Lunes, 5 de marzo de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Empecemos por el discurso de K en el Congreso. No se extenderá demasiado porque lo otro, lo del otro, fue muy fuerte desde un plano que, quizá, no se abordó debida o suficientemente.
Las cosas que planteó y propagandizó K, frente a la Asamblea Legislativa, son motivo de análisis. Suena elemental, pero no lo es tanto. Hacía rato que un discurso presidencial, al menos en ese ámbito, no despertaba tal necesidad. No fue como en el tiempo de la rata, cuando no importaba lo que el Presidente dijera porque sólo se trataba de adscribir a si al frente del país se erigía un muñeco pragmático, adaptado al ritmo mundial, o tomar nota de que un desgraciado estaba rematándonos al mejor postor. K, por lo menos, reinstala cierta importancia del papel del Estado y le deja algún lugar a la política desde algunos gestos y actitudes progresistas. Por obra de su convicción, o por la de un oportunismo adaptado a circunstancias mundiales y latinoamericanas que no hacen conveniente mostrar un ideario de derecha. La rata se podía dar ese lujo por humores epocales. Kirchner no.
El centro del discurso presidencial, era obvio, lo dio la exhibición (la palabra calza justo en su sentido de show) del andar económico del país. Es muy probable que el fárrago numérico desplegado por K contenga exageraciones demagógicas, y de hecho algunos especialistas señalan serias deficiencias de cálculo metodológico. Son cifras cuya disección no está al alcance del común de la gente, y tampoco tiene mucho sentido enroscarse en la polémica con los economistas. Lo concreto es que sólo a un loco se le ocurriría negar que Argentina muestra signos muy importantes de recuperación, ayudada por un marco internacional formidablemente benéfico. Y sólo un loco de remate puede suponer que un jefe de Estado, en campaña, es capaz de dejar pasar semejante oportunidad para mostrarse rebosante de optimismo. El coro de críticas opositoras, en ese sentido, fue lamentable. La interpretación de los números, y hasta los números mismos, son susceptibles de discusión. Pero el cuadro general y la sensación popular, no. “La gente” siente que se está mejor y ningún cuestionamiento a las cifras oficiales, por más serio que sea, tiene con qué dar vuelta eso. Porque así se siente y porque las cifras, al fin y al cabo, no interesan por su exactitud sino como elemento indicativo.
Si es por entrarle duro o con mayor seriedad, el discurso de K en el Congreso (y no sólo allí) ofrece flancos mucho más atractivos. Empezando por su recurrente crítica a cierta prensa y periodistas que, dijo textual, no resisten un archivo. Tiene toda la razón del mundo, pero el problema es que K tampoco resiste un archivo. Basta acordarse, como algunos pocos lo hicieron notar, de su papel decisivo en la privatización de YPF (para no abundar). Y algunos escalones por debajo viene la bravata torpe que le despachó al aguachento presidente uruguayo. ¿Qué necesidad había de utilizar nada menos que ese ámbito parlamentario para hacerse el guapo con uno de los temas más enrevesados de la política exterior, y en medio de la gestión de un enviado externo? ¿Para qué esa bravuconada? ¿Para ganar tiempo de simpatía entre vecinos de Gualeguaychú, que ya responden sólo a una inercia tan comprensible como irreductible? ¿No era mejor, en todo caso, destinar algún gesto firme pero conciliador? ¿No era mejor tratarlo de otra forma, sabiéndose como se sabe que la planta de Botnia no tiene retorno porque inclusive ya comenzó a operar?
La lista de aspectos y puntualidades cuestionables no termina allí. Ni eso ni la certificación de que, por más clima social favorable o conformista que lo contenga, el oficialismo no consigue mover un pelo de movilización. No fueron cuatro gotas las que cayeron el jueves sobre Buenos Aires, pero es un diluvio peor que ni siquiera arrastrando gente en micros hayan evitado un pingüino inflado como toda manifestación de apoyo. Y también es cierto que la oratoria presidencial dejó tela positiva. ¿O acaso se puede dejar de valorar para bien la ratificación de seguir adelante con el juicio y castigo a los genocidas?
Sin embargo, y lamentablemente, cualesquiera de estos señalamientos acerca del discurso de K, o de lo que K escenifica, o de lo K miente u oculta, resulta empalidecido y hasta inútil (es sólo una forma de decir, o no), por la obviedad que perpetró el candidato principal de lo que con mucha benevolencia puede llamarse “oposición”. El tipo sólo es elegible por Capital, pero en proyección alternativa es, casi, el único nacionalizable a la vista. Lo que sigue ya fue señalado hasta el agotamiento aunque con una mirada meramente “costumbrista”, displicente con las bajezas electorales, que obliga a intentar alguna profundización. Y más allá, por supuesto, de un arrepentimiento imposible de juzgar como sincero.
La foto de Macri en un basural porteño, usando para su lanzamiento, sin el menor escrúpulo, a una imberbe miserabilizada, cruzó todo límite. No porque no pudiera ser previsible que se animara a eso, y mucho más siendo que es una figura con muy pocos ingredientes de seducción natural. Tiene serios problemas de dicción concheta que no logra corregir, su simpatía es forzada y porta una imagen de garca todavía más fuerte que lo que pudo mejorar el trabajo de sus asesores. Así que no hablamos de la foto per se, sino como expresión de un arco opositor que no tiene respuestas para nada. El principal contendiente de K se remite a la pornografía de usufructuar una pendeja de ocho o nueve años, desde una posición ideológica que es la que dejó a esa pendeja ahí, en ese basural, en esa mierda. La síntesis tal vez inmejorable, para hacer descriptible esa bajeza, provino de Rudy y Daniel Paz, en este diario, como autores de la escena donde Macri dice que se sacó esa foto porque es la única de que dispone fuera de Punta del Este. Uno ve esa foto y va más allá del significante de su demagogia electoral. Porque piensa en el significado de lo que moral y políticamente tiene para ofrecer la primera figura del elenco opositor.
Macri lanzándose en un basural, con una nena al lado, da la pauta del debate político de este país. Con un oponente así, K puede darse, entre otros, el lujo de decir lo que se le cante ante una Asamblea Legislativa.
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