EL PAíS › ADELANTO EXCLUSIVO DEL NUEVO LIBRO DE VICTOR HUGO MORALES

Mentir a diario

En diálogo con el periodista uruguayo Mateo Grille, director de la revista Caras y Caretas de Montevideo, VHM recorre en el libro de editorial Colihue, que en pocas semanas llegará a las librerías, los principales temas que conmueven por estos días a la Argentina y toda América del Sur. Las derrotas electorales de los movimientos progresistas, el papel de los medios y el regreso de la derecha neoliberal.

 Por Víctor Hugo Morales y
Mateo Grille

Han pasado cosas en América latina que ameritan pensar sobre lo que nos pasa. ¿Después de una década y media de gobiernos progresistas, estamos volviendo a un periodo neoliberal?

No lo sabemos, pero por lo pronto algunos datos parecen ir en esa dirección.

El resultado de las elecciones parlamentarias en Venezuela, la victoria de Mauricio Macri en Argentina, la derrota del plebiscito reeleccionista en Bolivia y la campaña golpista en Brasil parecerían presagiar un negro futuro para el continente.

Al mismo tiempo, las victorias electorales de una izquierda con un discurso moderado en Uruguay y Chile y la presencia de Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia garantizan, al menos por ahora, que no todo está perdido.

De cualquier forma, es claro que el panorama de cambios en el sur del continente parece desdibujarse y mucho habrá que hacer para recuperar el terreno perdido. (...)

Una coalición de derecha, Cambiemos, llegó al gobierno en Argentina contra sus propios pronósticos y el de todo el arco político nacional. Lo hizo aupada por un fenomenal dispositivo mediático y judicial que no solo se encargó de encaramarla en el poder, sino que oficia de escudo protegiéndola y ocultando a los verdaderos beneficiados de sus acciones.

Hay quienes dicen que es la primera vez que la derecha propiamente dicha llega al poder en Argentina con el respaldo de los votos.

Antes lo hizo, ya lo sabemos, pero con las botas puestas de los militares que les dieron refugio en la negra infamia de los setenta.

Hoy es otra derecha, o la misma pero reciclada. Por sus frutos los conocemos y padecemos. No hay miel en sus almas, no puede haberla.

Se suele decir que los primeros 100 días son determinantes para saber el rumbo de un gobierno, quiénes serán los principales beneficiados y quiénes los postergados.

No es puramente científica la afirmación dado que en teoría en el resto del mandato se pueden seguir tomando medidas que beneficien a unos y otros. Incluso la lógica podría alterarse y los beneficiados de ayer podrían no ser lo de mañana y los otrora damnificados podrían subir al podio del beneficio.

Más allá de las posibilidades estos primeros 100 días no han sido la excepción y ya es claro para quién eligió gobernar Mauricio Macri.

Los cambios drásticos, las medidas más audaces, las columnas donde se apoyará la gestión futura se colocaron. Las bases están echadas y hay ganadores y perdedores. Los grupos económicos concentrados, los dueños de la tierra, los mercaderes ganaron. Los que tienen como única posesión sus manos, los dueños de su sudor, los trabajadores, los estudiantes, los jubilados perdieron.

De ahora en más lo que vendrá será siempre cuesta arriba para el gobierno porque también hay cierto consenso en que la paciencia tiene fecha de caducidad y el camino elegido por la derecha, por definición, es contrario al bienestar de la mayoría.

Será hoy, será mañana o la semana que viene, no importa. La gente manifestará su rechazo. Y esa manifestación, ese grito empoderado en los últimos años, será el freno para que no haya tierra arrasada en la República Argentina.

Confiamos en ello.

Venezuela y Chávez

Víctor Hugo Morales: –Mi primer encuentro con Venezuela sucedió en Caracas, a comienzos de los 70. El viaje desde Maiquetía hacia el centro fue un encanto fallido serpenteando un valle que mostraba en lo más alto una constelación de casas que me parecían de muñecas. Cuando comprendí que se trataba de lo que en Montevideo llamamos cantegriles y en Argentina se llaman villas miseria, experimenté mi primera definición de lo que convocamos con el nombre de América latina.

