Martes, 4 de mayo de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Martín Granovsky
El debate argentino sobre la Unasur parece, de a ratos, una mezcla de psicoanálisis a distancia y astrología cercana. Unos se preguntan si de verdad –pero de verdad, ¿eh?– Néstor Kirchner quiere ser secretario general del organismo. Los otros acarician la bola y otean el futuro. “No, seguro que no ocupará su puesto”, dicen taxativos. Para los dos grupos, aquí va una modesta pregunta: ¿no será mejor esperar que la Unión Sudamericana de Naciones elija hoy a Kirchner y discutir su trabajo de secretario dentro de seis meses, el 4 de noviembre de 2011?
Anoche, tras la reunión de los cancilleres, la elección del ex presidente era –con permiso de Homero Manzi– una marcha sin querellas.
La clave es el levantamiento del veto uruguayo. El ex presidente Tabaré Vázquez había puesto bolilla negra a Kirchner por el conflicto originado en la instalación de Botnia. En rigor, una bolilla negra que podría leerse también como autoacusación. La Argentina y Uruguay escalaron hasta llegar a un conflicto justamente porque no supieron administrar una diferencia. Y, en paralelo, los dos gobiernos cedieron a la tentación de nacionalizarlo. Una tentación difícil de entender de ambos lados si se tienen en cuenta dos elementos. Por un lado, Tabaré construyó parte de la logística de su triunfo presidencial en 2004 con ayuda argentina. Por otro lado, el gran entusiasta inicial de la nacionalización no había sido Kirchner, sino el entonces gobernador entrerriano Jorge Busti, hoy enrolado en el peronismo disidente.
De todos modos, el Gobierno nunca rompió los puentes ni con muchos dirigentes políticos uruguayos ni con el resto de la región. Rafael Follonier, secretario de Estado con Kirchner y con el mismo rango bajo Cristina Fernández, lleva dos años manteniendo encuentros con funcionarios de toda Sudamérica. Follonier tiene la doble ventaja de su origen y su adhesión política posterior. En los ’60 y los ’70 fue militante de la nueva izquierda latinoamericana, de donde provienen ministros, asesores presidenciales y hasta algún presidente, como Mujica, y a la vuelta del exilio se comprometió con el peronismo. Su presencia como negociador todo terreno desde 2003 se debe tanto a un tema de vocación regional como a los lazos de confianza construidos en distintos momentos de la vida.
Mujica, cuyo triunfo también caía simpático a los miembros del gobierno argentino, siempre estuvo decidido a declinar el veto. ¿Sólo se abstendrá o votará a favor de Kirchner? El relativo descongelamiento que produjo el fallo de la Corte Internacional de La Haya –Botnia tira desechos pero no arruina las aguas; Uruguay no cumplió con el Tratado del Río Uruguay– puede servirle para el voto a favor. La clave, igual, es otra: el domingo los vecinos tienen elecciones para jefes de departamento, a lo cual se suma el estreno histórico de comicios para alcaldes.
Que Uruguay no vete simplifica las cosas en un organismo nuevo que requiere la unanimidad de los doce miembros: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Suriname, Uruguay y Venezuela.
Página/12 pudo saber que ese dato fue importante para el colombiano Alvaro Uribe. Aunque está situado a la derecha de los doce, Uribe no hubiera aceptado a un boliviano o a un ecuatoriano, a quienes ubica como demasiado cerca de Hugo Chávez. Pero si un argentino no provoca recelos con terceros, él no tiene problemas. Cualquiera con acceso al gobierno de Colombia puede constatar que la estrategia de Bogotá consiste en establecer una categoría de chavistas y otra de amigos de Chávez. Para Colombia la Argentina estaría en el segundo grupo.
Chile es voto cantado. Michelle Bachelet ya le había adelantado a Cristina que fuera quien fuera el sucesor, apoyaría a Kirchner de secretario. Y las relaciones entre Cristina y el conservador Sebastián Piñera siguen con un tono tan cordial que el presidente vecino hasta bromea con la posibilidad de que el gobierno argentino se haga cargo de su hermano, Miguel de nombre, residente en la Argentina y músico de oficio.
En cuanto a Brasil, la cuenta es muy simple. La Comunidad Sudamericana de Naciones, nombre anterior de Unasur, es una creación intelectual brasileña con mucha influencia personal de Samuel Pinheiro Guimaraes, diplomático de carrera, ex número dos de Itamaraty, ensayista, actual secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, con rango de ministro, y afiliado del Partido de los Trabajadores. Pinheiro suele comunicar con mucha convicción algunos datos sobre el mundo. Uno, que Brasil es el segundo mayor receptor subdesarrollado de capitales después de China. Otro, que adherir al Area de Libre Comercio de las Américas no sólo hubiera sido un error comercial de Sudamérica, sino un grave problema financiero: la obligación hubiera sido desregular aún más los mercados y profundizar la apertura salvaje, en lugar de reglamentarlos como vienen haciendo con éxito los sudamericanos. El tercero, que la prioridad uno de Brasil es América del Sur. Y el cuarto dato, que esa prioridad no se contradice, por ejemplo, con involucrarse en Honduras contra los golpistas que derribaron al presidente Manuel Zelaya.
Psicoanalistas y astrólogos olvidaron estos días una información que se puede obtener en el Google: Kirchner no fue a la cumbre de Cuzco que creó la Unasur el 9 de diciembre de 2004. El día fue elegido en homenaje a los 180 años de la batalla de Ayacucho, último gran combate de la guerra emancipadora en 1824.
Conviene recordar algunos hechos. En ese momento las relaciones con Brasil atravesaban un momento de recelo y no habían llegado a la proximidad que fueron alcanzando después, de gobierno a gobierno y de presidente a presidente/a. Y además una parte de Cancillería, o por arcaísmo o por alcaísmo, aconsejaba distanciarse de cualquier iniciativa brasileña.
Hoy la situación es distinta. Por eso queda en pie la invitación a discutir dentro de seis meses. El 4 de noviembre cae jueves y el e-mail de aquí abajo seguirá despierto.
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