Domingo, 20 de mayo de 2012 | Hoy
Por Mario Wainfeld
El gobierno nacional tiene su corazoncito puesto (y algunas fichas jugadas) en la interna de la Confederación General del Trabajo (CGT) pero no está dispuesto a intervenir activamente. Ni se hace especiales ilusiones: al fin y al cabo, quienes enfrentan al secretario general de Hugo Moyano no son un colectivo oficialista. Algunos compañeros gremialistas lo son pero el común denominador es el antimoyanismo, no el apoyo al gobierno nacional. La mayoría de los participantes no son pro kirchneristas, basta recorrer el colorido mapa de grupos y referentes: “Gordos”, “Independientes”, los poderosos municipales conducidos por el eterno Amadeo Nolasco Genta, el gastronómico Luis Barrionuevo.
El metalúrgico Antonio Caló, hasta hace pocos días favorito del Gobierno, retrocedió algunos casilleros. La demora de la paritaria de la UOM enojó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Cero contradicción si se lee bien: los aliados no kirchneristas de Caló le hicieron pagar ese bajón. El ex moyanista Omar Viviani comienza a probarse la pilcha, maquina que él podría ser el Plan “C” de la cúpula sindical, desbancados Moyano y Caló. Los movimientos son transitorios, casi todas las lealtades móviles. Moyano ha perdido gremios que lo acompañaron mucho tiempo: siempre le quedan los de transporte y los judiciales.
El jefe de la CGT convocó a un Confederal, los opositores alegan que la medida se tomó sin cumplir con los recaudos estatutarios. La dirigencia gremial es ducha en esquivar el cumplimiento de las normas, tanto como en exigir puntillosamente su cumplimiento, según los casos. Son dos caras de una misma moneda. La impugnación trajina la “vía asociacional”, como marcan las reglas: la CGT debe decidir en primera instancia. El resultado es cantado, la secuencia también: los opositores recurrirán ante el Ministerio de Trabajo. Nada es seguro pero es bien factible que se admita la impugnación porque la citación fue bastante desprolija. Si así fuera, a Moyano le queda judicializar la cuestión o seguir adelante.
La trabazón es un síntoma de un conflicto más vasto. No hay diálogo entre los sectores, no hay precedentes cercanos de una votación a cielo abierto entre dos aspirantes al Secretariado General. Un encuentro así está plagado de riesgos. Como piso, deberían consensuarse ejes de conflicto cantados en cualquier elección asamblearia. Primero: el padrón de congresales, que todos los gremios abultan un poquito o un muchito. Segundo: la Junta Electoral, todo un intríngulis. Y tercero, el lugar del encuentro de miles de fragorosos participantes. El ámbito no garantiza un resultado sistémico pero puede acentuar o achicar las chances de un desenlace ordenado o divisivo.
La perspectiva de división flota en el aire. Dos o más CGT, dos ramas de la CTA traducirían empíricamente la crisis del modelo sindical, sin resolverla ni institucionalizarla. Nadie puede ser muy enfático al hacer profecías sobre lo virtual. Asumido ese riesgo, el cronista cree que una fragmentación fáctica de la CGT tiende a ser un perjuicio para el sistema democrático, para la representación de los intereses de los trabajadores. Y, acaso, contra la gobernabilidad de los conflictos: la proliferación puede exacerbar la puja a ver quién tiene la capacidad de lucha más larga. Por ahora, los aprontes continúan. Todo, hasta un cierre más o menos prolijo, puede suceder.
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