En esos días conocí a una arquitecta con la que trabé amistad fecunda. Estaba relacionada con las clases altas y el inmenso poder económico de la élite dominante, y gracias a su influencia pude conocer con mayor certidumbre una casta que despreciaba al pueblo, que se reía y se avergonzaba de él. Hablaban más de Miami que de Caracas, la cual se parecía a una referencia molesta, el lugar común de una comparación que les afectaba su sentido del honor de país. Conservo aún esa imagen. Viciosos y despreciativos, de trago fluido y vertical oscilante, sus temas eran, como si se tratase de una huida, las maravillas que existían fuera de esos contornos de los que sólo extraían el placer de sus ganancias. Y aunque la historia de Chávez, de acuerdo a nuestras experiencias con las dictaduras militares, fuese traumática, y aunque la personalidad de Chávez con su desparpajo caribeño provocaba extrañeza, y su rumbo no lo teníamos claro, rescaté de inmediato de dónde provenía Chávez, la falta que le hacía a Venezuela un Chávez. Antes que nada, Chávez era una creación de ese país anestesiado por sus clases liberales, que abría los ojos a su propia realidad y ponía una canción en las gargantas y una esperanza en los brazos. Fue inventado por las víctimas de tanta humillación.

Como ha escrito el poeta Humberto Costantini sobre Gardel: “Lo deseamos y vino. Y nos salió morocho, glorioso, engominado, eterno como un dios o como un disco”. Yo creo que no hay respuestas concluyentes sobre el fin del progresismo en América, aun de cara a la seguidilla de derrotas en Argentina y Venezuela, y podría sumarse el intento de golpe blanco en Brasil. Chile es una muestra del retorno de la izquierda, así no veamos o no hayamos visto en los primeros mandatos un énfasis propio de una izquierda desafiante. Pero lo que sí podemos tener por seguro es que Venezuela será otra para siempre. Una sociedad que puede caer ante lo que interpreto como un golpe blando, porque la democracia adulterada facilita su propia derrota, pero que tiene una lucidez de la que antes carecía. Chávez flotará para siempre como una onda que viaja entre los cerros golpeando las puertas de aquellas casas de muñecas de mi juventud, recordándoles que hay algo más importante que la palabra esperanza, y es la capacidad para luchar por un mundo que llegaron a tocar con sus propias manos, que atisbó su dignidad más alta y aprendió de política en 18 años más que en sus dos siglos de vida. El siete de diciembre tiene ese desencanto, pero Venezuela es otra para siempre. La guerra económica, la acción persistente de una derecha impiadosa enmascarada en los medios de comunicación, ganó una batalla. Pero habrá otras. (...)

El retorno es posible, porque el recuerdo de estos 18 años está tatuado en la piel del pueblo venezolano.

Los reveses electorales

Mateo Grille: –Sí, claro que es posible, es necesario y es deseable. De alguna manera eso también se da en Argentina, donde la toma de conciencia popular es también muy importante.

Otro ejemplo es Brasil, y no sé qué podrá pasar allí con ese juicio político, carente de toda seriedad, contra la presidenta Dilma Rouseff. Es como dice Lula: “Quieren sacar a los pobres del poder”. Y nada de esto es casual, nada corresponde a ninguna de las razones esgrimidas como excusa, sino a un intento desestabilizador a escala continental. Una reconfiguración del poder y un plan de ajuste monumental. (...)

Los dos ejemplos de reveses electorales se dieron en países donde la disputa política y cultural es omnipresente, y ese es otro dato nada despreciable. Allí las operaciones políticas de la derecha económica y su brazo ejecutor mediático fueron implacables, y socavaron un día sí y otro también el orden constitucional, mientras propalaban a los cuatro vientos sus aspiraciones democráticas.

