Viernes, 22 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › ADELANTO DEL LIBRO DE ALEJANDRO FERREYRA MEMORIA DE LOS VIENTOS
A 36 años de la masacre de Trelew, uno de los protagonista de la fuga del penal de Rawson narra los preparativos para el escape, la toma del avión, de la que participó, y las negociaciones con Salvador Allende. Un relato que tiene el objetivo de contribuir a aportar “una mirada crítica de la historia”.
Leyeron varias veces el pequeño mensaje escrito en papel de armar cigarrillos. Era la letra de Robi, la reconocían. Eran sugerencias al comité militar. En realidad eran instrucciones sobre la necesidad del secreto y explorar distintas alternativas; hacía varias sugerencias.
“Le falta decir que veamos si un submarino ruso puede esperarnos cerca de la costa”, ironizó el Gallego. “Yo no puedo ir al Sur, tengo muchas cosas que hacer”, agregó. “Yo tampoco”, dijo Alberto. “Yo puedo ir”, dijo Lucas. El Colorado aclaró que “el que vaya tiene que cortar toda relación con la organización. Las medidas de seguridad deben ser extremas. En el lugar no hay contactos ni simpatizantes organizados, vas a estar solo y no tenemos a quién recurrir”.
–No entiendo –dijo Lucas.
–La Lora ha alquilado un departamento, tu compañera y la chiquita deben mudarse allí, dejar la casa actual. Tus equipos deben cambiar de casas y estarán a cargo de otro compañero. No puedes conocer nada. Es una locura –dijo el Gallego.
–No, esa es la instrucción del buró político. El trabajo en el Sur va a llevar tiempo, si el compañero es detenido, tardaremos en saberlo, hay que cuidar la organización –afirmó el Colorado.
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El viento soplaba helado en esos parajes.
Salía con el auto a la mañana temprano, tomaba alguna huella y se alejaba varios kilómetros, descendía y caminaba durante horas buscando lugares donde esconderse. Los pies se hundían en un polvo que parecía interminable, el viento constante, la boca reseca. Se cruzó varias veces con una hilera de liebres patagónicas, que se detenían para mirarlo para luego continuar su marcha. Huellas profundas, imborrables, quedaban detrás de sus pasos. Kilómetros y kilómetros cuadrados de meseta, pequeñas lomadas, ondulaciones que parecían no tener fin. Las huellas se verían desde un avión, pensaba. Un par de veces llegó hasta el mar, se sentaba frente a esa inmensidad. Sus conclusiones iban siendo categóricas. Allí no había posibilidades de esconder a un grupo grande de compañeros durante varios días. No existían lugares adecuados, ni había condiciones para almacenar cientos de kilos de comida, miles de litros de agua, ni garantizar comunicaciones. Los compañeros presos sugirieron la posibilidad de hacer cuevas, ¿cómo hacerlas para más de cien personas?
El comité militar de Capital se reunió al día siguiente de la llegada de Lucas desde el Sur. Este informó todo el relevamiento que había realizado. La conclusión fue unánime: la única alternativa para la fuga era el avión de línea de Austral que salía desde Comodoro Rivadavia y hacía escala en Trelew a las 18 hs.
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Durante todo el mes hemos discutido mucho con la dirección, le hemos planteado varios puntos débiles de la operación, pero ellos no los aceptan porque siguen ciegamente las orientaciones de Robi desde la cárcel. Con las FAR no hay problemas, son buenos compañeros y están haciendo todo los que les toca. Los Montoneros y los Descamisados conocen la acción pero no participan.
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De esta forma con reestructuraciones operativas hasta el último momento, se llegó al día de la fuga. Un día antes los transportes llegaron a Trelew. El Colorado con otro compañero lo hicieron por su lado y la mañana del 15 de agosto avisaron a los presos, con la seña de un trapo rojo, que todo estaba en marcha.
El Gallego y Lucas viajaron el día anterior a Comodoro Rivadavia, se instalaron en un hotel y, al mediodía del 15 de agosto, se comunicaron con Trelew para confirmar que los vuelos estaban bien, y que los presos estaban avisados y tomarían el penal esa tarde.
Mientras volaban desde Comodoro a Trelew en el avión de Austral el penal de Rawson era tomado por los presos políticos con total éxito. Sólo al final hubo un disparo de una compañera en la guardia externa. Los encargados de introducir los vehículos lo escucharon. Carlos Goldemberg de las FAR, que manejaba un Falcon, interpretó que el disparo era de los compañeros y entró; los otros vehículos se confundieron y creyeron que el disparo era de los guardiacárceles y se retiraron. Fue un error grave, quizá comprensible en el clima de dudas con que participaban algunos compañeros. Así sólo pudieron salir seis compañeros.
El avión de Austral esperaba en la cabecera de la pista, había sido retenido por una compañera desde el aeropuerto con la excusa de no encontrar su equipaje. El Gallego y Lucas se mantenían listos a tomar el avión desde sus asientos próximos a la cabina, pero no querían actuar hasta no tener indicios ciertos de que algo ocurría, para no alertar en caso de que la operación se hubiera levantado o demorado. No había comunicación con el exterior.
En determinado momento percibieron que el personal se ponía nervioso, y decidieron tomar el avión. El Gallego corrió a la cabina y Lucas se ocupó del personal de a bordo y de los pasajeros. Las azafatas corrían de un lado a otro, por lo que Lucas se vio obligado a amontonarlas en el suelo una encima de la otra, hasta que se calmaron, eran cinco. El resto de los pasajeros, en general, respondieron a la indicación de permanecer tranquilos en sus asientos ya que nada les iba a pasar.
