Domingo, 13 de noviembre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Las iniciativas institucionales y el dólar, dos escenas. El traspaso del subte: las tácticas del gobierno nacional y del PRO. Cuitas en el Consejo de la Magistratura. El Presupuesto, sin despeinarse. Los que apuestan al dólar, una mirada. El sismo financiero, epicentro, derivaciones.
Por Mario Wainfeld
De un lado, avanzan iniciativas oficiales ulteriores a las elecciones, en un escenario institucional signado por la legitimidad y la iniciativa del Gobierno. Hablamos de las referidas a subsidios (supresiones a grandes usuarios, preanuncios de reducciones más masivas y traspaso del subte a la Ciudad Autónoma), la aprobación del dictamen mayoritario sobre el Presupuesto en Diputados, la primacía escénica casi total respecto de las oposiciones políticas. Del otro, las peripecias del dólar, sus cotizaciones, las expectativas. En este terreno, tratan de hacerse fuertes ciertos poderes fácticos con gran participación de los medios dominantes. Esa puja interactúa con los demás hechos, ya que toda realidad es dialéctica. La crónica semanal puede (y hasta debe) desagregarlas para explicarlas. Está claro adónde quiere rumbear cada cual en el extraño lapso que va de un mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a otro.
En días venideros se irá develando cuál será el gabinete que acompañará el inicio del segundo período y cuáles las medidas de lanzamiento. Casi todas, seguramente, pasarán por el Congreso, unas cuantas en las sesiones extraordinarias que convoque la Presidenta.
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Una mesa con PRO: La eliminación de subsidios a empresas híper rentables fue una movida correcta, limpita, que operó como un bisturí. Discutirlas sería muy arduo para sus ex beneficiarios quienes, por ahora, se mantienen calladitos. La cifra en juego es pequeña en proporción a la masa de subsidios, pesa más como señal. Se tabula como dato que habrá recortes para empresas de menos porte y para usuarios domiciliarios. La implementación es todo un desafío, aunque existe un consenso muy extendido y bastante transversal sobre su necesidad y pertinencia. Pero segmentar en conjuntos amplios de usuarios, que jamás son del todo homogéneos, es un desafío mayúsculo que suscitará reacciones y, sin duda, topará con casos que contradigan el afán de la medida. Ilustremos con un ejemplo hipotético, aun en las cifras. Si se aplicara una poda a un universo de cien mil personas y sólo hubiera desviaciones en el uno por ciento (un margen bajo, acaso inevitable) habría mil usuarios que tendrían derecho al pataleo, con el consiguiente bullicio y necesidad de retoques artesanales, más peliagudos de llevar a cabo que decisiones de carácter general. Es uno de tantos ejemplos que analiza el periodista y ensayista José Natanson cuando dice que el Gobierno debe encarar medidas de segunda generación, cuya gestión es más engorrosa que la de acciones muy determinantes concretadas entre 2003 y 2011. La complejidad no se enfrenta solo (incluso, no especialmente) con intereses opuestos, así fueran muy poderosos, sino también con la densidad de la sintonía fina.
Desde luego, el oficialismo no tiene en mira mochar todos los subsidios vigentes, lo que desmiente los números que disparan consultores híper presentes e híper valorados, esto es, los adversarios de las políticas oficiales. Los subsidios no son una herramienta del Mal, sino un instrumento irrenunciable de política económica. El kirchnerismo apeló a ellos por sus externalidades positivas, básicamente mejorar la ecuación de costos de las empresas y, pari passu, las del bolsillo de los ciudadanos. Producción y consumo, dos ejes del “modelo”. Acotarlos resentirá esas ventajas, nada es puro rédito en el mundo real. Un excelente artículo del periodista Claudio Scaletta (“El despertar”, publicado en el suplemento Cash del domingo pasado) aborda con mejor rigor que esta columna todas las implicancias del cambio que se transita, describiendo cómo un esquema que fue puro círculo virtuoso durante años trasunta “signos de agotamiento”.
Rumbea para el mismo lado el traspaso de los subtes al estado porteño, acaso la acción más significativa de estos días. Hay una revisión de la política de transporte, de la relación con el gobierno de Mauricio Macri. De nuevo: un mensaje lanzado por el kirchnerismo. La agenda de sus contendientes lo viene señalando desde hace tiempo, el Gobierno registra su existencia (aún sin explicitarlo). Lo que hará es dirimirlo con sus criterios de política económica, no con los de otros.
Llevar el tópico a una mesa de negociación con el macrismo es una propuesta lógica, con algo de anticipo ofensivo. Demarcar plazos para la transferencia y guarismos de los aportes nacionales, un indicio de seriedad. Toda tratativa conlleva regateo, el macrismo hará sus contrapropuestas. Se estrena una novedad, más vale precaria y supeditada a cómo vaya la pulseada: el trato recíproco es por ahora respetuoso. Formadores de opinión VIP se enardecen: de “boquilla” exaltan al diálogo y lo añoran, en el rectángulo de juego lo fustigan.