El contubernio reaccionario y golpista estuvo –está– en pleno apogeo, y no parece dispuesto a retroceder más que lo que lo ha hecho. Quizás lo mejor del kirchnerismo, lo admirable, es haber puesto en clave política esa disputa. Haberlo explicitado, haberlo hecho público, comprensible, debatible y cuestionable. La construcción de una épica es inherente a cualquier proceso de cambio, de lo contrario está destinado al fracaso tempranamente. Y esa épica fue construida por los últimos tres gobiernos argentinos y todos los venezolanos desde Hugo Chávez. Por eso, quizás, también es que sufrieron duros golpes; porque contra ellos fue todo mucho más cruel y más violento. Más aleccionador.

¿Te parece que es posible extender los resultados de los últimos procesos electorales de Argentina y Venezuela al resto del continente?

V. H. M.: –Argentina y Venezuela pagan con sus derrotas temporales el desafío a los dueños de esos países. Brasil, que fue menos incisivo, también los ofendió, y a su presidenta la van acorralando con un golpe económico y político que, como en una maniobra de pinzas, obliga a que, aun si salva su mandato, Dilma deba atender a los privilegiados que se ubican prepotentemente en el primer escalón de los reclamos. Argentina y Venezuela toman ventaja, es cierto. Las caídas electorales precipitan los esfuerzos por recuperarse ante ese conservadurismo que reina otra vez, pero que no podrá vencer su naturaleza egoísta. La pasión por acumular bienes, las ínfulas que como vinchas con pompones lucían los griegos de la élite, cuando la democracia regía sólo para los menos y el pueblo eran nada más que ellos, les jugará en su contra. El cuerpo social es otro. Conoce de memoria cada cantero de las plazas donde gritó su despertar y ocupará ese espacio de memoria y de justicia cada vez que lo esquilmen las políticas neoliberales. (...)

Los medios

V. H. M. –El problema más serio de la democracia es la influencia de los medios de comunicación convertidos en partidos políticos, escudados en la libertad de expresión como un bien que está por arriba de todos los demás. La libertad real es la que está comprometida cuando los medios concentrados asfixian ese ideal. De todas las corporaciones es la más poderosa, porque se ubica al frente de ese ejército que combate al Estado como si este fuese el causante de los males, y no su remedio o, por lo menos, un paliativo dentro de este mundo rendido a los pies del capitalismo. Solo el Estado puede regularlo y adecentar la derrota de las mayorías, porque hace más grande y más profunda la discusión política. Fuera del Estado, para los más vulnerables no hay mundo, no hay dignidad, no hay nada que valga la pena. Y la guerra enmascarada en los valores de la libertad de expresión es impiadosa, constante, cruel, mentirosa. Sin Estado no hay democracia, porque es el que puede arbitrar en la despareja relación de las fuerzas en pugna. (...)

Venezuela, Argentina y Brasil padecen como cualquier otro país el amarillismo y la frivolidad de los medios, pero no es ese el verdadero problema. La caída en manos de la derecha de los gobiernos de esos países se debe al dominio absoluto de la agenda política de los medios. El Estado nada puede hacer, al punto que el intento argentino con la ley de medios atizó la reacción de los sectores hegemónicos y terminó acentuando su dictatorial predominio, con el aval de las corporaciones judiciales y económicas, sin despreciar a la cúpula eclesiástica, siempre del lado de los ricos, ofreciendo el sostén “moral” de esos atropellos.

Abrir el juego para tener una polémica en la que la información sea completa para el ciudadano es una función inherente al Estado, pero las corporaciones arrojan a sus pies la kryptonita de la desvalorización. Es una lucha tan desigual que cuesta hablar de democracia. Dice (Owen) Fiss, cuyas reflexiones me iluminaban en las controversias de la ley de medios audiovisuales, que el Estado no es un árbitro entre los intereses en pugna, pero sí debe asegurar que toda la información llegue a la gente. Y recuerdo que para lograrlo debía sostener a los sectores más desfavorecidos, para que sus voces fueran tan escuchadas como las más potentes. Una comunidad saturada por la acumulación de datos de quienes predominan termina por asumir como verdades aquello que no tiene forma de comparar, discriminar o confrontar, porque las herramientas no le han sido dadas. El individuo vive inhibido de pensar distinto, acobardado por la contundencia de los argumentos. Es un hombre al que apuntan todos los focos, con las piernas y los brazos abiertos, mientras apoya su espalda contra un paredón. Los atacantes se despidieron hace tiempo de la búsqueda del bien común con el que se comprometieron. Cuando el hombre del paredón balbucee una pregunta, un cuestionamiento, levantarán otras palancas para que más focos lo enceguezcan.

