Sábado, 12 de enero de 2008 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán
El regocijo de la bienvenida para Clara y Consuelo, liberadas por las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) luego de mantenerlas cautivas por seis años, y también de Emmanuel, el niño que pasará de ser expósito a los brazos amorosos de su madre biológica, recorrió el planeta montado en la primera plana de las redes mediáticas globalizadas por las tecnologías de la comunicación. Las emociones despertadas por el acto, anunciado para fin de año pero que se hizo efectivo recién el jueves 10, volvió a demostrar el valor de la libertad para la condición humana y la energía inmensa contenida en las sustancias del llamado derecho humanitario. Parecía imposible lograr la seguridad para que un comando de los rebeldes pudiera emerger de la selva y regresar a ella después de entregar a las dos prisioneras, dado el número y los recursos de tropas legales y paramilitares que buscan su aniquilación. Hizo falta mucha voluntad política de todas las partes con capacidad de mando y, sin duda, el compromiso solidario de Sudamérica y de Francia, con el presidente Hugo Chávez al frente, respaldado también por Cuba, reconocido por los guerrilleros como interlocutor válido. Desde las liberadas y sus familiares hasta el mismo presidente Alvaro Uribe de Colombia reconocieron el decisivo aporte del mandatario venezolano para el éxito del operativo de rescate.
Más allá de las controversias que despiertan su estilo tropical y sus definiciones ideológicas, Chávez demostró, con el referendo que perdió, la determinación democrática de respetar al veredicto de las urnas y, con lo que él denominó “Operativo Emmanuel”, la capacidad para contribuir a la pacificación regional, pese al asedio hostil de Washington. Son méritos mayores a los de otros gobiernos que reciben continuas alabanzas por su adhesión a las influencias norteamericanas. La recuperación de Consuelo y de Clara y su hijo fue una consecuencia residual de una gestión más amplia del venezolano –abortada por Uribe y la maraña de intereses facciosos involucrados, en primer lugar la Casa Blanca– para realizar un canje de prisioneros entre el gobierno colombiano y las FARC. Hoy en día, esa gestión está latente y aumenta el número de los que están dispuestos a seguir intentándola, incluida la presidenta argentina, alentados por un resultado en el que muy pocos creían. Ningún vaticinio está garantizado, pero no es un dato menor que la preservación de la vida y de la libertad de las personas ocupe un sitio entre los objetivos prioritarios de la región.
Estas satisfacciones, por supuesto, no alcanzan para opacar los problemas que la región y cada país tienen por delante cada día. En los últimos días, los pobladores de diversas fracciones del área metropolitana de Buenos Aires fueron perturbados por cortes de luz y escasez de agua, justo cuando las temperaturas del verano trepaban a niveles más que agobiantes. En lugar de negarlo, por suerte, el gobierno reconoció las flaquezas energéticas y propuso algunas medidas para aliviarlas (reducción del consumo, cambio de hora, provisión de lámparas de baja demanda, modificaciones en el alumbrado público, etc), que ya comenzaron a implementarse en distritos testigos. Es posible que sean insuficientes, pero es un paso importante que la Presidenta en persona reconozca el déficit y encabece la campaña del alivio.
El jefe de Gabinete, en cambio, renuente a modificar las prácticas argumentales del período anterior, prefirió explicar la crisis por el brusco aumento de la demanda, entre otros motivos debido a la mayor cantidad de aparatos de aire acondicionado activos, y por deficiencias en la red de distribución. Habló, inclusive, de ser víctimas paradójicas (los gobernantes) de la reactivación económica, cuando en realidad las únicas víctimas reconocibles son los hogares y comercios afectados por los cortes. El ministro Fernández, Alberto, debería explicar los motivos por los cuales el Estado que promueve esa reactivación no planifica, al mismo tiempo, sus probables consecuencias ni ejerce el control debido sobre las empresas concesionarias para que inviertan en la renovación de equipos y cableados a fin de mejorar los servicios.
Desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia, los voceros oficiales hablan de una revisión a fondo de las concesiones otorgadas, muchas en condiciones viles, durante el remate de los años 90. Aunque en algunos sectores los servicios mejoraron desde que dejó de administrarlos el Estado y otros siguen tan malos como siempre, la verdad es que los beneficios se los llevan los concesionarios pero los costos, en buena proporción, siguen financiados por el tesoro público, o sea por el esfuerzo de los propios usuarios. El transporte público, que acaba de aumentar las tarifas, en particular los ferroviarios, son otro ejemplo de la incapacidad estatal y privada para atender como es debido a quienes hacen los mayores aportes para su existencia y rentabilidad.
Es cierto que el primer mes del nuevo período Kirchner no le dio respiro por la sucesión de problemas, algunos heredados, otros provocados con deliberación y algunos de la propia gestión. El rumor de la calle no cambió de opinión sobre el voto del 28 de octubre, pero es cierto que por ahora se nota más la continuidad, con todo su desgaste, que el cambio anunciado durante la campaña. Las apariciones públicas de Néstor K., primero para denunciar la maniobra de la valija, y luego en el “Operativo Emmanuel”, han contribuido a reforzar esa imagen de la continuidad. Por cierto, algunos rasgos de la cultura machista en la política influyen en la percepción de esa presencia, puesto que en el anterior mandato Cristina Fernández estaba al lado del Presidente, lo mismo que Néstor ahora, pero nadie le atribuía a ella las decisiones del marido. Está mal, como tantas otras cosas, pero es un dato de la realidad y, aún para modificarla, primero hay que reconocerla.
