EL PAíS › POR MARIO WAINFELD

Ser o no ser

La teoría del simulacro K, un paso más. La reforma del Banco Central, concreción de una trayectoria. Los desafíos para el nuevo esquema y un aventón financiero. Repsol YPF, otro episodio del culebrón de la burguesía nacional. Las tácticas en el segundo mandato de Cristina, los desafíos. Y algo sobre el kirchnerómetro.

 Por Mario Wainfeld

Desde “siempre”, desde enfrente, se achacó al kirchnerismo ser una impostura, un simulacro. No ya una fuerza política (o un gobierno) cuestionable por sus acciones u omisiones, sino una falsía. Con el tiempo, el reproche se sofisticó: el kirchnerismo pasó a no ser peronista. Compañeros de larga trayectoria (como Hugo Moyano o Gerónimo Venegas) incurren en la invectiva. También gorilas acérrimos de improbables dotes como peronólogos.

A partir del fallecimiento de Néstor Kirchner, la denuncia transversal rizó el rizo: ahora dicen que el kirchnerismo dejó de ser kirchnerista. Ex funcionarios, compañeros de ruta y ciertamente periodistas de todo pelaje (valga la expresión) reescriben el retrato del ex mandatario y lo contraponen al de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Néstor” (así lo nombran quienes lo odiaron y denostaron durante siete intensos años) se reviste de cualidades que le fueron negadas en su momento: dialoguista, negociador, prudente, rubio, con ojos no estrábicos y celestes (alto era, cabe reconocer).

Más allá del simplismo de muchas enunciaciones, el debate es interesante. Para complejizarlo un poquito (pidiendo disculpas por la osadía) es interesante señalar que el kirchnerismo está por cumplir nueve años de cambios fenomenales en el escenario local e internacional. Que ha sabido “cambiar de piel” en ciertas ocasiones. Que algunas de sus herramientas se oxidaron o cumplieron su cometido. Que en ciertos aspectos pasó de pantalla, que en otros encuentra cuellos de botella. Que, más vale, cometió errores de concepto o de falta de timing y que está forzado a readecuarse.

Y, claro, que la ausencia de Néstor Kirchner es un factor de peso cuya entidad se va midiendo con el tiempo. Avaro a la hora de profetizar, el cronista se conforma por ahora con la descripción. Y entra al Congreso, por un ratito.

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Mercedes se la banca: La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central (BCRA) alude a un kirchnerismo que fue avanzando, de modo más o menos paulatino, siempre en el mismo rumbo, en trances variados. Cuando Néstor Kirchner dictó el decreto que facultaba a usar reservas de libre disponibilidad para pagar deuda externa, no se estaba autorestringiendo sino aumentando las potestades del BCRA. Con concesiones al statu quo pero avanzando. El relevo del ahora diputado Alfonso Prat Gay por el ahora no diputado Martín Redrado como presidente del Central enfilaba a tener allí a alguien más amigable, por no llamarlo oportunista, sin que fuera irritativo para el establishment. El otrora Golden Boy se desempeñó a satisfacción un buen rato y fue relevado cuando se puso arisco. Mercedes Marcó del Pont traduce a un oficialismo más consistente. La creación del Fondo de Desendeudamiento (Fondes), lanzada en abierto de-safío al Congreso del Grupo A, implicó un nuevo estadio. La reforma que se aprobó en Diputados con comodidad redondea institucionalmente la tendencia. En este plano, el kirchnerismo fue acumulando poder y cambiando un paradigma noventista del sistema financiero con el que nunca transigió, desde 2003. Aunque sí impuso pausas, negociaciones, treguas transitorias.

