EL PAíS › ALIVIO CON EL FMI, DIFICULTADES EN OTROS FRENTES
Argentina y parte del Resto del Mundo
Cómo encara el Gobierno los próximos pasos con el FMI. La crisis de Bolivia y la embestida norteamericana sobre Venezuela, con olor a gas. Las privatizadas. ¿La ley marco?Un giro en las relaciones con Estados Unidos y su impacto en la suspensión del viaje a Cuba. Y una hipótesis sobre ciertos anhelos de frizar la realidad.
Opinion
Por Mario Wainfeld
El Fondo Monetario Internacional (FMI) postergó pagos no obligatorios por 2508 millones de dólares, lo que representa un alivio para el Gobierno. Un alivio que fue trabajoso de lograr, aunque para otros países, menos disruptivos, el trámite hubiera sido rutinario.
Ahora, los negociadores criollos se preparan para una discusión, árida, ríspida y –todo lo sugiere– bastante larga. Desligadas de la carga inicial de esos pagos, la Rosada y Economía no se hacen mucho drama por llegar velozmente a un acuerdo más abarcante de mediano plazo. Las diferencias entre el FMI y Argentina son grandes, las elecciones no se mencionan pero se tienen en cuenta...
Néstor Kirchner y Roberto Lavagna (ambos negociadores astutos y hasta taimados para esconder su juego) no han de verbalizarlo, pero no están muy ansiosos por cerrar trato ya, por decirlo con un eufemismo.
Si estuvieran acuciados por la urgencia, estarían en un brete. Las exigencias del FMI siguen siendo altas, siendo que Kirchner tiene magra disposición a aceptar sus condicionalidades. El contexto general añade dificultades: en Cancillería y Economía miran a su vecino y ponen las barbas en remojo. Si Brasil, el mejor alumno del FMI en este barrio, no pudo cerrar trato –calculan los especialistas–, las perspectivas de Argentina de superar la marca de su vecino distan de ser formidables.
Claro que los negociadores deben sentarse en la susodicha mesa y desarrollar una discusión cotidiana, sujetos a movimiento constante. Uno de ellos, con millaje record en la materia, ensaya una comparación imaginativa. “Somos como los vietcongs, tenemos que movernos todo el tiempo para que no nos emboquen.”
En su praxis de mover el arco, el FMI pone por ahora en primer plano la reapertura del canje, las negociaciones con las privatizadas, la expansión monetaria. Los negociadores argentinos desgranan sus argumentos, a sabiendas de que si saldan estos tópicos (algo bastante improbable) aparecerán otros.
Plan Canje
Los acreedores privados que no aceptaron la oferta del canje de deuda (“holdouts”) conservan su presencia en la agenda, aunque quizás hayan perdido el tope del podio. “Vamos convenciendo al staff del FMI de que puede haber una reapertura pero que, para ser viable, no debe ser urgente. ‘Un canje domesticado’”, bautiza un interlocutor frecuente de los burócratas internacionales. Los argentinos les dicen a sus contrapartes que una prematura nueva oferta para los holdouts determinaría un rechazo masivo de los acreedores, haciéndolo fracasar. Explican que el paso ulterior sería una segunda instancia, con una eventual mejora de oferta, lo que es inadmisible para la sociedad argentina. Lo mejor es dejar que transcurra el canje de bonos, proponen ante un staff al que perciben menos intratable que en otros temas u otros tópicos. Que se cambien bonos defaulteados por las nuevas series, que haya algunos pagos en efectivo a los acreedores, que haya transacciones bursátiles de los nuevos papeles. La hipótesis de trabajo es que los bonos performing se valorizarán y los defaulteados seguirán cayendo en picada, lo que tal vez motive a acreedores ariscos a rever posiciones. Esa sugerencia, permeada por el tipo de racionalidad económica que suele seducir a técnicos y especuladores, tiene implícito el valor agregado que supone para los argentinos ganar tiempo. El discurrir del almanaque fue un aliado constante de la estrategia vernácula, aunque eso se menee lo menos posible.
Tras haber ganado una instancia judicial en los tribunales de Nueva York, Economía quiere salir a la cancha para efectivizar de una buena vez el canje. Los fondos buitres lo saben, siguen revoloteando y, para evitarlo, nada mejor que ser veloces y mantener movimiento constante, como los vietcongs.
Función privada
Las negociaciones con las privatizadas son otro eje de discusión con el FMI. No son sólo las tarifas, gusta precisar Lavagna, aludiendo a un menú más vasto que incluye marco regulatorio y nuevos contratos. Pero es claro que las tarifas son el plato central, aunque el menú no se agote con él.
