Viernes, 21 de noviembre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
El temario de este año ha sido inesperado, por doquiera. La Argentina agregó su cuota de color local a una agenda que nadie podía intuir cuando asumió la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sin ir más lejos: la reforma del sistema previsional, el retorno al pleno sistema de reparto estaba en las previsiones de nadie. Su magnitud la ranquea entre las medidas más potentes del kirchnerismo, en rango similar a los cambios en la Corte Suprema, la política de derechos humanos y la refinanciación de la deuda externa. Es un legado institucional interesante, de sesgo estabilizador, estatista y progresista. Se redondea en medio de una colosal crisis económica mundial y del más arduo trance político que atravesaron los dos últimos gobiernos.
En la Casa Rosada, Olivos y zonas de influencia están convencidos de que este paso gigantesco configura el real comienzo del actual mandato presidencial. Así dicho, el análisis subestima cuánto se debilitó el oficialismo en un puñado de meses, cuánto dejó agrandar a la oposición, cuánto caudal propio dilapidó en buena medida por errores no forzados. Si se computan esos retrocesos, puede coincidirse: la coyuntura económica y la reconfiguración de la política doméstica le abren a la Presidenta una ventana de oportunidad que nadie hubiera considerado necesaria hace un año, que casi ninguno estimaba factible a mediados de 2008.
Para llegar a este contragolpe, el Gobierno tomó nota de condicionantes impuestos por el escenario ulterior a la derrota en el conflicto por las retenciones móviles. Para capturar su nueva oportunidad deberá sopesar asimismo las restricciones y condiciones incubadas por el colapso del paradigma económico de la era Bush, cuya traducción, hasta ahora, es recesión en el centro del mundo y desaceleración del crecimiento en los países emergentes.
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La república y las derrotas. Para sepultar a las nefastas AFJP, el Frente para la Victoria (FpV) capitalizó lecciones aprendidas con el rechazo de la resolución 125: la nueva centralidad del Congreso, la necesidad de articular mayorías amplias, allende la fuerza propia. Conseguir ambos objetivos lo compele a una gimnasia que subestimó (o hasta despreció) antaño: abrir los debates y los proyectos. Sumar opositores sólo es accesible si se les reconoce protagonismo, escucha y se habilita que metan cuchara en los proyectos que vienen del Ejecutivo. En la aciaga hora de las retenciones, tanto como cuando las modificaciones en el Consejo de la Magistratura, el oficialismo se jugó a ganar con lo justo. Es un estilo arriesgado, que crispa en exceso y que mitiga las proyecciones sociales de las leyes. Una normativa acompañada por consensos extendidos tiene otro peso, que el oficialismo pudo paladear en sus reformas educativas durante el gobierno de Néstor Kirchner. Claro que eso exige trabajo, muñeca, tolerancia y firmeza, virtudes que el diputado Agustín Rossi ha demostrado en todo este tiempo. La lógica parlamentaria en un esquema pluralista no debe ser, como regla, el juego de suma cero. Congregar a otros es redituable, el camino es que los demás participen y mejoren su posición relativa.
La oposición parlamentaria que se sitúa a la izquierda del FpV fue constructiva, coherente con su pasado y su discurso. El socialista Rubén Giustiniani, por caso, pudo evocar un dictamen firmado hace 15 años por sus compañeros Alfredo Bravo, Estévez Boero y Luciano Molinas. Eso le permite interpelar mejor a sectores progresistas críticos del kirchnerismo, a quienes no les hablan el PRO, la Coalición Cívica, el neoduhaldismo y el radicalismo, arraigados en el enfrentamiento automático a todo lo que provenga del Gobierno.
Ese sector de la oposición, que clamaba por enviar la 125 al Congreso como artículo de fe republicana, desmerece el veredicto legislativo cuando les es adverso. La fe republicana, medida en la cancha, sólo se activa si se logra un score favorable. Cuando se es vencido, se rompe el compromiso sistémico, al modo del “dueño de la pelota”, que se la lleva si el partido viene mal.
La lógica rupturista opera aún con una ley aprobada por diferencias aplastantes en ambas Cámaras, votada por un amplio arco político, que incluye a los socialistas, eventuales (y valorados) integrantes de la virtual coalición antikirchnerista para 2009 y 2011.
Las reacciones intolerantes y el volumen de los discursos fueron directamente proporcionales a esa (por llamarla de modo compasivo) mezquindad. La diputada Patricia Bullrich (itinerante, ahora en la Coalición Cívica) acusó a una colega de haber promovido juicios contra el Estado. El embate fue falso. El tono, de fiscal de la Inquisición. Pero, en paralelo, la misma Bullrich y sus aliados en esta votación compitieron en augurar y justificar futuros juicios contra el Estado. La palabra del legislador en el recinto, según la jerga jurídica, es “interpretación auténtica”, la de la oposición es un borrador prefigurado para litigantes futuros. Si hasta se puede imaginar a un abogado de fondos buitre (llamémoslo Doctor John Crow) cortando y pegando en su compu las arengas opositoras para presentarlas ante el honorable juez Griesa.