El proyecto, que se tratará en Senadores en la semana que empieza, modifica el paradigma de funcionamiento del Central, amplía sus objetivos mucho más allá de sostener el valor de la moneda y provee de varios instrumentos al Banco. Ponerlos en funcionamiento no será sencillo ni automático. Tener herramientas de manejo financiero no equivale a ponerlas en acto ni, menos aún, a hacerlo con eficiencia. Priorizar el crédito a la producción y a las pymes es un afán loable que no se plasma chasqueando los dedos. Ni tampoco, he ahí uno de los bretes de la gestión estatal en una sociedad diversificada, a través de reglas genéricas dictadas para un universo poco homogéneo. Los Bancos lo son, si se los mira de cerca y en serio. Los hay nacionales y foráneos, grandes y pequeños, extendidos en toda la geografía nacional o locales. Los hay especializados en otros menesteres que el crédito a las pymes.

Y están, dato sustantivo de la etapa, los bancos provinciales que en promedio atraviesan situaciones difíciles que requieren más auxilio que “bajadas de línea” para incentivar líneas de crédito generosas.

Ahí fincan los retos futuros para Mercedes Marcó del Pont que, si (como todo indica) se aprueba la ley, acumulará dos victorias contra los economistas del establishment y buena parte de la oposición: esta ley y antes el Fondes, cuya viabilidad se probó en el rectángulo de juego, con Kirchner presente y aguantando los trapos.

La perspectiva de disponer de reservas disponibles en dólares es otro ingrediente de la nueva ley que regla lo que en buena medida ya se venía haciendo. La ampliación del margen autorizado para financiar al Tesoro nacional es un rebusque de caja, sin duda, lo que no equivale a pecado. Asumir mayores facultades conlleva igual rango de responsabilidades y fuerza a manejarse con destreza. Le cabe obrarlo al gobierno más cuidadoso y eficaz de las últimas décadas en la acumulación, crecimiento y manejo de las reservas. La comparación con el pasado argentino tangible o con otros países en este tiempo es un método tan recomendable como abominado por los kirchnerólogos opositores más enardecidos.

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En busca del petróleo perdido: En materia energética, el rumbo del Gobierno ha sido más zigzagueante, regido por el método del ensayo-error. Se fueron reformulando objetivos al vaivén de las pulsiones económicas del “modelo”. En los primeros años se designó como prioritario conseguir dinero fresco, vía regalías, tanto como abaratar los precios del combustible para dinamizar el consumo y la reactivación de la economía real. La compra de gas a Bolivia, además de su finalidad primaria, contribuía a la integración regional y a darle una mano a la gobernabilidad al presidente Evo Morales. En una etapa de bonanza y aceleración, aumenta la ambición temática.

Una de las maniobras menos exitosas, cuyos defectos hacen llaga, fue haber apostado a una parcial “nacionalización” empresaria de Repsol YPF, fomentando la incorporación del grupo Eskenazi. La “burguesía nacional”, fantasía que acecha a una amplia mayoría de dirigentes políticos argentinos, es algo peor que un significante vacío: una entelequia que jamás cobra cuerpo. El caso Repsol agregó una referencia más a esa fantasía recurrente, que también influyó en la hipervalorada ley contra la extranjerización de tierras rurales.

Volviendo al núcleo. Tras percatarse del agotamiento de la fantasía del accionista argentino, el Gobierno aprieta las clavijas a la empresa española. El gobierno del Partido Popular y el mismísmo rey bancan a la petrolera, para oponérseles es necesario alguien de porte, aunque no de su estricto tamaño: otro Estado nacional y no un puñado de provincias dispersas. Esa lógica de poder domina la ofensiva de las provincias, liderada por el gobernador de Chubut Martín Buzzi, conducida desde la Casa Rosada y articulada por el ministro Julio De Vido.

En este terreno, el kirchnerismo fue menos coherente y, por así decir, etapista que con el Banco Central, aunque siempre imaginó un Norte similar. Ante el fracaso de una jugada, apela a su idiosincrasia: juega fuerte, enfrenta a una multinacional, acumula en el frente interno.

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Un kirchnerómetro patentado: El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo interpela a su ex discípulo predilecto, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina. “Sé, de buenas fuentes, que el kirchnerismo ha dejado de ser kirchnerista. No me niegue lo que está probado y respóndame por escrito algunas preguntas sencillas: ‘¿Cuándo el kirchnerismo dejó de ser K?’ O, como hubiera escrito el gran Vargas Llosa: ¿‘Cuándo se jodió el kirchnerismo?’.”

