita renuncia al proyecto originario de construir una coalición de poder con vocación ampliamente mayoritaria que, inmiscuyéndose en el “polo no peronista” de la política argentina, también fuera capaz de obtener legitimidad y votos entre los sectores medios metropolitanos.
En efecto, las elecciones de 2007 han marcado un antes y un después poco subrayado en el debate mediático: la estrategia coalicional expansiva ha dado paso, con ritmo acelerado, a una opción por el núcleo duro peronista que, a los ojos del kirchnerismo, proveería gobernabilidad, sustento en tiempos de crisis y ajustados pero suficientes éxitos electorales futuros. En dicha elección, el Gobierno comprobó la imposibilidad de traducir en votos la aprobación de los sectores medios metropolitanos que reflejaban los sondeos de opinión. Desde entonces se han multiplicado las evidencias de un repliegue hacia los elementos peronistas de cuño tradicional.
Así, Néstor Kirchner ha decidido presidir personalmente el Partido Justicialista. Al mismo tiempo, Cristina Fernández intensificó la ya intensa alianza con Hugo Moyano, cuya incidencia en la contención de las expectativas inflacionarias ha sido retribuida con creces: se archivó el proyecto de reconocimiento pleno de la CTA y la propia Presidenta participó de los festejos por los veinte años del líder cegetista al frente del sindicato de camioneros. Hoy el justicialismo es un partido en vías de re.sindicalización (revirtiendo en alguna medida el ciclo analizado por Steven Levitsky).
Asimismo, en tanto que hace algunos meses la liturgia peronista tenía un lugar de escasa prominencia –lo que habilitaba una estrategia coalicional más flexible–, recientemente la misma se ha fortalecido en el discurso kirchnerista. Antes, siendo los sectores medios metropolitanos un electorado “no peronista” en disputa, el kirchnerismo buscaba interpelarlos instalando una dicotomía frente a los grupos más desprestigiados de la década pasada: el FMI, el establishment financiero, las “corporaciones políticas”. Pero si en sus inicios la contraposición con la década menemista parecía ser suficiente para aglutinar un movimiento ampliamente mayoritario, hoy en día ello parece remoto.
Dado que en un comienzo se percibía que el electorado “indeciso” era amplio y pasible de ser seducido, el discurso kirchnerista tendía a estructurarse en torno de significantes de alcance potencialmente mayor. Por el contrario, cuando se observa que la mayoría de los votantes están separados por una frontera relativamente estabilizada, surgen significantes más confrontativos y menos inclusivos, tendientes a reforzar la cohesión interna y a deslegitimar al adversario. La crítica a las “corporaciones políticas” en clave progresista cede terreno a la simbología justicialista. De este modo, las coaliciones que surgen de las alianzas establecidas en la alta política cristalizan en un discurso que incorpora las dicotomías tradicionales del peronismo.
Como sucedió en los primeros gobiernos de Juan Perón, el kirchnerismo debe hoy cohesionar y controlar una coalición sumamente heterogénea con limitadas posibilidades de expansión en lo inmediato. Para ello, la confrontación con un polo opositor es concebida como una estrategia redituable.
Cabe de todos modos señalar otros elementos que explicarían la progresiva consolidación de una nueva estrategia que hace algunos meses pocos anticipaban. En términos generales, el kirchnerismo estaría ajustando las clavijas de su entramado de poder para enfrentar tiempos que se perciben como mucho más complejos que aquellos que signaron la salida de la crisis: la gobernabilidad futura no es hoy un hecho seguro y, por lo tanto, en esta concepción, habría que tomar recaudos lo antes posible.
A modo hipotético proponemos algunos elementos que podrían estar asociados a la creciente incertidumbre: se divisa que los beneficios típicos de los rebotes posteriores a las profundas recesiones comienzan a agotarse; la inflación adquiere una dinámica difícil de controlar, corroe legitimidad política a rápida velocidad y revierte la anterior tendencia hacia la reducción de la pobreza; la coalición con los gobernadores se presenta como menos estable al achicarse los márgenes de la holgura fiscal de las provincias; la debilidad de las capacidades estatales obtura el desarrollo de una agenda de políticas públicas que requiere mayor sofisticación que en la inmediata post-crisis; el contexto económico internacional agrega algunas dudas en el horizonte cercano.
En definitiva, el elenco gobernante, para enfrentar un nuevo escenario en el que la gobernabilidad y el carácter sostenible del proyecto ya no aparecen como dados, opta por liderar una formación política tradicional, por recurrir a un discurso más confrontativo y por resignar la amplitud de su coalición de apoyo. En los próximos meses se verá en qué medida esta nueva estrategia permite afrontar las tensiones que sin dudas se avecinan.
* Politólogos, Universidad de Buenos Aires.
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