Domingo, 24 de noviembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
El regreso de la Presidenta, sorpresa de la oposición. Los cambios de gabinete, búsqueda de cohesión y objetivos políticos. Encuentros con empresarios y gremialistas, un revival deseable. Los desafíos para los años que vienen. Una ley impositiva que vale como señal. Los primeros pasos de los ministros entrantes, nueva manera de comunicar y medidas en puerta.
Por Mario Wainfeld
Es notable (tienta decir “espectacular”) la fascinación por lo adjetivo que aqueja a la mayor parte de la oposición mediática y política. Los bonsáis le impiden ver el bosque y hasta pensar en él. En la semana que pasó, se comieron todos los amagues del oficialismo.
Esperaban un regreso letárgico y enfermizo de la Presidenta: se toparon con “otra” Cristina Fernández de Kirchner. Otra, contrastada con sus ilusiones o agorerías, la misma para quienes la han visto andar. Con acciones y juego comunicacional premeditados, el kirchnerismo los sorprendió siempre, de modo sucesivo y acumulativo. Se entretuvieron con el perrito bolivariano y el pingüino gigante, subestimaron el sentido de los primeros anuncios de cambio de gabinete. Se ensañaron con la continuidad del secretario Guillermo Moreno cuya salida los dejó alelados (sí que contentos) el martes. Desdeñaron el primer discurso de Cristina calificándolo como “más de lo mismo”. Las primeras movidas de los ministros entrantes revelan que la oxigenación y el relanzamiento son muy otra cosa que cosmética y que avanzan.
El kirchnerismo no es un “modelo económico” cerrado y escrito en un paper o en letras de piedra. Es un proyecto político con un puñado de objetivos indeclinables, que trata de ir plasmando con decisiones variadas. Las ideas fuerza buscan enamorar, las herramientas son (ni más ni menos) recursos contingentes para lograrlo. Hay un sentido estratégico, que requiere versatilidad en las tácticas.
El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, es empoderado como no lo fue ninguno de los que acompañó la gestión de la Presidenta. El ministro de Economía, Axel Kicillof, pudo armar un elenco de colaboradores homogéneo y afín. Son intentos fuertes, en el mejor sentido posible, de reparar disfunciones de los últimos años. La salud de la Presidenta pudo incidir su parte, la otra es remozar al Gobierno como se hizo en tantas ocasiones: en 2005 y 2009 para evocar las más cercanas.
En el plano político, la mandataria refuerza vínculos con los sectores juveniles que “siguen bancando este proyecto”. E interpela al universo de los gobernadores e intendentes, con la unción de Capitanich. Tras la amplia y relevante victoria del diputado electo Sergio Massa en las elecciones, muchos observadores se regodearon fabulando un éxodo masivo de la dirigencia territorial peronista, imantada por la nueva estrella surgida en Buenos Aires. Su eslogan era que los compañeros salen carpiendo en pos de otros horizontes cuando “huelen sangre”. No es un disparate, aunque sí una lectura incompleta. Los “gobernas” y los intendentes tienen una pituitaria más sofisticada, a fuer de políticos astutos. Los motiva el aroma del poder, al que apodan (con el cariño que le prodigan) “derpo”. El Gobierno no es un actor vacilante y en retirada. Conserva iniciativa y centralidad y abre una brecha de participación en la “mesa grande”. No se desangra así como así.
La entrada de Coqui Capitanich en un cargo con decisión, ejercida con criterio de agenda amplia y escucha atenta, le complica el escenario a Massa, acaso un poco menos que al gobernador Daniel Scioli. Subraya que el kirchnerismo disputará las preferencias de los jefes territoriales y que tiene recursos para hacerlo. Las ambiciones de relevarlo de un modo u otro no están truncadas, pero les queda mucho por recorrer, cuesta arriba.
El cuadro general, simplificado al mango por lecturas tan interesadas como poco agudas, se complejiza. La suerte del 2015 no está echada para ningún lado pero el kirchnerismo es un rival duro de matar, entre otros motivos porque sabe (cuanto menos, ensaya) recalcular sin cambiar el rumbo esencial.
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El ágora y la gestión: Cristina Kirchner volvió al balcón y al “relato”. Sus flamantes ministros emergieron en escena con activismo, comunicando como no lo hacían (por motivos diversos) quienes los precedieron en el cargo. Tienen capacidad técnica, destreza dialéctica y temple para desempeñarse. Empezaron a construir agenda, concentraron la atención periodística. Se trata de logros instrumentales que sólo se redondean con la acción efectiva del Gobierno... pero suman.
Los primeros pasos traslucen que el Gobierno reconoce problemas y dificultades de la etapa. Los cónclaves con las corporaciones sindicales y empresarias más afines al oficialismo no son una novedad ya que retoman una práctica ensayada por la Presidenta después de las primarias de agosto y suspendida por su licencia. La novedad es que, en términos de truco, Capitanich se hace “pie” de los encuentros, a los que convocó en cuestión de horas.
Es peliagudo buscar soluciones conjuntas a problemas colectivos, sobre todo por la dispersión del movimiento obrero que no conviene a nadie interesado en algo parecido a un “proyecto nacional”, pero es imprescindible intentarlo. La mayoría de los problemas a tratar no son pasibles de una cura quirúrgica o inmediata. Lo que se puede ir construyendo es un tratamiento prolongado, con intervención de los actores sociales, sin hacerse ilusiones sobre resultados inmediatos.
