Lunes, 13 de marzo de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
El autor de estas líneas se pregunta si tiene que agregar algo a aquello que decía en esta columna hace poco más de tres meses, cuando se votó el enjuiciamiento de Ibarra. La respuesta es que, en lo esencial, no. Sin embargo, el proceso de destitución permite agregar consideraciones ratificatorias que no están de más.
El repaso obliga a reiterar que, post-Cromañón, Aníbal Ibarra cometió un desacierto tras otro. Que comenzó por borrarse la misma noche de la tragedia; que lo primero que hizo fue encontrarse con los dueños de los boliches; que le escapó a la Legislatura hasta que pudo; que cuando no pudo más se escapó del mecanismo de interpelación; que después convocó a un referéndum popular y no sólo que ni siquiera alcanzó la mitad de las firmas necesarias, sino que al fracasar permaneció desaparecido; que terminó atado con alambre a la apuesta de que uno o dos votos de la Comisión Acusadora lo salvarían del enjuiciamiento, que acabó derrotado por el mismo esquema de salvación que imaginó y que la primera conclusión, por lo tanto, era y es una paradoja que explica todos o la mayoría de los dislates posteriores: en lugar de lo que no hizo o no habría hecho antes de Cromañón, Ibarra pagó el costo por lo que hizo después. Era evidente, también, que no había tomado nota de que una cosa es su falta de responsabilidad penal por lo ocurrido, y otra muy distinta su exhibición de insensibilidad.
Por (la) otra parte, sostuvimos y sostenemos que quienes voltearon a Ibarra lo eligieron con exclusividad; que buscaron el impacto mediático desde una demagogia vomitiva, a la que no le daba rating acusar a policías, bomberos, inspectores, funcionarios ignotos; que entre sus verdugos sobresalía una mayoría de conservadores y mercenarios que participaron y participan en la idea de desvencijar al Estado como no sea para defender sus intereses de clase; que ellos, los privatizadores, los menemistas, los cómplices por acción u omisión de milicos y ratas que edificaron el modelo de exclusión social, que entre otras cosas empujó a los pibes de Cromañón y a otros infinitos pibes a la cultura del reviente, ellos venían ahora a exigir responsabilidad social y castigo a los culpables; que sólo en la Argentina ocurre que un hecho de estas características haga rodar la cabeza de un jefe de Gobierno; que una lógica implacable debería llevar a que entonces renunciara o fuese enjuiciado el ministro del Interior, como responsable de la policía y los bomberos coimeros, y que por carácter transitivo le pasara otro tanto al Presidente de la Nación.
Ahora podría agregarse que a cargo de la destitución quedaron Mauricio Macri, que anda viendo dónde esconderse porque su cálculo (comprobado que la mayoría de los porteños rechaza la caída de Ibarra) no era acabar con el alcalde sino dar testimonio acusatorio; y Elisa Carrió, que obró como una cobarde incapaz de dar una opinión sobre lo que correspondía votar a su bloque (riquísimo el champán con que festejó su legislador Guillermo Smith, al rato de votar en un juicio sobre la muerte de casi 200 pibes). ¿Kirchner, curiosamente prescindente, jugó entonces a que el camino le quede libre para que en la próxima elección capitalina sólo se pueda optar por el candidato que él determine? Para empezar a hablar de cuánto de sano republicanismo tuvo este juego.
Romagnoli, Gerardo. Le cabe ese chascarrillo que Perón usaba sobre un connotado dirigente, aún vivo y muy conocido, de su partido. Decía, Perón: “Fulano es un tipo que cuando va al baño no sabe si entrar al de mujeres o al de hombres. Y cuando decide a cuál entra, ya se meó encima”. Prejuzgó de manera bizarra, dijo que se iba por cansancio moral, se despertó y volvió no se sabe por qué, ratificó que eso era un circo y cuando lo único que le cabía era la abstención, votó por destituir. No habría habido grito en el cielo si el presidente de la Sala Juzgadora le hubiera dicho a Romagnoli “oiga, ¿usted considera probados los cargos sí o no? Usted no está acá, Romagnoli, para solidarizarse o des-solidarizarse con nadie. Si quiere hágalo, pero usted está acá para dar por comprobados o insuficientes los cargos contra el acusado”.
En cuanto al resto, repasar sus trayectorias políticas es moralmente aterrador. Radicales devenidos macristas y luego kirchneristas, peronistas aliados al macrismo, liberales arropados de progresistas. ¿Quién puede creer seriamente que de esa ensalada de prostitución ideológica podía esperarse un juicio serio?
Ibarra es un mediocre inexpresivo que no estuvo a la altura del tiempo y las circunstancias que le tocaron vivir. Igual que el grueso de esta sociedad. No había derecho a destruirlo así. Y justo ellos, esos juzgadores que han vivido para cambiarse de un postor a otro. Es llamativo que algunos no lo adviertan y crean, en cambio, que hemos gozado un fortalecimiento de las instituciones y un límite a la impunidad del poder.
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