“Hay varias teorías al respecto”, replica el politólogo, a vuelta de correo (electrónico). “Alfonso Prat Gay cree que sucedió a partir de su salida del Banco Central. Roberto Lavagna cree que fue algo después, cuando él dejó de ser ministro de Economía. Le doy una tarea para el hogar: Profesor, averigüe cuál es la fecha exacta para el ex ministro jefe, Alberto Fernández”.

“No se me haga el vivo o le corto el chorro de guita” se sulfura el decano, que empezó a estudiar lunfardo. “Responda lo que le pido. Y explíqueme sobre la persecución política a Fernández. Se lo censura por ser un importante dirigente opositor. Además, se oculta toda información sobre su construcción política, su partido, las ideas-fuerza que aportó en estos años, las iniciativas que propone. ¿Le clausuran unidades básicas, le prohíben encuentros de la militancia, se veda la difusión del material de sus equipos profesionales?”

El politólogo responde: “Fernández es una estrella de los canales de cable y de análisis políticos de postín por otros motivos, doctor. El hombre ha inventado y patentado el kirchnerómetro, un utensilio que está de moda”. Luego cavila, teme que se le requiera data sobre el susodicho instrumento de medición. Deja pendiente la contestación y busca a la pelirroja ex progre, ahora kirchnerista. Su más que amiga se ha puesto un poco distante, acaso mirando con preocupante interés a un joven de La Cámpora. Así que la invita a un programa de su agrado: recorrida por un par de actos en el conurbano, cena en una parrilla consagrada del lugar y una visita a esos establecimientos que florecen al costado de las autopistas. Un tema tabú no debe tratarse a vuela pluma y lo urgente no debe prevalecer sobre lo importante.

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El 54 y el 2012: Por cierto, nadie puede subestimar el vacío que dejó la ausencia de Néstor Kirchner, su liderazgo, las tareas políticas que acometía. En el corto plazo, la Presidenta ejerció el control del Gobierno y operó con notable éxito la campaña electoral. Obtuvo un resultado impensable, que le da oxígeno para un buen rato. Las bancas de diputados se renuevan cada dos años, en 2013 se irán los elegidos en 2009. Al oficialismo le bastaría con repetir su floja performance de entonces para conservar mayoría propia en el Congreso. Desde luego, un resultado así no sería neutral: la legitimidad tiene un peso que trasciende al Parlamento. Pero la referencia hipotética da cuenta de lo holgada que es la posición institucional del Gobierno, una condición útil aunque no suficiente para ejercer a pleno el poder.

La manera en que la Presidenta ejercita el segundo mandato acentúa (a menudo en gran medida) tendencias del kirchnerismo. Conducción radial, supresión de instancias intermedias. Desde diciembre se han tensado relaciones con aliados importantes, empezando por la CGT y siguiendo con la CTA que lidera Hugo Yasky. Se trata de movidas opinables, que dejan la impresión de un poder concentrado, poco dispuesto a compartir una fracción así fuera simbólicamente o a “tender mesas”. La idea predominante en la Rosada y zonas de influencia es que el 54 por ciento cimienta un nuevo modo de conducción o mejor, la acentuación del tradicional.

Sin adversarios políticos de fuste a la vista, sin año electoral y sin especiales angustias para el venidero, el real “adversario” del kirchnerismo es la realidad. Mantener las coordenadas básicas: crecimiento, distribución del ingreso, altos niveles de empleo, baja de la informalidad, caja robusta, buena recaudación, ampliación de la esfera de derechos civiles o sociales siguen siendo las metas. “El rumbo”, las apodan. Los modos de llegar pueden variar, mientras se consigan los objetivos.

Las profecías sobre el futuro inminente o el mediano plazo están en el orden del día. El cronista prefiere abstenerse de pronunciarlas, mucho menos en tono enfático. Se reprime porque es difícil y porque en el mercado abunda la oferta de ese material. Y, como enseñaba el compañero Adam Smith, la oferta generosa baja el precio del producto.

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Imagen: Télam
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