La puerta del avión estaba abierta, allí se ubicó Lucas. Las azafatas decían que desde la torre les habían comunicado que podía haber una bomba en el avión, lo que fue interpretado como una señal de que los compañeros llegarían en cualquier momento. A los pocos minutos apareció un grupo de hombres corriendo, poco visibles porque ya estaba oscureciendo. Al frente del grupo, unos metros adelante, venía uno con uniforme de oficial del Ejército, esto lo desconcertó a Lucas y le apuntó listo a disparar, pero se contuvo un momento convencido de que sólo podían ser los compañeros. Entonces escuchó el grito de: “Lucas somos nosotros, soy Marcos”. Salvada la confusión subieron al avión, el del uniforme era Fernando Vaca Narvaja. De inmediato se abrió una comunicación con la torre de control para ver si llegaban los demás compañeros. Pasaban los minutos y no se tenían noticias, tampoco se tenía certeza de que llegarían. El mando lo había asumido Santucho, tomaron la decisión de partir hacia Chile. Ya en vuelo se hizo un último llamado, pero aún no habían llegado. Siempre quedará la duda si se podía esperar en la cabecera de la pista un poco más, lo cierto es que se tenía la certeza de haber esperado lo suficiente.
Después de muchas peripecias, otro grupo de compañeros consiguió un transporte y se dirigió al aeropuerto, pero llegaron tarde: el avión con el primer grupo ya había partido. Estos compañeros, luego de dar una conferencia de prensa y entregarse –con el compromiso del juez Quiroga de respetarles la vida–, fueron llevados a la base Almirante Zar, donde los asesinaron. Se los conoce como los Héroes de Trelew. Los ejecutores de la masacre fueron los capitanes Luis Sosa y Roberto Bravo y el jefe del Estado Mayor Conjunto que dio la orden, el almirante Hermes Quijada. Lanusse ordenó recuperar el penal a sangre y fuego, es decir, exigió una masacre generalizada. El jefe del V Cuerpo de Ejército desobedeció la orden y negoció la entrega del penal que estaba tomado por los presos, sin derramamiento de sangre.
En el aeropuerto de Santiago se comunicaron con la torre y pidieron hablar con alguna autoridad del gobierno chileno. Pasaron algunas horas; los pasajeros, cuando vieron que no había problemas con ellos se tranquilizaron. Entre los pasajeros había cuatro gendarmes que estaban armados y lograron esconder sus armas; también un oficial del Ejército pudo romper la hoja de su documento para evitar su identificación como militar. Con ellos se conversó en buenos términos, no hubo ningún problema. Llegó la autoridad solicitada, Robi y Marcos descendieron para dialogar. Al rato volvieron, dijeron que habían acordado entregarse y los diez quedarían retenidos. Varios vehículos de la policía y hombres de investigaciones de civil formaron un semicírculo alrededor de la puerta, estiraron una colcha donde tenían que dejar las armas al bajar. Descendieron, depositaron las armas y fueron subiendo a un vehículo de la policía que los llevó a investigaciones.
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“Ustedes están retenidos, no están detenidos”, dijo el jefe de policía, un socialista y hombre de confianza del presidente Salvador Allende.
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El primer político que llegó fue Altamirano, secretario general del Partido Socialista. Les informó que la Argentina estaba haciendo los pedidos de extradición. Le contestaron que las presiones de Lanusse irían aumentando a medida que pasaran los días y le pidieron que transmitiera un mensaje al presidente Salvador Allende.
Al quinto día llegó una comitiva de todos los partidos miembros de la Unidad Popular, representados por sus secretarios generales. Todos hablaban de las presiones de Lanusse, del aprieto en que lo habían colocado al presidente, incluso comentaron que Almeida, el canciller, miembro de la dirección del Partido Comunista, no descartaba una operación tipo comando de la Argentina para llevarlos de regreso al país. Recomendaba devolverlos a la dictadura argentina. El PC era el más reacio a otorgar el salvoconducto. Hablaron de distintas opciones que se manejaban, como quedar detenidos en una cárcel chilena por unos dos años, o detenidos en un lugar que no fuera una cárcel.
Cuando terminó la reunión y se iban retirando, el secretario del Partido Radical chileno se quedó atrás y les dijo:
–Muchachos, todo lo de hoy es puro circo, es para la foto de mañana en los diarios; la cosa no está bien, escríbanle urgente una carta a Salvador Allende, él es el que puede resolver. Hagan referencia a otro salvoconducto histórico y a su protagonismo de entonces, el de los guerrilleros sobrevivientes que estuvieron con el Che. No se demoren.
Se le agradeció, eran las únicas palabras sinceras.
Robi escribió la carta y consiguieron quien la llevara.
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La mañana del 22 de agosto, la radio no funcionaba, no les entregaron los diarios ni los sacaron al salón a la hora habitual. Al mediodía los llevaron a la sala, había muchas señales raras. Llegó el jefe de policía. –Tengo que darles una muy mala noticia. Sus compañeros quisieron fugarse de la base naval y los mataron. Hay cinco heridos. Entre los muertos está su señora y la suya –le dijo a Robi y a Fernando.
Hubo puteadas, gritos de ¡asesinos!, luego todos se sentaron en un silencio impotente. Parecía imposible digerir el fusilamiento de aquellos compañeros y amigos entrañables. La opción era salvoconducto o fuga.
Al día siguiente, el presidente histórico de Chile firmó el salvoconducto y el avión de Cubana de Aviación los condujo a Cuba.
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