EL PAíS › LA INFLUENCIA DE FRANCISCO

El Papa y la política argentina

Tanto desde la Iglesia como desde el Gobierno definen la relación entre el Papa y la Presidenta como institucional y cordial. La estrategia de recibir a todos y todas. Su visita al país programada para el 2016.

 Por Washington Uranga

Se podrían llenar muchas páginas de diario con la simple transcripción de la lista de visitantes argentinos a Roma para entrevistarse con el papa Francisco. Otras tantas con los nombres de quienes –aprovechando el estilo informal del pontífice argentino– aseguran que han recibido efectivos o supuestos mensajes de Bergoglio. Y, por cierto, infinidad de páginas con los trascendidos de lo que se habría conversado (o no) en esos encuentros (reales o no) y las especulaciones en torno de ello. Lo concreto es que, aun desde Roma, Jorge Bergoglio sigue presente en la política argentina. ¿Cómo?

Cuando el periodista intenta descifrar cómo es la relación entre Francisco y la presidenta Cristina Fernández todas las fuentes –gubernamentales y eclesiásticas– responden casi al unísono con los mismos calificativos como si existiese una contestación acordada o sincronizada: “normal”, “institucional”, “cordial”. Esas son las palabras más usadas. De lado quedan tanto las afirmaciones que hablan de un diálogo telefónico “asiduo” entre la Presidenta y el Papa, pero lejos están también los tiempos en que la relación era tensa entre el cardenal Bergoglio y los habitantes de la Casa Rosada. Se sabe sí que Cristina Fernández se comunicó con Francisco cuando tuvo el alta de su enfermedad para agradecerle los mensajes y las oraciones del Papa. También que la Presidenta apreció mucho el gesto papal de regalarle zapatitos para su nieto durante el breve encuentro que mantuvieron en Río con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud.

En el Gobierno se leyó también muy positivamente el anuncio realizado por Francisco acerca de que su primera visita al país será en el 2016 con ocasión del Congreso Eucarístico que se celebrará en Tucumán. La interpretación es que Bergoglio evita de esta manera toda utilización política de su figura en el difícil período que transcurrirá antes de las elecciones presidenciales de 2015. Cuando el papa Francisco aterrice por primera vez en la Argentina en su condición de máximo líder de la Iglesia Católica, un nuevo gobierno estará en el comienzo de su mandato y, cualquiera sea su signo, con fuerzas renovadas por el resultado de las urnas.

Tal como era previsible desde el mismo momento en que fue electo el 13 de marzo del año anterior, los viajes a Roma de dirigentes políticos, sociales, sindicales y hasta deportivos se han incrementado de manera muy significativa. Pero hay muchas y diferentes presencias y encuentros. Sin descartar el sentido religioso y emotivo de muchos viajeros, abundan quienes llegan hasta el Vaticano para conseguir una foto con el Papa. Bergoglio lo sabe y no hace mucho por impedirlo. Acepta –como se lo ha comentado a algunas personas de su confianza– que se trata de algo “inevitable”. Como imposible es controlar trascendidos y comentarios sobre lo conversado –cuando tales conversaciones existen– entre el Papa y sus eventuales interlocutores. Las afirmaciones corren por cuenta de los viajeros y de la credibilidad que éstos tengan ante sus interlocutores. Ni el Vaticano ni Francisco hacen comentarios sobre el particular.

Por cierto que no todas las visitas son del mismo tipo y tienen el mismo valor. Ni siquiera todos los que consiguen la tan ansiada foto entran en la misma categoría. Entre estos están quienes solo logran fotografiarse junto al Papa, estrecharle la mano e intercambiar un rápido saludo, por ejemplo, al finalizar la audiencia pública de los miércoles. Otros acceden a entrevistas privadas y oficiales dentro de la agenda pontificia. Pero hay por lo menos otros tantos que no aparecen en las fotos y tampoco en la agenda oficial del pontífice y son quizás estos últimos los contactos más importantes y sustanciosos.

Se sabe que Bergoglio admite que la burocracia vaticana organice su agenda oficial de lunes a viernes por la mañana. Pero las reuniones de las tardes y los sábados las sigue manejando él mismo, de manera absolutamente personal, de la misma forma que lo hacía en Buenos Aires: lapicera y agenda en mano, devolviendo llamadas telefónicas y coordinando con sus eventuales interlocutores. Distintos dirigentes políticos y personalidades argentinas –de la oposición y del oficialismo, también líderes religiosos y sociales– han accedido en este tiempo a encuentros con Francisco que, generalmente, se realizan en la residencia Santa Marta, donde vive el Papa.

En todos los casos, y aun con aquellos con quienes tiene más confianza, Francisco, asume a pleno su nuevo rol. Es el Papa y sabe que todo lo que diga puede tener una influencia decisiva no sólo en sus eventuales interlocutores sino en la vida política y social del país. Por eso, con la habilidad dialéctica que lo caracteriza, sus pronunciamientos siempre son generales, sobre los grandes temas, acerca de posicionamientos doctrinarios o de principios. Elude con elegancia toda toma de posición que pueda entenderse como una intervención suya directa en los asuntos políticos argentinos. Así, por ejemplo, le reitera a todos los dirigentes sindicales la importancia de la unidad del movimiento obrero, pero nadie podrá decir que apoya a esta o la otra fracción. Habla de la importancia y del valor de la política y de que los católicos se comprometan en la vida política, pero no hay orientaciones acerca de las filas en las cuales enrolarse.

En este sentido puede decirse que Francisco ahora tiene menos incidencia directa en la vida política Argentina que cuando el cardenal Jorge Bergoglio actuaba desde su despacho en la Curia Metropolitana frente a la Plaza de Mayo. Por el contrario, muchos de los que nunca lo consideraron ni siquiera como interlocutor mientras actuaba en Buenos Aires, ni como arzobispo ni como presidente de la Conferencia Episcopal, ahora se manifiestan entusiasmados y atentos a las orientaciones del pontífice y hacen hasta lo indescriptible por conseguir de cualquier modo un lugar en una audiencia papal que les habilite así sea un saludo fugaz y con ello una foto junto a Francisco. Las anécdotas son de todo tipo. La de un dirigente sindical que se “coló” en una audiencia y hasta logró aparecer en la foto, hasta la de un político de la oposición que estuvo en Roma más de una semana esperando ser recibido y no tuvo éxito en su gestión y la de otro político del oficialismo que tiene asiduos contactos telefónicos y también personales con Francisco y que, sin embargo, no aparece en las fotos.

Más allá de esto y la actitud presuntamente distante del Papa respecto de la política argentina está claro que todos sus gestos son leídos, analizados y descifrados desde cada uno de los sectores. Las interpretaciones son libres. El lo sabe, pero como lo hizo también en Buenos Aires no está dispuesto a comentar, afirmar o desmentir. Es parte de su estrategia y del juego que le gusta jugar. Apenas cuando considera que existe un exabrupto muy fuera de lugar desliza en privado y ante un interlocutor adecuado alguna consideración mandando un mensaje que sabe que llegará al destino correcto.

El otro terreno es el de las comunicaciones telefónicas. Existen y es parte del estilo papal impuesto por Francisco y que sigue sorprendiendo a muchos. Más de un telefonista o una recepcionista argentina atravesó la situación que va del asombro a la incredulidad cuando escucha del otro lado del teléfono a alguien que se identifica como “Francisco, el papa...” preguntando por una persona en Buenos Aires. Esas escenas existen. Y seguirán existiendo. Pero son sustancialmente menos de las que dan a conocer los reales o supuestos destinatarios.

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Imagen: DyN
 
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