La retórica oficial sigue siendo muy dura respecto de concesiones en este terreno. Pero hay un dato digno de mención que revela que su manejo es menos frontal que sus anuncios. La ley que regularía el nuevo marco regulatorio de las privatizadas remolonea en el Congreso desde hace varios meses. El proyecto originario fue moldeado por especialistas de Flacso, comedidos al efecto por el ministro de Planificación, Julio De Vido. Urdieron una propuesta renovadora, mucho más tutelar de los intereses nacionales que el régimen precursor. Más que un avance, un salto de calidad. El proyecto original fue retocado, sin vulnerar su esencia, por el secretario legal y técnico Carlos Zanini. La usina de la norma, pues, fue el riñón pingüino. Su lentitud en un Congreso que gusta de ser vertical cuando al Ejecutivo le cuadra sugiere que algo cambió en el interior del Gobierno. O, cuando menos, que la sanción de la ley está supeditada al estado de las negociaciones. Los gobiernos de Estados Unidos y de España han hecho saber a funcionarios del ramo que ese proyecto de ley no los llena de algazara.
En lo que hace a eventuales aumentos de tarifas, hay un hiato entre la mirada de Economía y la Rosada. Kirchner sigue receloso de hacer algo que pueda ser visto como un retoque a los usuarios domiciliarios. Lavagna y sus colaboradores creen que es necesario mejorar la ecuación económica de las empresas.
El nudo de la cuestión es la energía. Lavagna sigue temiendo que la provisión sea insuficiente para acompañar el crecimiento de la actividad industrial. De Vido porfía que no y esa es una de sus polémicas técnicas, que también hay otras.
La provisión de energía no es el talón de Aquiles del crecimiento argentino, no porque no sea una debilidad, sino porque no es la única. Pero sí es un problema severo. La coyuntura política de Bolivia agranda la vulnerabilidad de un esquema atado con alambre, precisamente porque Bolivia (y Venezuela, de la que ya se hablará) funge precisamente de alambre desde el año pasado. El presidente Carlos Mesa, todo un prodigio de supervivencia, atraviesa su peor momento, lo que es una pésima noticia para Argentina y para Brasil. Ambos países participaron intensamente (vía el asesor de Lula Marco Aurelio García y el entonces subsecretario deAsuntos Latinoamericanos de nuestra Cancillería, Eduardo Sguiglia) en la convulsionada transición que permitió a Mesa llegar a la presidencia. Ambos países compran gran cantidad de gas a Bolivia. Dando cifras a bulto, Brasil adquiere cuatro veces más que Argentina. La inestabilidad en Bolivia es un riesgo severo para sus vecinos más grandes. El gobierno argentino tiene buen trato con Mesa y también con su principal contendiente, Evo Morales. De Vido suele recibir en su despacho a cofrades de primera línea del líder del MAS, entre ellos a Osvaldo “Chato” Peredo. Pero esa trama de relaciones no es suficiente para amortiguar el riesgo que pende sobre el suministro de gas a nuestro país. La mera crisis, que puede agravarse en cosa de días o meses, ha frenado la construcción del Gasoducto del Norte, que el Gobierno consideraba esencial no para 2005 pero sí para años sucesivos. Y también ha dejado en el aire un proyecto ambicioso de integración, con surtidas implicancias económicas y políticas. Argentina, esperaban sus gobernantes, podía ser pieza esencial para contribuir a armar una red de distribución de gas en Bolivia. El país hermano se ha topado con una enorme riqueza en los últimos años, pero la enorme mayoría de su población no accede a consumir el fluido sobre el que, literalmente, está parada. En 2004, De Vido y sus equipos daban por hecho que el actual gobierno tenía ahí una tarea fascinante por delante. Hablar de eso hoy cuando no se sabe, del todo, quién gobierna en Bolivia suena a quimera.
Uno de los surtidores de gas de que echó mano el Gobierno cuando chocó con la carencia el año pasado está en apuros. El otro, Venezuela, también. Ocurre que para Condoleezza Rice...
...Chávez es Perón
La secretaria de Estado norteamericana hizo esa comparación con la que suele coquetear el presidente venezolano y que no disgusta a Luis D’Elía y a otros kirchneristas, incluidos algunos con despachos oficiales de postín. Pero –no hace falta aclararlo mucho– no fue exactamente un elogio. Ni tampoco puede haber sido una comparación azarosa. Si Rice dijo “Perón” es porque el mensaje no tenía como único destinatario a Chávez. En el confín austral del continente, el Gobierno sabe que de él también se hablaba.
“Es una luz amarilla”, coincidieron irrefutables voces de Cancillería, Economía y la Rosada. Intermitencia que llama la atención porque la relación de la gestión Kirchner con la administración Bush ha sido armoniosa, teniendo como punto más alto la cooperación norteamericana en la negociación con el FMI. En la postergación de los 2508 millones de dólares, sin ir más lejos.
Los cambios que se olfatean pueden tener que ver con un giro ulterior a la reelección del presidente de la primera potencia del mundo. América latina, desplazada de la libido de la Casa Blanca por Irak, vuelve a estar en algún ítem de la agenda.
