Domingo, 22 de enero de 2006 | Hoy
EL PAíS › SE VUELVE A HABLAR DE CAMBIOS DE GABINETE
Mientras Néstor Kirchner se encontraba de gira en Brasilia, resurgieron versiones sobre salidas de algunos ministros, rencillas internas y disgustos por lo que se percibe como deslealtades con el Presidente. Los pingüinos y los “paladar negro”. La relación con la Ciudad.
¿Cambios de gabinete? ¿Problemas de cartel? ¿Acusaciones por falta de lealtad? Cada vez que Néstor Kirchner viaja al exterior, empiezan los murmullos en la Rosada. Se dice de todo. Que el ministro de Interior, Aníbal Fernández, será reemplazado; que el de Trabajo, Carlos Tomada, migrará a la Embajada de Chile; que el de Salud, Ginés González García, no genera confianza; que el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, ya no es funcional en la relación con el Gobierno de la Ciudad. Nadie sabe cuánto hay de mentira y cuánto de verdad. Pero hay bastante corrillo, más de lo habitual y suficiente como para pensar que la casa no está en orden.
La travesía del Presidente por Brasilia, donde se abrazó a Lula y Hugo Chávez, lejos estuvo de convertir a la Rosada en un remanso. La puesta en duda de la continuidad de Fernández en el Ministerio de Interior fue una de las versiones que alteró el sosiego, sobre todo el del involucrado.
Hace tiempo se dice que León Arslanian podría desembarcar en la cartera política. Especulaciones aparte, Kirchner tiene particular simpatía por el ministro de Seguridad bonaerense. Claro que para Interior, al que siempre se entra mejor de como se sale, han circulado otros nombres.
El gobernador Felipe Solá contó tiempo atrás que a su ministro de Gobierno Florencio Randazzo le ofrecieron la cartera de Fernández. El joven funcionario de La Plata es un mimado de Kirchner y su nombre también sonó para la Subsecretaría General de la Presidencia, que ocupaba el ahora diputado Carlos Kunkel.
Es sabido que Randazzo ambiciona más: quiere ser gobernador de la provincia. Y eso seguramente debe generar recelo en el propio Solá, pero también en otro aspirante al más alto cargo bonaerense: ni más ni menos que el mismísimo Aníbal Fernández. Como sea, lo que está claro es que al joven funcionario le espera un futuro rumboso junto a Kirchner.
Volviendo a Fernández, hay un dato incontrastable sobre el deseo del Presidente de sacarlo de la cartera. Fue cuando le ofreció acompañar a Cristina Kirchner en la fórmula del Frente para la Victoria.
–Ahí tenías que estar vos –le recordaron ya en plena campaña, señalándole la breve humanidad de José Pampuro. El ministro de Defensa fue finalmente quien secundó a la primera dama.
Cerca de Aníbal Fernández aseguran que él ni remotamente quiere abandonar la Casa Rosada y que el dato de la oferta de una candidatura es un argumento a su favor. “Si Kirchner hubiese querido correrlo no le hubiese dado opción. Sin embargo, está acá”, argumentan.
No hay una única lectura sobre aquella catarata de elogios que le prodigó a Cristina, a la que prácticamente coronó como una presidenciable.
Kunkel salió a cruzarlo públicamente por aquel atrevimiento, pero Fernández no fue censurado ni por la senadora ni por el Presidente. Prueba de ello fue que volvió sobre el tema una y otra vez. Eso sí, aclarando que él no la postulaba sino que consideraba que tenía todas las “condiciones” para llegar al máximo cargo.
Hace unos días Aníbal tuvo un golpe impensado: le anunciaron que su primo, Héctor Metón, se quedará sin el control del Plan Arraigo. Este programa será absorbido por la flamante subsecretaría Tierra para el Hábitat Social que conducirá el piquetero Luis D’ Elía, de mala relación con Fernández.
El silencio no es salud
El kirchnerismo paladar negro, una categoría que empezó a instalarse puertas adentro y que trasciende la de “pingüinos”, no hace distinción entre Fernández y González García. Igualan a ambos, para denostarlos, por su pasado duhaldista. Pero los que hilan más fino rescatan la osadía del ministro del Interior –fue uno de los más corrosivos a la hora de atacar a Eduardo y Chiche Duhalde– frente a la prudencia del ministro de Salud. Kir-chner es de los que trazan una raya para distinguir amigos y enemigos. O, dicho de otra manera, no digiere aquella equidistancia de la que hizo bandera Roberto Lavagna para evitar pelearse con el duhaldismo, al fin, el sector que lo hizo ministro. Adoptar esa postura fue una de las razones que motivaron su eyección del Gobierno.
El rescoldo con González García quedó de manifiesto cuando le quitaron la “caja” de las obras sociales. En el primer piso de la Casa Rosada aseguran que a través de la Superintendencia de Servicios de Salud (SSS) y la Administración de Programas Especiales (APE) –que están bajo la órbita de Salud– se financió la campaña de Chiche Duhalde.
La ecuación que hacen cerca del Presidente es lineal: Ginés, de excelente relación con los “gordos” de la CGT, realizó compensaciones desde su cartera a ese sector sindical afín al duhaldismo. Pero el verdadero destino de los fondos habría sido la cuenta “Chiche Senadora 2005”.
