Viernes, 3 de agosto de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
“¿Cuándo entenderán los hombres que es inútil que un hombre lea su Biblia si no lee al mismo tiempo la Biblia de los demás?”
Gilbert K. Chesterton, El candor del Padre Brown.
Parca fue la información oficial, desde ambos lados de la mesa, sobre la reunión entre el “César” (¡perdón!) Mauricio Macri y el cardenal Jorge Bergoglio. Los trascendidos clericales ya llegarán, la jerarquía tiene sus voceros mediáticos. No hubo conferencia de prensa ulterior ni diálogo con periodistas y nadie se indignará por esa carencia, que se recrimina enfáticamente a otros protagonistas políticos.
El encuentro se divulgó en simultáneo con una (llamativamente) sincera carta del purpurado, que contiene una acerba defensa corporativa del clero, frente a los medios.
Cuando hay un jesuita de por medio, nadie puede creer en casualidades o en distracciones: la nota y la reunión son, en combo, un mensaje dirigido a la opinión pública en general. También hay una señal hacia el gobierno nacional. Como es conspicuo, el presidente Néstor Kirchner no se reúne con Bergoglio porque éste no se lo pide. O, por mejor decir, porque el cardenal considera que no debe pedírselo, que el César debe acudir a la morada de la Iglesia, como hizo ayer Mauricio. Enunciemos una verdad geométrica, la distancia entre “A” y “B” es idéntica a la que media entre “B” y “A”. Pero, en mares políticos, esa regla no es aplicable. Lo que se dirime no es, precisamente, cuál es la distancia más larga.
El encuentro, cuya sobriedad y modestia de intenciones serán ensalzadas por sus asistentes y corifeos, se inscribe en coordenadas locales, nacionales y mundiales, que merecen un repaso fugaz. La más obvia es el cambio de autoridad (y de signo político) en la Ciudad Autónoma. Es una buena nueva para los dos contertulios que charlaron ayer pero los halla en distinta situación. A Macri lo encuentra en ascenso, tout court. Para la jerarquía de la Iglesia católica argentina es éste un trance de decadencia y asedio a sus fortalezas. Se percibe hostigada en un momento civilizatorio con crecientes tendencias a la secularización, a ampliar las libertades de género, a develar los abusos de autoridad (incluyendo a la autoridad eclesiástica y a los abusos sexuales), a la libertad de expresión. Esos cambios culturales son leídos por buena parte de la cúpula eclesiástica, tanto en Roma como en Buenos Aires, como agresiones y persecuciones. Una visión entre sectaria y paranoica enlaza el avance de las uniones civiles, las exposiciones de León Ferrari, las denuncias y juicios contra sacerdotes u obispos por perversas conductas sexuales. Los atribuye a una conjura, un plan deliberado, expandido en el mundo, con algunos epicentros notables: la España de José Luis Rodríguez Zapatero, Estados Unidos, la Argentina, su ciudad capital.
La misiva de Bergoglio expresa ese punto con sorprendente franqueza. No discute que haya pecadores en sus filas, no asume su defensa específica. Se indigna por el modo en que se difunden sus faltas. En llamativo parangón con lo que hacen tantos gobiernos, incluido eventualmente el nacional, adoctrina a los medios acerca de cómo deberían editar: privilegiando la santidad, olvidando a las ovejas descarriadas.
Desde una lectura ingenua podría sugerirse que el cardenal se interna en un terreno perdedor, sólo una irrisoria minoría de “la sociedad” cree que debe cubrirse con mantos de olvido las conductas de Julio Grassi o Edgardo Storni. Pero Bergoglio no busca persuadir mayorías sino abroquelarse en una posición defensiva, pero afirmativa de identidad. Tal ha sido la línea dominante durante el papado de Juan Pablo II, remachada durante el de Benedicto XVI.
La ciudad tiene otros issues de interés para la jerarquía, amén de su modernización y ampliación de márgenes de tolerancia. Uno de ellos es la educación privada que recibe desde hace más de medio siglo enormes aportes del estado. Justo es decir que Jorge Telerman alimentó generosamente esos rubros, en uno de sus tantos quid pro quo con el macrismo. Es dudoso que se haya abordado ese punto ayer, seguramente se lo habrá dejado para más adelante. La asignación de recursos será un tópico de agenda cotidiana, amén de los contenidos y la educación sexual. Un detalle quedó pendiente de la campaña, los afiches de “Mauricio” y “Gabriela” no propugnaban la educación pública para todos, sino la “gratuita” para todos. La educación religiosa puede ser gratuita, si el fisco paga los costos.
Esas cuitas son añejas, consuetudinarias. El encuentro entre Bergoglio y Macri acontece mientras se desarrolla un hecho tan novedoso como histórico. Es el juicio oral y público que pone en el banquillo de los acusados al cura Christian von Wernich. Acusado de crímenes horrorosos, violatorios de principios básicos de la humanidad, el hombre conserva su condición sacerdotal. Como suele hacer con sus pares implicados en tropelías sexuales, la jerarquía apenas lo mudó de diócesis.
La cúpula eclesiástica calló toda consideración sobre ese juicio, que es parte de la afanosa búsqueda de verdad y justicia que, a trompicones, ha emprendido la sociedad argentina. Es muy difícil imaginar que Bergoglio lo excluya de su diatriba contra la difusión de noticias que resaltan “el escándalo y el pecado” vs. “la santidad”.
La palabra “reconciliación” que la derecha argentina usa (sin asumirlo) como sinónimo de impunidad no figuraba en la escueta información suministrada ayer. Quizá se la desempolve muy pronto. Poco falta para que el César asuma, menos aún para que se dicte sentencia en el proceso contra Von Wernich.
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