Los momentos más linealmente virtuosos de la economía social kirchnerista han quedado atrás. El crecimiento mismo, meta obsesiva e irrenunciable, genera disfunciones en otras variables. El empleo formal, en los primeros años, crecía en buena sintonía con el de PBI pero hoy reacciona de modo distinto. Las importaciones trepan más que las exportaciones cuando sube el Producto Bruto. Los requerimientos son, entonces, distintos y más arduos.
Construir algo parecido, así sea en versión acotada y temática, a un acuerdo social es un anhelo interesante que exige sintonía fina, paciencia y muñeca. La idea que lanzó el jefe de Gabinete, una suerte de acuerdo general sobre precios y salarios, es casi utópica si se la extrema pero si la “mesa” conjunta gana en permanencia y dinámica se habrá producido un avance. Lo demás es trabajo duro, articulación de intereses, conducción firme desde el Estado. Sencillo de decir, complicado para concretar... detectar el problema y generar el ámbito para tratarlo es buena insinuación.
Ya se dijo: algo se venía construyendo y quedó en pausa. Un ejemplo clavado es la batida contra el trabajo informal, cuya discusión tripartita continuó durante la licencia presidencial y cuyo producto ahora verá la luz. Una rémora grave del proyecto, de las más severas, que en el mejor de los supuestos sólo se irá reparando como lo predica el laboralista y filósofo estoico Mostaza Merlo: paso a paso.
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Heterodoxias: Una política heterodoxa, entiende el cronista que las valora, no consiste en reemplazar dogmas desacreditados por otros más virtuosos. Implica, más bien, la inteligencia de no prendarse para siempre con ciertos instrumentos, de renovarse en función de realidades que mutan a tremenda velocidad. Uno de los vicios de la convertibilidad, amén de su básica perversidad, era generar una praxis única, que cerraba el paso a distintas políticas, con “s” final. Las panaceas, los remedios universales y perpetuos no existen.
Las acciones mencionadas en el párrafo anterior prueban que el oficialismo sabe que debe reducir la inflación, en un contexto ceñido por parte de sus valiosas políticas públicas, como lo es el incentivo a la puja distributiva, paritarias periódicas incluidas.
El rechazo al endeudamiento externo se viene matizando, a partir de discursos presidenciales en que se lo aceptó si es para “el desarrollo” o las actividades productivas. Los anuncios de créditos “atados” se orientan en ese sentido. Desde hace meses, la Nación viene cooperando más con el endeudamiento de las provincias. Esa es una demanda colectiva de los gobernadores, sean los K o los opositores. Seguramente, integrará el menú cotidiano de los paliques de Capitanich con sus colegas, que hablan una misma jerga.
Otro intríngulis es el combo de sangría de divisas, baja de las reservas del Banco Central, incidencia del dólar ilegal en la economía, déficits sensibles que impactan en la balanza comercial (y siguen las firmas).
El proyecto de ley para gravar las compras de autos de alta gama y otros productos suntuarios incursiona en esa áspera geografía. La medida tiene dos objetivos alternativos: desalentar esos consumos o gravarlos con severidad. El primero es más valioso a los ojos del cronista, por motivos que van más allá de lo fiscal. Pero es imposible predecir las reacciones de jugadores avispados, movidos sólo por el interés propio y que cuentan mucha con plata en el bolsillo.
La propuesta, que ya ingresó en la Cámara de Diputados, tiene un alcance micro. No equivale, ni ahí, a una reforma impositiva progresista, ni bastará para recuperar la solvencia en divisas. Pero se orienta en el sentido más interesante, si es que la acompañan una serie de acciones similares, encuadradas en una política congruente y decidida.
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Distensión y posesión de pelota: Capitanich y Kicillof dialogaron con periodistas, en diferentes estilos. Comunicar más puede fortalecer al Gobierno, suma al saber ciudadano y distiende (un cachito) los ánimos. El jefe de Gabinete anunció que se diferirá para el año que viene la aprobación final del Código Civil y de la ley de Responsabilidad del Estado. Tendrán, todo lo indica, “media sanción” pero luego el debate se prolongará, lo que ahorra un factor de disputa o lo diluye en el tiempo.
La Casa Rosada emitió señales múltiples: un recambio inédito del gabinete, convocatorias al diálogo, medidas sugestivas, mejor trato con los periodistas. Son parte parcial de un conjunto que se irá viendo más pronto que tarde.
Al kirchnerismo le place ubicarse en la cancha como Barcelona. O, si al lector le parece muy ampulosa la comparación, con Ñuls o San Lorenzo. Trata de tener siempre la pelota, sacársela al rival como requisito para lanzarse a la ofensiva. Si quisiera defender, la posesión también le vendría bien. Lo esencial es ser dueño de la iniciativa, imponer el ritmo, jugar en el terreno que vaya eligiendo.
Los mayores desafíos que enfrenta distan de ser nuevos. El problema de la vivienda, la carencias del “sistema de salud” (por nombrar algo que casi no hay), el transporte, el empleo “en negro” son, en la subjetiva lectura del firmante, las cuestiones de Estado más acuciantes. El narcotráfico, que entró por primera vez como ítem de la agenda de campaña, es una realidad agobiante. Las soluciones concretas no son fáciles ni unidireccionales, el modo mejor de encararlas es más y mejor gestión estatal.
Dos años le quedan al mandato de la Presidenta quien, su reingreso lo comprueba, no ignoró ninguna de las circunstancias adversas o críticas de este año lo que incluye al veredicto electoral.
Hizo relevos necesarios, les dio a los nuevos ministros consignas inteligentes para que afronten la etapa. A diferencia del fútbol, el partido siempre se está jugando. A semejanza con él, meter cambios de jugadores y de tácticas es un recurso necesario y hasta imprescindible. Lo demás, se va definiendo en el rectángulo de juego.
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