M. G. –Tenés razón, la ausencia de debate es el problema. Ahora bien, ¿cómo y qué se puede hacer si no se alteran las reglas del juego con el poder mediático? ¿O con el Poder Judicial? ¿Cómo se garantiza que esas nuevas reglas se respeten? Lo de Argentina en ese sentido es muy demostrativo. No respetaron la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y con ayuda del Poder Judicial, que se supone independiente, lideraron de forma organizada la oposición en todos los planos. Es enfermizo. Hasta lograron construir un candidato que termina ganando las elecciones. (...)

V. H. M.: –De momento parecen invencibles. Te reescribo algunas consideraciones del periodista español Pascual Serrano a propósito de las elecciones de Venezuela: “Por fin no ha habido fraude en Venezuela. El fraude electoral se ha producido en los últimos 16 años cuando ganaba el chavismo. Estas son las primeras elecciones que gana la derecha y por tanto no hay fraude. Es la diferencia entre democracia y dictadura. Cuando gana la derecha es democracia y si no es dictadura. (...) Si por alguna razón excepcional la izquierda gana unas elecciones, inmediatamente el país se convierte en dictadura y sólo la llegada de un gobierno de derechas, por las urnas o por las armas –la vía es un detalle insignificante– garantiza la vuelta a la democracia”.

En la Argentina, hasta la victoria de Macri en las urnas, se hablaba con absoluta impunidad de dictadura y de fraude. Hubo una atrocidad previamente en la provincia de Tucumán. El entonces oficialismo venció por 14 puntos, lo cual se sabía de antemano que iba a suceder. Pero el candidato de Macri protestó en los días previos y con el descomunal aparato del Grupo Clarín como plataforma de la infamia, instalaron la idea de un fraude. El día de la elección, ante la imposibilidad de que eso ocurriera, quemaron algunas urnas en pueblos pequeños y alejados y llevaron la confabulación a la capital, donde habían derrotado al gobierno nacional. La gente de Macri y de Clarín salió a la calle con el ardor y la “dignidad” de Fuenteovejuna a luchar contra los tiranos. Clarín y Macri lograron incluso la anulación transitoria de las elecciones. Cuando las aguas bajaron, y la victoria del candidato de Cristina Kirchner hubo sido reconocida, quedó el turbio sedimento de la idea de fraude, hasta que ¿sabés cómo terminó la historia pocas semanas después? Scioli ganó por 20 puntos, no por aquellos catorce. ¿Te hacés una idea aproximada de lo que hubiera sido si el 22 de noviembre en vez de ganar el Pro por dos puntos hubiese sido al revés? (...)

El cerco informativo

V. H. M.: –Madrugada del 11 de diciembre. Todavía retumban en mis oídos algunas pocas frases del discurso de asunción de Mauricio Macri. Escucho a los comentaristas, que, como en una competencia parecida a la de los perros del cazador que corren detrás de la presa, alaban el discurso modesto, vacío y todavía de campaña electoral del nuevo presidente. La síntesis de lo que manifestó cabe en pocas palabras: “Lo tenemos que hacer juntos”, “podemos”, “gracias, los quiero mucho”.

A diferencia de EE.UU., que es la meca del sistema y tiene 46 millones de pobres muy pobres, Macri prometió una Argentina con pobreza cero. Lo haremos entre todos, dijo. Pero Macri manejará la pauta publicitaria más grande de la historia porque tiene todas las cajas. Nadie tenía que inventarlo rubio de ojos azules, porque ya lo es, y eso facilitaba el discurso aspiracional de la mayoría de los cronistas. El único consuelo de ese día fue escuchar a Roberto Pettinato, que en el programa de televisión Duro de Domar se descosió de risa hablando del nuevo presidente.

