Miércoles, 18 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › LA PELEA DE PATOTAS SINDICALES ARRUINO EL TRASLADO DE LOS RESTOS DE PERON
Hubo una batalla campal entre patotas del sindicato de camioneros y de la Uocra, que incluyó disparos de armas de fuego y dejó un saldo de 50 heridos. Por los incidentes, el Presidente no participó del acto. En medio del caos, los restos de Perón fueron colocados en el mausoleo levantado en San Vicente.
Por Diego Schurman
Una batalla campal entre patotas gremiales empañó ayer el traslado de los restos de Juan Domingo Perón a la quinta 17 de Octubre, en la localidad bonaerense de San Vicente. Los violentos episodios, que dejaron un saldo de más de 50 heridos y que incluyeron disparos de arma de fuego, motivaron la ausencia de Néstor y Cristina Kirchner, quienes pensaban presidir la ceremonia.
El féretro de Perón partió desde el cementerio de la Chacarita, se detuvo algunas horas en la CGT y continuó su trayecto, seguido por una caravana de autos hasta el moderno mausoleo construido para homenajearlo en San Vicente.
En el Día de la Lealtad lo único que primó fue el pase de facturas. En la Casa Rosada –donde el Presidente anoche analizó el tema con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el ministro de Interior, Aníbal Fernández– se puso la mira en Eduardo Duhalde, mentor del “operativo traslado”, por el fracaso organizativo. No hubo, de todos modos, ningún parte oficial.
Los incidentes tuvieron como protagonistas a los afiliados de los gremios de la construcción y de camioneros, quienes pugnaban por una posición privilegiada frente al escenario cuando los restos de Perón aún se encontraban en camino.
A las 15.30, entre los seguidores de Hugo Moyano que habían sido desplazados hacia una de las entradas apareció un hombre con un revólver, apuntó y disparó varios tiros. Hubo impactos en uno de los portones de entrada. Anoche lo identificaron como Emilio Miguel Queiroz, custodio y chofer de Pablo Moyano, el hijo del titular de la CGT. La policía informó que no hubo ningún herido de arma de fuego. La reyerta obligó a los muchachos del líder camionero a replegarse en las afueras de la quinta. Se vio allí a jóvenes con puñales.
La gresca también se observó por una pantalla gigante, apostada a dos cuadras del lugar, que proyectaba la transmisión en vivo del canal de cable TN. Al ver la imagen muchos dieron media vuelta y emprendieron el regreso, incluso aquellos que venían de parajes lejanos. Los que no se convencían con las imágenes bajaban la guardia cuando veían a padres con sus chicos en brazos alejándose raudos e indignados.
–¿Qué pasó? –preguntó un periodista.
–Es que le partieron una botella de cerveza en la cabeza a uno y respondió –contestó el titular de la seccional La Plata de Uocra, José “Pata” Medina.
Anoche, un comunicado del gremio –que tiene historia de enfrentamiento con los camioneros (ver aparte)– desligaba a los suyos de los incidentes y, en cambio, señalaba a supuestos infiltrados que se cubrían la cara.
A media cuadra de la quinta, en el Club Deportivo San Vicente, decenas de efectivos de la Guardia de Infantería se mostraban estáticos aguardando la orden de algún superior. Delante de sus narices pasaban los camioneros con heridas de batalla.
–Ehhh, algunas ganamos, otras no toca perder... –se resignó un mastodonte, con unos cuantos dientes menos y un tajo en la frente de la profundidad de un hachazo.
El orgullo de ese camionero, con su remera “ayer, hoy y siempre con Perón” de vivos blancos, verdes y rojos –de sangre–, casi le impide subirse a la ambulancia camino a unos cuantos puntos de sutura. Sus amigos lo persuadieron de la necesidad de ceder y aceptar la recomendación del traslado.
A esa altura, la decisión de Kirchner de no participar de la ceremonia ascendía de categoría: de rumor saltó a versión oficial. Ni esta noticia ni la inquietud por saber en qué lugar del recorrido se encontraba el féretro de Perón cambió un ápice la actitud beligerante de la concurrencia.
La esquina de Lavalle y Eva Perón, uno de los vértices de la quinta, fue el segundo campo de batalla. Desde afuera, los camioneros hicieron llover palos y piedras hacia dentro, donde se apiñaban los trabajadores de la construcción. Se dijo que también había piqueteros K, algo improbable tratándose de un acto organizado por el peronismo ortodoxo.
Los más atrevidos apoyaron las vallas sobre los muros, a modo de escalera. Y treparon hasta lograr asomar las cabezas y lanzar gritos de guerra, como los de las barras bravas en la cancha. Las ambulancias hicieron cola para llevarse a los contusos, la mayoría con cortes en el cuero cabelludo. No parecía oportuno el cartel de la entrada con su risueño “Bienvenidos a la Casa de Eva y Perón”.