Por eso, le intervinieron la SSS. El cargo, que ostentaba Rubén Torres, quedó para Héctor Capaccioli, un hombre de estrecha relación con Alberto Fernández. Así, el jefe de Gabinete amplió el control en el nada desdeñable área de salud, ya que también tiene ascendencia sobre la titular del PAMI, Graciela Ocaña.
Sectores más componedores hacen hincapié en que la relación no está rota y que, de hecho, Kirchner incluyó a Ginés en la comitiva que viajó a Brasilia. Más aún, aseguran que el cambio en la SSS estaba decidido desde hace tiempo. Y que no se concretó antes para no entorpecer la situación de Aníbal Ibarra. Capaccioli era el secretario de Descentralización del suspendido jefe de Gobierno porteño.
Lo cierto es que Kirchner también había pensado para ese lugar en Juan Carlos Nadalich. Finalmente, el ex número dos de Ocaña terminó tomando las riendas del Ministerio de Desarrollo, que igualmente sigue siendo monitoreado por la hermana presidencial, Alicia Kirchner.
Ginés, cuyas declaraciones iniciaron una de las más fuertes peleas entre el Ejecutivo y la Iglesia, no fue el primero ni será el último en ser desollado por presunta perfidia. Esa misma práctica ya se hizo carne con Daniel Scioli, cuando su relación con la familia Kir-chner se volvió tormentosa. Entonces, el vicepresidente se quedó sin el control de la Secretaría de Turismo, una fuente importante de dinero, sobre todo tras la despedida del uno a uno.
Cuando p’a Chile me voy
Como las peleas de la vedettes, la versión del ingreso de Héctor Recalde al Gobierno también se convirtió en un clásico del verano. El abogado de la CGT alcanzó una diputación como integrante de la lista de Cristina, una candidatura a la que llegó por pedido personal de Kirchner. Pero ahora se lo menciona como reemplazante de Tomada en el Ministerio de Trabajo.
En los mentideros políticos no se ponen de acuerdo. Unos creen que un eventual ingreso del abogado laboralista puede llegar a interpretarse como un premio exagerado para Hugo Moyano. Otros sostienen que sería el mejor vehículo para “contener” al titular de la CGT, quien a pesar de su prédica reeleccionista –de Kirchner, claro– le ha traído más de un dolor de cabeza al Presidente con sus camiones.
Recalde habló en estos días sobre la “racionalidad” de los reclamos salariales, término que el mandatario utilizó como un calco. Por ahora, sólo coincidencias. El abogado se debe estar refocilando con las versiones –es la enésima vez que lo candidatean para el cargo– aunque ha recibido tantos llamados por el tema que, reconoce en la intimidad, le picó el bichito de la curiosidad.
El año pasado se dijo que el abogado de Moyano asumiría en lugar de Tomada. Esta vez, el runrún se completó con el desembarco del actual ministro en la Embajada de Chile, que hoy ocupa Carlos Abihaggle.
¿Por qué Kirchner se desembarazaría de Tomada? La desocupación descendió, los conflictos se han controlados, la puja salarial no produce demasiadas zozobras. No parece haber ninguna respuesta a la vista más que un forzado final de ciclo de un ministro, cuyo máximo cuestionamiento proviene en estos días de la CTA de Víctor De Gennaro por negarle la personería gremial.
En todo caso, la posibilidad de un viaje a Chile se vuelve verosímil por su excelente relación con los ministros trasandinos y en especial con Michelle Bachelet. Tomada estuvo en prácticamente todos los encuentros que el Gobierno mantuvo con la presidente electa. Y se reconoce embelesado por el discurso de la médica socialista. ¿Qué dicen en el Ministerio de Trabajo sobre la salida de su titular? Sólo cinco palabras. “No sabemos nada de eso.”
A diferencia de Tomada, las versiones que aluden a Alberto Fernández no hablan de destierro ni mucho menos. Se trata, al fin, de uno de los integrantes de la reducida mesa chica del Gobierno. Pero muchos kirchneristas lo responsabilizaron de falta de cintura en la relación con la Ciudad y hasta de que Aníbal Ibarra no obtuviera los votos necesarios para evitar ser suspendido.
Kirchner lo rescató una vez haciéndose cargo de aquella cuestionada visita de Lorenzo Borocotó a la Rosada, que mucho tuvo que ver con el resultado final en contra del jefe de Gobierno porteño.
Lo concreto es que el “efecto Cromañón” arrastró a Ibarra y catapultó a Jorge Telerman, a quien Fernández no puede ver ni en figurita. Así, el jefe de Gabinete debió resignar el rol de nexo con la ciudad en manos del secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini. Se trata de un pingüino que bajo el título de “Compromiso K” viene armando una estructura propia bajo el paraguas oficial.
Realmente son pocos los que creen que Fernández sea desatendido por Kirchner –de hecho, como se dijo, hace días puso un hombre suyo dentro del Ministerio de Salud– aunque nadie descarta que el Presidente de ahora en más abra el juego a otros funcionarios de la Rosada, en donde hay ruido, acusaciones cruzadas y mucho tufillo a interna.
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