Ahora bien, esa homogeneidad de los medios en el tratamiento laudatorio de Macri, con puntos altísimos de locura ditirámbica y con la cima en el canal TN (alguien comentó que si demoraba en llegar a la Casa Rosada en su viaje en automóvil, iban a pedir que lo canonizaran, porque ya no sabían qué decir), es apenas el comienzo. Medio país, el 49 por ciento que no votó a Macri, será estrangulado informativamente. Medio país a merced de medios que no querrán o no podrán saltar la verja. Porque les conviene un país así, o porque no pueden con él y se resignan. (...)

La impotencia es tal que en estas primeras horas del nuevo gobierno aún no sé cuál es mi futuro en la radio en la que trabajo desde hace 28 años. Y esta historia de la continuidad o no es, en realidad, una derivación del conflicto judicial con el Grupo Clarín. Hace poco me di cuenta del problema financiero que me acarrea el embargo. Estoy viviendo con la tercera parte del sueldo, lo cual advertí cuando la cuenta del banco quedó en rojo. Pasó antes de las elecciones lo siguiente: fui a la radio y le dije al directivo con el que más trato tengo que si me pagaban el contrato del año 2016, me iba. La emisora quedó encantada con la idea, aunque de afuera suene raro, porque el programa es el más escuchado de la radio. Pero en Continental algún animador y parte de la empresa piensan que a los demás no los escuchan por mi culpa. Que habría oyentes que castigan a la radio por tenerme. “Si nos ponemos de acuerdo en la cifra”, me dijo el gerente, semblanteándome como el investigador que está a punto de obtener una confesión que cambia toda la historia, “¿vos te vas sin hacer problema?, ¿es así?” “Así y no más”, dije. Empezamos a hablar del número para deshacer el contrato, y es en esos días cuando se produce el triunfo de Macri. Después de eso no te puedo decir lo que aconteció con los medios. Los periodistas en general encontraron su guarida entre los brazos del nuevo presidente, incluyendo por supuesto a la radio en la que tengo mis programas. Y en ese momento me arrepentí. Me dije que no. Que hace falta alguna voz que desafíe esa correntada alucinada de neoliberalismo mediático. Luego se produjo la reunión que sería la antesala del acuerdo. Los directivos me ofrecieron una cantidad de millones que asusta, para que me vaya. Quizás sea la última ocasión de hacer una diferencia importante en la profesión. Pero no puedo. Así que me fui de la junta sabiendo lo que no haría. Hablé con mi mujer, que estuvo de acuerdo en que me quede, y les escribí un mail anunciándoles la decisión.

Horas después me convocaron a un encuentro y les adelanté que el tema del dinero había dejado de ser importante para mí, suponiendo que piensen mejorar la oferta de ayer. En tanto más plata hay en juego, mejor se comprende lo que significa permanecer un poco más. Es irresponsable de mi parte, si se considera que en apenas doce meses el as de espadas lo tienen ellos y mi chance de cambiar la escasa valoración que me asignan es muy pobre. ¿Qué tendría que ocurrir?

Quise, narrándote este momento tan especial, detallar lo peligrosa que se ha tornado la Argentina mediática. No quieren dejar ni una sola voz discordante. Abruma, es cierto, entristece e indigna lo que acontece. El cinismo se cuela reptando entre los intereses, la genuflexión es bien vista porque está en sintonía con el “vamos todos juntos”, la mentira es una boca pintarrajeada que ríe como una payasa. Hasta parece justo lo que piensan. No siento que discuto con personas perversas. Ellos hacen lo suyo, y lo suyo, ahora, es no enfrentarse con un gobierno que tiene todo el poder, como jamás se vio en la Argentina y en el mundo. A través de la vía democrática poseen más fuerza que una dictadura con todos los cañones. Lo que hacen vale para siempre, está legalizado por la democracia. Por supuesto que a los capos de la radio no les cae bien mi pensamiento, pero no se trata de eso. Es peor. Hoy sucede que no tienen otra.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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