EL PAíS › OPINION

La gran conjura

Por Raúl Dellatorre

Si alguien supuso que la crisis argentina con su secuela de miseria, los resultados logrados una vez abandonadas las recetas del FMI, el enorme descrédito de este organismo a lo ancho del mundo y, finalmente, un canje aceptado por los tenedores de tres de cada cuatro títulos iban a provocar algún tipo de “reflexión” de los poderosos del mundo sobre sus propios errores, es hora de que empiece a aceptar su propia ingenuidad.
La coincidencia táctica entre el G-7, el Comité Financiero del FMI y la Unión Europea parecen indicar que el mundo desarrollado ha llegado a un acuerdo tácito respecto de la relación de la Argentina con su deuda: no aceptará que el país dé por cerrado el tema con el canje y seguirá demandando una “solución” para los bonistas que se automarginaron. Lo notable es que entre estos bonistas que tienen hoy los defensores más caros del mundo –los gobiernos de los siete países más poderosos y los administradores de los organismos con más incidencia sobre la vida del resto del planeta– están principalmente los fondos buitre, inescrupulosos especuladores que aparecen “timbeando” sobre las ruinas de los países que se derrumban, comprando títulos de deuda a precio de miseria para luego hacer juicio reclamando el total de su valor nominal.
No hubo ningún reparo moral para defender a estos capitales rapaces sin careta. Menos puede esperarse responsabilidad moral para que, organismos como el FMI, asuman lo que les corresponde por haber “empujado” al país a su crisis final con el espectacular megacanje de 2001, que fue ampliamente aceptado en el mundo financiero porque cambiaban viejos títulos en default por nuevos títulos que, en vez de quita, ofrecían tasas exorbitantes, que nadie mínimamente responsable se hubiera atrevido a ofrecer. Ni a tomar.
Cuando Argentina parece encontrar la luz al final del túnel, el Fondo, sus socios y sus mandantes se obstinan en taparle la salida. Ni siquiera un modelo que privilegia un dólar alto y a un núcleo exportador –el reciente trabajo de Martín Schorr, Modelo Nacional Industrial, de la colección Claves para Todos es revelador–, que le asegura al país las divisas para cumplir sus compromisos externos, es aceptado por los círculos de poder mundial. El mensaje es claro: antes de definir un modelo, primero hay que cumplir con las normas de las finanzas mundiales, según las cuales el acreedor siempre tiene razón.
¿Hay vida después del Fondo? Seguramente sí, como dice el Presidente. El problema es que primero hay que sacárselo de encima, para llegar al “después”. Por ahora, sigue ahí, y se diría que nos ha declarado la guerra.

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