La réplica de las gentes de PRO, empero, tiene su marca en el orillo. Es piantavotos ponerse de punta contra una presidenta plebiscitada. Lo predica el manual de Jaime Durán Barba, que contiene otras bolillas menos presentables. No hay renuncia de “Mauricio” a su proyecto opositor, hay un modo táctico de ejercerlo. Dicho sea de paso, diferente al que probaron los grandes fracasados en las elecciones presidenciales: Elisa Carrió, Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín en el rush final de la campaña. La (siempre opinable) astucia que indujo al jefe de Gobierno a huir de las elecciones de octubre se adapta a las circunstancias. Sencillamente, lee la coyuntura. Para el mediano plazo falta mucho. Máxime, si los edificios se siguen derrumbando y sus desempeños de “local” le restan aire.
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Una pequeña digresión... amerita lo sucedido en el Consejo de la Magistratura. Uno de sus integrantes, Alejandro Fargosi pactó con los representantes kirchneristas para aprobar cuatro designaciones y bochar una. Fargosi está ligado al PRO, sin dejar de ser un figurón del mundo del “Derecho”, con peso y manejo propio. El diputado macrista Federico Pinedo atribuyó a su partido la decisión. Para variar, resonó la furia periodística, desde la Platea de doctrina. Para los medios, sigue vigente la lógica del Grupo A, vapuleada en las urnas y en trance de revisión por la dirigencia política opositora.
Sin entrar a la minucia de las designaciones, que escapan al saber del cronista quien (perdón) no es omnisciente ni todólogo, la negociación es un procedimiento lógico en los cuerpos colegiados. Por cierto, toda decisión es opinable pero las tratativas no lo son.
En un plano más general, el cronista se hace poca ilusión con el Consejo. Es una quinta rueda del carro, mal urdida en la Constitución del ’94 y flojamente reformada por el kirchnerismo. Tiene funciones exorbitantes, superiores a la capacidad y al grado de disposición de sus miembros, todos aplicados a otras actividades. Un error germinal es desconocer el carácter eminentemente político de la designación de los jueces, que pretende derivarse a corporaciones de mínima representatividad, aunque muy infatuadas. Fargosi es un emergente cabal de esa cantera, impulsado por el Colegio de Abogados, una ONG que congrega a letrados de derecha, cuando no procesistas.
Un argumento remanido es la gravitación descomunal e indeseable del Frente para la Victoria (FpV) en el elenco de los jueces. Acaso valga la pena resaltar un detalle matemático, máxime tras una semana de enorme y merecido protagonismo de Adrián Paenza. Se están por cumplir 28 años de la recuperación democrática y algo menos de 17 de la existencia del Consejo. Ocho años y medio transcurrieron en administraciones kirchneristas: la incidencia es, en buena medida, mera cuestión de proporciones.
Más aún, en el modesto parecer del cronista, el Gobierno peca más por defecto que por exceso. Dicho de otra manera: por demoras en la elevación de las ternas y las designaciones (hay muchos cargos vacantes, producto de dilaciones o “embotellamientos” de gestión) que por apresuramiento o gula.
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Presupuesto en ciernes: El dictamen del Presupuesto se votó en un contexto exótico para los últimos años: sin bataholas, ni demoras, ni discusiones prolongadas hasta la madrugada. A la sueca, dirá el lector, sobre todo si conoce que en el venerable régimen escandinavo casi todos los proyectos de ley que se aprueban provienen del Ejecutivo.
El oficialismo resolverá si lleva al recinto el proyecto en las sesiones ordinarias que finiquitan el 30 de noviembre o si lo difiere para las extraordinarias, previa convocatoria presidencial. La última opción es la menos arriesgada y, si se quiere, la más lógica. Era imposible debatir la Ley de Leyes entre las Primarias Abiertas y las elecciones nacionales. Es más sistémico y representativo que lo aborde la nueva integración del Congreso.
La prórroga de la Emergencia Económica y el “impuesto al cheque” están en gateras. Son dos normas transitorias, es forzosa su renovación con mayorías exigentes. El socorrido argumento opositor (“la emergencia ya cesó”) encuentra un óbice mayúsculo en la situación global: un sismo financiero con epicentro en el Primer Mundo, especialmente en la Unión Europea.
Cada fuerza opositora atendió su juego en el tratamiento del Presupuesto. De nada sirvió la virtual y declamada unidad de ese archipiélago, ahora todos eligen su propia aventura. Otra característica de la etapa que despunta.
