Sábado, 8 de mayo de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Julio Raffo *
Para eludir las responsabilidades políticas que surgen de la interpelación requerida por la mayoría de los legisladores de la Ciudad, el doctor Montenegro sacó de la manga la carta de presentarse de repente a “informar” a los legisladores sobre los temas que a él se le ocurran encarar.
Debemos reconocer que se trató de una hábil picardía propia de quienes se sienten contra las cuerdas por tener mala conciencia, con el objetivo de confundir a la opinión pública. Como los “espontáneos” de la plaza de toros, que aparecen cuando quieren y fuera de las reglas de juego, Montenegro razonó de la siguiente manera: “Antes que me preguntes tú, prefiero contártela yo”.
Es por esta razón que la oposición al PRO entendió que no debía permitirle el éxito de esa jugada y resolvió insistir en que Montenegro se presente no como “espontáneo sin reglas” cuando quiere, sino como “ministro interpelado” cuando lo convoca la Legislatura.
En la jugada del ministro se advierte que fue peor el remedio que la enfermedad. Al rostro del funcionario acosado por la grave sospecha que surge del artículo 294 del Código Procesal Penal de la Nación le agregó ahora el signo inequívoco de la picardía que puede desconcertar, pero que no remedia, que puede permitirle decir “aquí estuve, cuando no se me esperaba”, pero que lo descalifica como persona seria, que puede generarle algún titular favorable en su prensa amiga, pero que le hizo perder la confianza y el respeto necesarios que, más allá de las diferencias ideologías, deben tener los funcionarios políticos por parte de los ciudadanos en general y de la Legislatura en particular.
Montenegro llegó a este episodio sospechado por haber sido citado a indagatoria en un proceso penal en el cual se investigan graves delitos, y salió de él habiendo generado la certeza de que –a juicio de este legislador– no reúne los requisitos de idoneidad para continuar siendo ministro en nuestra Ciudad.
No obstante, Montenegro todavía tiene a su alcance un último gesto de grandeza: el de advertir su grave error y renunciar.
* Legislador de la Ciudad-Partido Proyecto Sur.
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