EL PAíS › EXCLUSIVO: INFORME SOBRE EL CRECIMIENTO DE LA PASTA BASE EN LA ARGENTINA

“El paco en la clase media es invisible”

La primera investigación en el país sobre el consumo de pasta base muestra que ya llegó a la clase media. También, que su expansión se debe a la proliferación de “cocinas” de cocaína. Los mitos y los prejuicios que dificultan la lucha contra esa droga. Los testimonios.

 Por Cristian Alarcón

El paco no es sólo la droga de los pobres. El paco no mata. El paco es una consecuencia de que el conurbano está lleno de laboratorios de cocaína. Estas son apenas algunas de las conclusiones a las que llega el primer estudio realizado por un equipo de investigadores sobre la pasta base de cocaína (PBC), o paco. En el trabajo de campo –encargado por la ONG internacional Transnational Institute a la Asociación Civil Intercambios, y a cuyo adelanto tuvo acceso exclusivo Página/12– “aparecieron numerosas referencias a una presencia creciente en el consumo de PBC en usuarios pertenecientes a sectores sociales medios”. Los especialistas de Intercambios elaboraron un informe, hoy en su etapa de lectura final en Holanda, en el que queda claro que el paco no es sólo una consecuencia de la miseria sino el efecto del cambio del mercado global de drogas debido a que la Argentina es ahora un país productor y exportador, y no hace otra cosa que vender el desecho de esa producción: el paco.

Durante seis meses, los expertos Victoria Rangugni, Diana Rossi y Alejandro Corda, investigadores de Intercambios, Asociación civil para el estudio y atención de los problemas relacionados con las drogas, produjeron y procesaron la información surgida de cuarenta entrevistas en profundidad realizadas a consumidores, dealers y profesionales en contacto con la problemática del consumo de PBC. “La hipótesis más fuerte es que no hay pasta base sin transformación en la industria de la cocaína. No es que los usuarios encontraron una sustancia nueva; no es que un despiadado hizo aparecer la pasta base para matar jóvenes pobres. Cambia la macroeconomía de la cocaína, se produce más en Argentina y por lo tanto circula más el desecho de la producción. El clorhidrato se envía a los que pueden pagarla en Palermo o Barrio Norte y en grandes cantidades para la exportación. El desecho se vende acá. Se re-territorializa la narcoeconomía y se re-territorializa el consumo”, explica a Página/12 Victoria Rangugni, master en Sociología Jurídica, investigadora del Instituto Gino Germani y coordinadora del estudio de Intercambios (ver entrevista).

Uno de los jefes de la Policía Federal dedicado al narcotráfico lo confirma sin dudas: “Estamos así con el paco porque el país está plagado de laboratorios. El paco es el desecho que queda en la cocina de la pasta base, que cada vez llega más de Bolivia y de Perú para ser procesada acá. No vamos a detener esto, va a ser cada vez peor”. En la Secretaría de Lucha contra la Droga (Sedronar) tampoco lo niegan. “Donde hay laboratorios, hay residuos que no se tiran y se venden. Proliferan porque tanto Argentina como Brasil controlan muy bien que no se le vendan precursores químicos a Bolivia. Pero como el proceso se hace mejor en estos países, desde Bolivia prefieren mandar la pasta base para que se produzca la cocaína acá, donde es imposible controlar la venta minorista de productos químicos a la sociedad”, le dijo a este diario en estricto off the record un funcionario de primera línea de la Secretaría de Estado.

Paco porteño

La geografía del paco construida en sus cinco años de expansión por los reportajes televisivos que lo mostraron sólo como un veneno para jóvenes en situación de extrema exclusión cambia a la luz del estudio. “En el transcurso de esta investigación se obtuvieron reiteradas referencias al uso de PBC de habitantes de la ciudad de Buenos Aires de sectores medios en barrios como Colegiales, Belgrano, Boedo, Almagro y Montserrat. Ese uso no se realiza en la calle, ni está a la vista de ‘todo el mundo’”, detalla el resumen de la investigación que será publicada completa en julio en Buenos Aires y Holanda por el Transnational Institute, a través de su Programa Drogas y Democracia.

Claro que los jóvenes de clase media que consumen PBC no lo hacen en las mismas condiciones que sus congéneres más pobres. Los diferencia:

- El cuidado físico posterior al consumo.

- La privacidad en el consumo.

- La posibilidad de elegir a quién se la compran por su calidad.

- Una modalidad de compra menos expuesta: el delivery. Uno de los entrevistados dice: “Llamamos por teléfono, te citan en una esquina y te la dan ahí, como otras drogas”.

- Y sobre todo las condiciones de vida que los hacen menos vulnerables.