En algunos ambientes empresarios, sindicales, diplomáticos y en las segundas o terceras líneas del oficialismo, circula desde hace varios días la versión de una reorganización del gabinete en marzo o abril que, sin hacer demasiados cambios para no inducir la idea de un quiebre, tenga la dimensión necesaria para que la mayoría reconozca que Cristina pondrá su sello personal a la gestión, tal vez con la plenitud que tiene ahora pero sin apariencias mal entendidas. En la misma línea de supuestos, volvió a reflotar la supuesta fusión de Acción Social y Salud en un solo ministerio y, a manera de evidencia, enumeran los secretarios de Alicia Kirchner que pasaron al gabinete de Graciela Ocaña y los de Salud que viajaron en sentido contrario. En las ancas de esos mismos rumores llegó en los últimos días, de la propia boca del interesado, la noticia de un presunto retorno a la burocracia oficial de Luis D’Elía, fervoroso simpatizante de la revolución bolivariana y de Irán, con lo cual se ganó la hostilidad de la colectividad judía, a la que la Presidenta respeta y halaga cada vez que puede. Más allá de la picaresca política, en algunas de esas corporaciones se escuchan voces que afirman que es tiempo de atenuar los exaltados elogios a la gestión pasada, porque ya pasó, y que los comentarios oficiales dejen de vivir de esos gratos recuerdos y comiencen de una vez a poner el acento en sus propuestas para los próximos cuatro años.
Sería deseable que esas proposiciones no reconozcan influencia alguna en las que se le ocurren al secretario Moreno, que logró quitarle credibilidad a las estadísticas del Indec pero los precios siguieron aumentando, en algunos casos de manera escandalosa como en la mayoría de los centros veraniegos, y que ahora revolvió el arcón de los espectros del gorilismo más rancio para elaborar su aporte al control energético. Moreno quiere que los conserjes elaboren informes escritos sobre los hábitos de consumo eléctrico de los vecinos, pensando quizá que el sindicato que los agrupa ejerce adhesión carnal a la línea “K”. En la mitad del siglo pasado, una de las leyendas negras que propagandizaba el antiperonismo más enconado sostenía que el servicio doméstico y los porteros formaban parte del espionaje oficial. Por lo demás, el funcionario debería actualizar sus niveles informativos: en la época de la facturación computarizada y cuando desde una computadora doméstica se puede ingresar a la visión satelital de los mapas más detallados, en tiempo real, de cualquier lugar del mundo, obtener la información que busca es más fácil de lo que parece. Por supuesto, para realizar su tarea un operador cibernético no necesita militar como el sindicato de encargados de edificio.
Por cierto, hay tradiciones que prescriben y otras que perviven aunque ya nada las justifique. Para algunos adscriptos al peronismo, mientras más nuevo más encendido, las clases medias siempre han estado en la otra vereda, pese a que la historia indica otros matices. Sin el aporte de jóvenes de las clases medias, la militancia peronista de los años 70 no hubiera alcanzado las dimensiones que tuvo. En la Capital y en algunos otros centros urbanos, el peronismo nunca logró una fidelidad constante, como se pudo ver en los comicios del año pasado, sobre todo con el 60 por ciento de los votos que obtuvo Mauricio Macri, aunque su candidato presidencial anduvo en el 10 por ciento. El oficialismo sólo tiene en cuenta el resultado más impactante y se opone al jefe de la Ciudad casi como un reflejo. Así lo hizo con la intervención a la obra social de los empleados municipales, que preside Patricio Datarmine, un sindicalista que inició su carrera en la CGTA, liderada por Raimundo Ongaro, cuando era un muchacho que corría al lado del camión recolector de residuos levantando las bolsas domiciliarias. En esa época, el sindicato estaba en manos de Pérez Leirós, un heredero de la “revolución libertadora”. Con un discurso encendido contra los “elefantes blancos” (antigua denominación de “los gordos”), Datarmine subió los escalones que lo llevaron a donde está hoy.
Cada cual tiene derecho a pensar esas trayectorias con su propio cristal, del mismo modo que la de Macri, pero entre los porteños la opinión predominante sobre los empleados municipales, no es buena. Es bastante probable que Macri no tenga las mejores respuestas a esas impresiones porteñas, pero la peor opinión es el silencio. ¿Cuando acuden a la justicia para que pare la intervención, los kirchneristas a quién están defendiendo? ¿Si no se presentan a la Legislatura, cómo rebatir los argumentos del macrismo y, antes que nada, dónde presentarán sus propuestas superadoras? A lo mejor no las tienen y sólo quieren oponerse a Macri, sin advertir que eso los estaciona del mismo lado que los burócratas sindicales que forman parte de una de las corporaciones más antiguas y cerradas, capaz de atormentar a este gobierno como casi ninguna otra si siente en peligro sus privilegios. La lógica política indica que la gestión del macrismo decepcionará a buena parte de sus votantes, por lo menos a la que se considera pragmática y progre, pero el oficialismo no será heredero del desencanto, porque con este tipo de posiciones ellos habrán defraudado antes a los vecinos de la ciudad. La libertad de elegir forma parte de ese conjunto de libertades que hoy flamean en la región: vale para liberar prisioneros políticos como para decidir sobre la organización sindical. La coherencia es una virtud deseable para un buen gobierno.
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