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Miles de millones de razones. El sistema solidario tiene un sustrato ideológico-valorativo digno de rescate. La capitalización individual fue un emergente del pensamiento conservador de los ’90, ligado a la hipótesis de la salvación individual y a la ruptura de lazos sociales. El reparto restaura la solidaridad en la clase trabajadora y entre generaciones. El régimen individualista fracasó, si es que así puede llamarse a su éxito, que fue forrar a las empresas y a sus gerentes y dejar a gamba a los jubilados para que los rescatara la eterna (y traqueteada) ambulancia estatal.
El oficialismo fue parco para hablar del otro núcleo de la medida, el de fondear al Estado, ampliando la solvencia fiscal en una etapa que impone activismo estatal. La oposición y los adalides mediáticos de las AFJP equiparan la “caja” con el pecado, mientras las empresas en que revistan piden créditos y subsidios con manga ancha.
Relegado del centro del debate por un equívoco pacto tácito, el ángulo fiscal es más que importante. Y, al paladar de este cronista, encomiable en su rumbo, que es fortalecer las arcas fiscales, un afán que aúna a todos los gobiernos del mundo.
Claro que el oficialismo no sostiene bien su causa, callando lo evidente y comunicando tan mal como de costumbre. El dinámico Sergio Massa ha entrado en una etapa apagada, ningún miembro del equipo económico toma el micrófono. El vacío de información resuena estruendoso, en circunstancias que claman por liderazgo y autoridad pública.
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¿Te acordás, hermano? Las cadenas noticiosas de TV por cable no se conciernen cuando hay leyes importantes sin suspenso en la resolución ni gritos en el recinto. El compromiso republicano no es para tanto, se prefiere dedicar la cadena privada a transmitir el sorteo de la Copa Davis.
Sin el asedio de micrófonos y cámaras, José Pampuro presidió en calma la sesión. Julio Cobos se ausentó con aviso: ejerce la primera magistratura y ya protagonizó dos hechos históricos en un año, desde la cima de las decisiones. Miguel Pichetto tuvo una sesión relajada, yendo en auto a la mayoría de 46 votos contra 18.
Malas noticias para él: no tendrá oportunidad para distenderse. Se avecinan otros proyectos que pintan más peliagudos para el oficialismo, con emblocamientos más obvios, menos estimulantes. En Diputados confían sacar con holgura la ley del cheque y la de emergencia. “La salida de Felipe Solá no nos quita votos, los que se fueron no acompañaron ni las AFJP. Al contrario, nos ordena internamente. Con los propios y los aliados juntaremos cerca de 140 a favor”, porotean muy cerca del Chivo Rossi. Los aliados principales son el Movimiento Popular Neuquino, los radicales–concertadores santiagueños de Zamora, el bloque de Ariel Basteiro-Vilma Ibarra y varios monobloques. La pretensión oficialista se angostará en el Senado, que le viene costando más. Es menos plural en su composición, tienen un peso alto de peronistas díscolos como los Rodríguez Saá, Chiche Duhalde y Carlos Menem, los senadores tributan más a sus gobernadores.
Ni los números ni la razón terminan de asistir al Gobierno en el debate en ciernes. La angustia financiera de las provincias es palpable e inspira amagues de aumento de impuestos en Santa Fe, en Buenos Aires, en Capital, por mentar a distritos renombrados. Por ahora, los intentos se retractan, pero ese minué no durará si no mejora el flujo de recursos. Suena excesiva la insistencia del gobierno nacional en no mejorar la coparticipación, cuando el horizonte compartido tiende a la baja.
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La gesta y la calma. La retórica oficialista se complace en confrontar con sus adversarios más brutales y en enaltecer cada una de sus acciones como una gesta, sin percatarse de que las dos tribunas ululantes (la afín y la hostil) son minoritarias. Subsiste una tendencia, o hasta una obstinación, en mantener en vilo a la sociedad que, seguramente, anhela otras señales.
La aceptación del Gobierno ha caído bastante este año... y el mundo cambió. En ese marco, con mejor sustento fiscal, llega el momento de propagar serenidad, emitiendo informaciones precisas para el corto y mediano plazo. Los argentinos, curtidos en tantas crisis, son presa fácil de la desolación o de los rumores que se contrarrestarían mejor si se detallara un programa financiero para el año entrante y una lista de las principales medidas económicas proactivas. Más allá de elogiar los valores de la medida, explicar para qué van a servir el flujo y el stock de dinero de la Anses. Bien usados, pueden trasfundir crédito a la economía local y al Gobierno.
La obra pública, la intervención estatal, el desendeudamiento externo, la respuesta cotidiana a los problemas, están en el ADN del oficialismo, tanto como aspirar al centro de la escena. Infundir calma y predecibilidad, definir objetivos e instrumentos futuros les place (les cabe) menos a los Kirchner. Pero la necesidad tiene cara de hereje: las chances de reconstruir la autoridad o hasta el liderazgo de la Presidenta (pocas, pero no nimias) dependen de que ejercite el rol de piloto de crisis, mucho menos lineal que la pura confrontación o el sobresalto cotidiano.
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