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Verde que te quiero verde: Las medidas de control sobre la compraventa de divisas acicatearon la especulación y la voluntad compradora de todo tipo de actores. El costado fiscal de la nueva operatoria es indiscutible, solo le cabe el reproche de su demora. Pero el afán de complicar las operaciones (que formó parte de la estrategia oficial) hasta ahora tuvo consecuencias no deseadas, que debieron ser anticipadas y previstas. Los medios hegemónicos le dieron gran realce a la cuestión, con más éxito que anteriores embestidas contra el Gobierno. Mirar la cuestión sólo en función de la capacidad de “marcar agenda” es un poco restrictivo. En este caso, diferente a lo que pasó en los dos últimos años, la prédica mediática influyó en conductas.
Claro que el conglomerado de compradores obsesivos es muy misceláneo, tanto como el de sus posibles finalidades. Hay chiquitaje atemorizado por anteriores experiencias, al que no se persuade de las enormes diferencias con otros momentos históricos. Hay especuladores de gran y pequeño volumen. Hay empresas que remesan a lo pavote divisas a sus casas matrices, los bancos son pioneros dentro de ese grupo. No se trata del fly to quality tan renombrado sino, casi precisamente, de lo contrario. Salen de un territorio virtuoso, donde recogen amplias ganancias y los envían al percudido techo del mundo. Las enseñanzas de los maestros del libre mercado son refutadas en el mundo real en el que subsisten los poderes económicos y las decisiones regidas por la lógica (tras) nacional.
Más allá del valor del billete verde, la mirada recae en las cajas de ahorro en dólares. La secuencia del año, que grafica un cuadro publicado ayer en la sección económica de La Nación, es una notable suba de esos ahorros que sufre una baja sensible en la última semana de octubre. Hay una pulsión por la tenencia del dólar, a veces suscitada por quienes importan bienes y temen se frene su flujo. En otros, habrá incerteza o ansias de atesorar.
El Gobierno está dispuesto a pulsear fuerte y ganar la partida. No será en pocos días. Se acercan las vacaciones, con sus demandas estacionales para turismo. Y falta para el ingreso de divisas por las exportaciones agrícolas.
La pelea está en el código genético del kirchnerismo, el resultado se irá develando. Si en el verano se mantiene –moneda más o menos– la paridad, la especulación tendrá su castigo, que sería su freno.
En el ínterin, la city y los medios propagan rumores apocalípticos. Estos clavan su mira en Mercedes Marcó del Pont: editorial lapidario de La Nación, comentarios severos de importantes columnistas de Clarín, caricaturas mostrándola machucada. Parte de la información que los nutre sale de las entrañas del Central, uno de sus fogoneros es el director Carlos Pérez, nombrado por Martín Redrado, una suerte de Topo que es herencia del Golden Boy.
Si Arturo Jauretche resucitara, cayera de sopetón en la Argentina actual y calibrara quiénes son los que procuran la cabeza de Marcó del Pont, se pondría a su favor: los enemigos son un buen elemento para discernir quién es quién. Las ambiciones por su cargo también cunden en el elenco gubernamental, incluso en niveles altos.
La ofensiva de los poderes concentrados tiene objetivos de mediano plazo y otros más inminentes: uno bien palpable (aunque destinado al fracaso) es influir en la designación del próximo equipo económico. Otro, más accesible, es sobreinterpretar esa decisión que (sería alocado ponerlo en duda) tomará la Presidenta con su ideología y su estilo. En criollo: si no es un staff bendecido por la derecha, la traducción VIP será terrible.
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El ideal olímpico, reforzado: “¿Quién podría pensar que los arrogantes bancos acabarían pidiendo ayuda los empobrecidos Estados, que pondrían a disposición de las catedrales del capitalismo sumas de dinero astronómicas, en el mundo al revés? Hoy, es algo que pensamos todos. Lo que no quiere decir que alguien lo entienda”, escribe el sociólogo Ulrich Beck en una sugestiva columna publicada en el diario español El País. La impredictibilidad del futuro cercano, la bulimia del poder financiero y la sumisión de gobiernos poderosos signan, en efecto, la coyuntura.
En Italia y Grecia, cunas de la civilización occidental, sucumben gobiernos de muy diferente pelaje. Sus referentes ceden paso a tecnócratas de improbable sensibilidad social y pulso político. Se avizoran gobiernos inestables. No es igual en España donde un gobierno de, digamos, “extrema centroderecha” se apresta a llegar con una chorrada de votos. Tampoco es un destino envidiable.
En esa contingencia, al cronista le choca que haya quiénes a) niegan, sin más, la existencia de poderes extra gubernamentales o extra estatales o b) hinchan por ellos cuando disputan partidos contra gobiernos de origen popular. Este diario y sus lectores no comulgan con ese credo. La toma de posiciones respecto de la contingencia en Argentina forma parte de ese cuadro de situación. Frente a él, el mandato de las urnas incluye al ideal olímpico y lo trasciende. Lo importante es competir pero también (dentro de lo que permita la correlación de fuerzas y con apego a las leyes) prevalecer.
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