La inestabilidad de varios países andinos (Ecuador, Perú, Bolivia, Venezuela) es una preocupación en el Norte. Dos de ellos son potencias energéticas, Bolivia y Venezuela, lo que redobla el respectivo interés. “Si de algo saben las principales figura del gobierno de Bush, es de energía”, dice un funcionario argentino baqueano en las calles de Washington, incluidas las pocas que no se identifican con letras del alfabeto. Y agrega: “La familia Bush está impregnada en petróleo. Rumsfeld viene también de ahí, Condoleezza tiene encima 7 años en Chevron-Texaco”. Dos comarcas ricas en energía, volátiles en otro sentido, hacen fruncir muchos entrecejos.
El renacido interés norteamericano hace núcleo en Chávez, comentan avezados intérpretes, con un ojo puesto en Cuba. La reelección de George W. resucitó a la oposición anticastrista que mora en Estados Unidos. Por allá todos dan por hecho que hay un revival de acciones cubanas fuera de la isla y que éstas se subvienen con plata que llega de Venezuela. Real o no, la especie de los “gusanos” logra audibilidad en Washington.
La suspensión del viaje de
Kirchner a Cuba (o su no confirmación, según la versión oficial de estos días) no es ajena al clima que se viene reseñando. Muchos en Cancillería y todos en Economía respiraron con alivio cuando se conoció la decisión. Las declaraciones del Presidente respecto de la política de derechos humanos de la isla (ver reportaje en las páginas 2 a 5 de este diario) marcan, si no un punto de inflexión, un viraje a un tono más distante de lo habitual.
El Gobierno esperaba más cooperación de Fidel en el caso Hilda Molina. El embajador Darío Alessandro, cuyo bajísimo perfil es elogiado en la Rosada, trajinó mucho, pero los cubanos no aflojan.
La diplomacia local también registró como un mal signo la enorme dureza con que Castro “recibió” al flamante secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza, a quien tildó, entre otras gracias, de “bobito”. Insulza llegó tras una elección súper reñida, con el apoyo de Argentina, entre otros países. No era el paladín de Estados Unidos, pero en el tramo final, antes de que se lograra el retiro, su contendor tuvo un diálogo reservado con Rice. De ese diálogo salió un comunicado fundacional, firmado por Insulza, duro con Cuba. Para funcionarios argentinos ese era un precio que era necesario pagar. Un presidente de la OEA no digitado por Estados Unidos, con 40 años de militancia socialista, era lo mejor (dentro de lo posible) a que podía aspirar Castro. El Comandante, por lo que se ve, no compartió esas sutilezas.
En ese escenario enrarecido, el viaje presidencial a Cuba sonaba indigesto, máxime si se toma en cuenta que estaba programado apenas para días antes de la asamblea anual de la OEA, a celebrarse en Fort Lauerdale, cerca de Miami (bastión anticastrista si los hay), en los primeros días de junio. El cónclave congrega a cancilleres, lo que hubiera forzado a Rafael Bielsa a viajar casi sin escalas de La Habana a Miami. El encuentro será precedido de una reunión preparatoria de la cumbre de presidentes a realizarse en Mar del Plata en noviembre, y más de un diplomático con experticia husmea en el aire que puede ser terreno de alguna diatriba (o de alguna demanda de intervención) contra Chávez, en todo caso una embestida más fuerte que su comparación con el General herbívoro. Poco se habló de ella por aquí en voz alta, algo que demuestra que no son los arrebatos pasionales el lado flaco de Kirchner cuando de contendientes poderosos se trata.
Quién tuviera un freezer
Kirchner suele repetir que el legado que más anhela para su país al final de su mandato es el desendeudamiento con el FMI. Ese marco, maquina, le daría previsibilidad al país. Heterodoxo en ese sentido, el Presidente aspira a desendeudarse pagando. Heterodoxo en otro aspecto, Kirchner comparte con Lavagna una visión novedosa acerca del superávit fiscal. Es una herramienta progresista, enfatiza, pues permite al Estado un grado relativo de autonomía. Bajando más a lo cotidiano, también le agrada tener “caja” para intervenir en la política interna, para sorprender, para cambiar escenarios adversos o borrascosos.
Mantener más o menos calmo, en vigilia permanente, el frente con el FMI es un objetivo perdurable, pero Kirchner sabe que su suerte se juega muy al sur de Washington. No lo dice así pero está convencido de que, de no mediar una catástrofe, ganará con holgura el plebiscito de octubre. La foto de hoy, aun admitiendo toda su precariedad, le parece suficiente contexto para una victoria amplia. El crecimiento económico, la estabilidad, la gobernabilidad son sus pilares. De momento, viene zafando en varios escenarios siempre lábiles. La negociación con los organismos internacionales no se cae (y ya no le urge), la energía por ahora alcanza, Bolivia y Venezuela no propagan aún su crisis hacia acá, la inflación cejó (la obsesión oficial por saber el índice de mayo es cosa digna de verse), la relación con Estados Unidos se mantiene en tenso equilibrio con un nuevo esquema “no noventista” con los países hermanos.
Si el Gobierno pudiera frizaría el país, y todo lo que del mundo le concierne, hasta las elecciones de octubre. Pero, ay, eso es imposible.