Para los expertos que escucharon a estos consumidores queda claro que los “paqueros” pobres viven en condiciones tan precarias que la muerte está muy próxima: “Pueden morir por el paco o por muchas otras razones, el paco es una más. Por lo tanto, es falso que el paco en sí mismo es el que mata. La prueba está en que entrevistamos a varios usuarios de clase media que no se van a morir y no van a llegar tampoco a ser como el de la villa. Es muy probable que jamás alguien se dé cuenta de que consume paco y no otra sustancia. El paco en la clase media es invisible”. Una de las herramientas que el estudio aporta para el diseño de políticas preventivas o de reducción de daños en el uso de esta sustancia es el hecho de que existen usuarios visibles o muy visibles, como los chicos de las villas miserias que lo hacen al aire libre, en esquinas o rincones del barrio y lo compran a vecinos “comunes” que “trabajan” de vendedores; y existen otros que no son visibles.

Ducha y leche

En son de derribar mitos, el estudio revela no sólo que el paco es una sustancia que circula por barrios acomodados de la Capital sino que además en esos sectores el consumo no es tan compulsivo y destructivo como en los de menos recursos. “Si bien en torno del consumo de PBC se han construido imágenes estereotipadas de un usuario pobre, joven, que hace un uso descontrolado de paco y que en pocos meses muere, la investigación que realizó Intercambios muestra que (como sucede con otras drogas) hay usos más ‘controlados’, menos compulsivos o incluso situaciones que permiten reducir o detener el consumo”, dice una de las conclusiones a las que arribó el equipo de investigación.

Uno de los consumidores que cuenta su relación con la droga explica que fuma como máximo dos veces por semana cuando se siente “bajoneado” como un “desahogo”. Cuando el encuestador le pregunta si cuando fuma PBC también toma alcohol, el entrevistado, un hombre en los 40 años, contesta: “No... porque me encierro en mis músculos, quiero pasarla tranquilo, escuchar música, nada... Lo hago en la casa de un amigo”. Los expertos cuentan el caso de un usuario que vive en un barrio de clase media de la ciudad de Buenos Aires y que insiste en diferenciarse diciendo: “Nosotros tenemos un buen mambo, fumamos tranquilos, escuchamos música, a veces estamos hasta las 6 de la mañana”.

–¿Cuál es la modalidad de uso de los sectores medios?

–Es evidente –sostiene Victoria Rangugni– que tienen mayores posibilidades de controlar el consumo. En general conocen más de drogas. No son tan jóvenes. Distinguen el consumo de fin de semana, el poder parar y el “rescatarse”. Cuentan por ejemplo que en determinado momento ellos deciden volver a su casa –en general viven con la familia o los padres– y dormir, tomar leche, alimentarse bien, darse una ducha, y en todo caso después volver de gira. Eso implica una regulación, un cuidado, no están todo el día de gira y no dejan todo por el paco.

Comercio masivo

Entonces, el paco no mata, el paco no es la droga de los pobres, el paco da trabajo. En tren de desafiar el sentido común y el estereotipo mediático sobre las características de la sustancia, el trabajo de Intercambios también señala que así como la droga resulta invisible en la clase media, es de una visibilidad extrema en las villas a las que ha “inundado” y se presenta como una oportunidad de empleo. “La venta de PBC puede haberse convertido en una posibilidad de supervivencia frente a las condiciones de extrema pobreza en la que se hallan vastos sectores de la población en el AMBA”, dicen las conclusiones. “No obstante –aclaran–, esto no implica la aceptación de dicha actividad en el barrio. Se han verificado diversas confrontaciones con quienes conviven en la misma zona: los compradores mismos o familiares de usuarios de PBC.”

–¿Cómo notan este fenómeno?

–Esto no pasaba con otras drogas –sostiene Rangugni–. Antes el que vendía cocaína era el puntero, el dealer conocido por todos, como un caso aislado dentro un barrio, no como la norma. Ahora se vende casa de por medio. Es gente común, gente que quiere ganarse el pan y no tiene otra forma. Eso es lo que permite que se haga tan visible el paco.

Más allá de las diversas hipótesis que abre el estudio –un crecimiento extendido del consumo de PBC sin distinción de clase– todo apunta a su masividad. Esa masividad no es la misma que la del consumo de marihuana o cocaína, en crecimiento según las últimas estadísticas. Se trata en este caso de una masividad presente también en la forma de comercialización. Es, según se desprende de la información procesada por los expertos, una variante cuentapropista, como el pequeño kiosco informal de los barrios. En general, en las villas donde está omnipresente, se vende en locales caseros que son además verdulerías o almacenes. “Nos relatan que en algunas de las villas en que el paco se ha vuelto común no es raro ver que abundan los carteles de ‘se vende’ –revela Rangugni–. Eso no quiere decir que de pronto hay un auge del negocio inmobiliario. Quiere decir que allí se vende paco.”

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