Viernes, 28 de mayo de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Sandra Ziegler *
Pasados los festejos y la algarabía que sorprendió a todos luego de la masividad en la concurrencia a las celebraciones callejeras, ha llegado el tiempo de balance. Distintos actores harán sus lecturas, interpretaciones y también en algún caso especularán con lo que aconteció ante los millones de argentinos que colmaron las calles céntricas porteñas y de las principales ciudades del interior del país.
La concurrencia tomó las calles en un clima de celebración cívica inusitado para la mayoría de las generaciones allí presentes. Más allá de la exhibición de los stands, los desfiles y la presencia de músicos y shows que se sucedían en la avenida 9 de Julio, la multitud que recorría este paseo parecía trascender la agenda prevista para la celebración.
Recorrer ese paseo nos devolvió una postal de nuestra sociedad que salió a la calle con la celeste y blanca, personas de diferentes edades, orígenes sociales y culturales, dispuestos a ser parte de estas jornadas históricas. Además de este presente me atrevería a decir que hemos sido transportados a celebrar masivamente el Bicentenario por las enseñanzas que la escuela pública y masiva ha marcado en todos nosotros. Generaciones de argentinos hemos compartido durante años las celebraciones y efemérides escolares colmadas de actos alusivos, cánticos patrióticos, iconografía y relatos de los sucesos de aquel 25 de Mayo. Un modo de entender esos millones de personas entonando a los gritos la Marcha de San Lorenzo en la performance de Fuerza Bruta del 25 se debe en gran parte a lo que esa institución, esa “máquina cultural” metaforizada por Beatriz Sarlo ha hecho con todos nosotros.
Mucho se puede decir acerca de los diferentes ribetes que tuvo la enseñanza de la historia y la formación ciudadana en la escuela argentina, más de una vez signada por relatos sesgados, banales y prácticas autoritarias. Sin embargo, la multitud de estos días plagada de espíritu celebratorio ante el Bicentenario nos permite pensar en el 25 que la escuela nos legó, y también tener presente que lo que ocurre en ella, si bien muchas veces es intangible, cobra forma sorprendente en circunstancias como esta celebración. La escuela es un arma poderosa, es capaz de crear sentimientos comunes perdurables y puede integrar a todos bajo un manto común. Creo que los festejos también reavivan esta enseñanza y nos alertan que la potencia de la escuela no es cortoplacista, que se necesitaron más de 100 años de obstinación sarmientina para que en 2010, durante cuatro días, se vislumbrara un festejo cívico y masivo sin precedentes.
* Investigadora y secretaria académica de la Maestría en Educación (Flacso).
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