–Vamos tortugas ninjas, hagan algo –gritó uno camionero, fuera de sí, cuando, después de larguísimos minutos, comenzó a moverse la Infantería.
Los gases lacrimógenos disparados hacia uno y otro lado del muro dispersaron a los luchadores. Atrás quedó un policía, a quien literalmente molieron a golpes, y también algunos trabajadores de La Plata, identificados con la Uocra y el ex funcionario duhaldista Antonio Arcuri.
–¡Esto es una provocación, es una provocación! –entró gritando por la Puerta 2 del predio un desorbitado Julio Piumato. El sindicalista se había adelantado a la caravana para constatar en persona lo que le llegaba con cuentagotas por terceros. En la quinta no había buena señal en los celulares y los organizadores acusaban incomunicación.
Hubo una amague de suspensión. Además de Kirchner se anotició de que tampoco irían el gobernador bonaerense Felipe Solá y el ex presidente Raúl Alfonsín. El esfuerzo por convertir la marcha peronista en un bálsamo no surtió efecto. La pasaron unas cincuenta veces, a todo volumen, pero buena parte de la concurrencia seguía cebada. El alcohol –el césped era un cementerio de botellas y tetras vacíos– acompañó la jornada.
La cureña con el féretro de Perón se demoraba. Desde el micrófono, Jorge Pirotta pedía paciencia. El hombre de las 62 Organizaciones hacía tiempo mencionando a cada dirigente que se sumaba al estrado. Gobernadores, diputados y sindicalistas aguantaron estoicos los insultos de los más revoltosos. El Tula acompañaba el martirio con su bombo. De fondo, el interminable ruido de los helicópteros policiales que patrullaban desde el aire.
A las 17.30 comenzó el ingreso del jeep militar que remolcaba el féretro. Allí estaba Moyano y Omar Viviani, del gremio de los taxistas, saludando con las dos manos alzadas, a la usanza de su jefe máximo. De cerca miraba atento Alfredo Péculo, dueño de la Cochería Paraná, con un traje que lo hacía sobresalir del resto.
La gente se abalanzó sobre el circuito vallado para ver el paso lento del cajón, que se mantenía cubierto con una bandera argentina. Hubo llantos y gritos desencajados entre los más grandes, y gritos de “Perón, Perón” entre los más jóvenes. Estuvieron los que se retrataron con las cámaras de sus celulares. Y también turistas ávidos de palpar eso que tanto leyeron en los libros de historia.
La tranquilidad duró lo que la luz de un fósforo. Apenas la cureña se detuvo frente al estrado, volvieron los forcejeos. Otra vez los de la Uocra comenzaron a correr a los camioneros munidos de palos. “Ni yankees ni marxistas, pe-ro-nistas”, empezaron a entonar los dirigentes desde la tribuna, buscando detener lo que no podía la Infantería. “Olelé, olalá, si ésta no es la Uocra, la Uocra dónde está”, se envalentonaron los muchachos mientras el monseñor Agustín Radrizzani bendecía los restos negando lo que sucedía unos metros más allá.
“Que la paz la traiga el general Perón”, remató segundos después Brígida Malacrida de Arcuri, en un discurso que de tan corto podría figurar en el Guinness. Estar allí parecía una carga. Cuando Moyano tomó la palabra, recibió una rechifla como nunca antes le había ocurrido. Estaba más visitante que nunca. “Moyano, hijo de puta, la puta que te parióooooo...”, le dedicaban desde abajo mientras le tiraban piedras y palos. Algunos de ellos impactaron de lleno en el atril.
El titular de la CGT los calificó de “idiotas útiles” y no pudo extender mucho más allá su arenga. “Hemos cumplido, mi general, a pesar de los imbéciles”, se despidió el camionero. Coincidió con Gerónimo Venegas, el líder de las 62 Organizaciones –el brazo político de la CGT– en que el homenaje culminará cuando puedan trasladar al lugar los restos de Evita, algo que por ahora resulta improbable debido a la oposición de la familia Duarte.
Presentado como el “decano del peronismo”, Antonio Cafiero cerró los discursos. Mantuvo la idea de la misión cumplida y se enfrascó en el amor de Perón por la naturaleza y los animales. A metros, en medio de la naturaleza, muchos se trataban como animales. “No me aflige tanto, es inevitable cuando se juntan más de 500 mil personas”, exculpó el único ministro de Perón vivo.
–Pero hubo uno que disparó cuatro veces –lo alertaron después.
–¿Y? ¿Mató a alguno? –minimizó.
En un santiamén, todos se bajaron del estrado y acompañaron los restos del máximo líder peronista hasta el catafalco. Recién cuando se produjo la desconcentración, la paz volvió a reinar en el lugar donde Perón pidió descansar.
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