Sábado, 12 de enero de 2008 | Hoy
Más allá del Faro de Punta Mogotes, las más jóvenes revolotean alrededor de los vendedores, que ofrecen desde mallas de lycra hasta espejitos de colores. En los paradores, a la noche hay tragos gratis para los habitués, para esperar la puesta del sol en la playa.
Por Carlos Rodríguez
desde Mar del Plata
Los dos hombres caminan con dificultad sobre la arena blanda. Son viejos amigos. Por amigos y por viejos. Uno vive en Mar del Plata y el otro llega cada verano, desde Mendoza. “Nos conocemos desde la secundaria. ¿Te imaginás?” Aunque rondan la barrera de los setenta, ni Rodolfo ni Martín han perdido las mañas. “Si mantenés nuestros apellidos en el anonimato, te confesamos que venimos a ver culos. Así de simple”, confiesa Rodolfo, luego de tirar una mirada cómplice y poner cara de revelar un secreto de Estado. La suya es una verdad al desnudo, a la vista de todos, que se pone a la altura de unas playas donde las bikinis guardan tesoros. Aunque todo parece indicar que ya no está para esos trotes, Rodolfo –sobre todo él– gira más de una vez sobre sí mismo a la velocidad de la luz, para seguir el recorrido de alguna belleza que pasa. Rubia, morena, pelada, lo mismo da. En las playas al sur del Faro de Mogotes, la libido rejuvenece, pero está el riesgo del infarto. Es preciso tener a mano el número del servicio médico de urgencia.
“Si querés me la pongo ahora mismo. Yo no tengo ningún problema.” La niña de los ojos verdes propone el desafío de medirse la bikini colaless en el probador de la playa, es decir, al aire libre y con testigos que luego van a poder describir lo sucedido hasta en el mínimo detalle. Se la prueba sin quitarse la malla de dos piezas, algo más recatada, que lleva encima. El que arrastra el carrito con las bikinis multicolores es Marcos, un chaqueño que desde hace unos años vive en General San Martín, en el Gran Buenos Aires, y que este año hizo su debut en las playas. Vende mallas de lycra a módicos 30 o 40 pesos. Las chicas revolotean a su alrededor.
“Las mujeres se compran todo”, reflexiona Marcos y luego recuerda su rol en la historia: “Por suerte para mí”, agrega. Dos santafesinas, María Victoria y Cecilia, se acercan para elegir mallas. “A vos te va a quedar mejor que a mí”, comenta Cecilia, un poco más rellenita que su amiga. “Dale, si a vos te miran más que a mí”, la consuela María Victoria. “Chicas, lleven con confianza, y cuando las estrenen me muestran cómo les queda”, las anima Marcos. Desde el camping de El Faro hasta playa Serena, el desfile de modas y de modelos, hombres y mujeres, es permanente.
Bikinis, minifaldas, pareos, tatuajes al por mayor. Los y las que tienen carpas alquiladas, en La Caseta, Solar del Bosque, Peralta Ramos, L’Scala o Miami Beach, se agrupan detrás de la soga que separa el territorio privado de la playa pública. Toman sol, conversan, se miran, se admiran. En Abracadabra, donde no hay carpas ni sombrillas, los jóvenes se han instalado en las mesas ubicadas sobre las tarimas de madera. El trago de moda es el mosquito, una mezcla explosiva de ron, menta, azúcar, limón, hielo y un toque de soda. Es una receta que llegó de Málaga de la mano del barman Emiliano Vallecillo.
Víctor Arandia, de Abracadabra, y Jorge “Cuchillo” González, de La Caseta, concentran, como siempre, la mayor cantidad de jóvenes. Por las tardes, después de las 18, para los habitués hay una ronda gratuita de chupito de vodka, daikiri, caipirinha y caipiroska. La invitación es para motivarlos a quedarse a ver el atardecer sobre la Barranca de los Lobos y disfrutar de la música. El cambio horario permite seguir en la playa hasta pasadas las nueve de la noche. “Por las noches, la oferta es una cena show con música celta o brasileña. La mayoría de los que se quedan tienen entre 25 y 40 años”, explica Gabriel, el encargado de La Caseta. Para los más chicos hay música electrónica en la arena.
En el sur, a pesar del achicamiento de las playas, hay todavía 3727 carpas y 878 sombrillas. Sobre todo las usan los que van con la familia. Los más jóvenes prefieren tirarse a tomar sol sobre las esterillas o directamente sobre la arena. Los vendedores ambulantes ofrecen jugos de frutas, gaseosas, además de pareos, bikinis y espejitos de colores para colgarse en el cuello o en las muñecas. Venden, pero a la vez se quejan, por las medidas adoptadas por el nuevo intendente, Gustavo Pulti. “Antes, para obtener el permiso, pagábamos 53 pesos en enero y 43 en febrero. Ahora nos exigen pagar de un solo saque 169 pesos. Nos quieren echar de la playa. Nos están poniendo un montón de requisitos”, se queja Teresa, una marplatense que vive de vender gaseosas, pastelitos, anteojos, pareos, lo que venga.
“Hay 200 vendedores en la playa y nos compran todos, los que están en la playa pública y los que están en los balnearios privados. Vivimos de esto y nos están corriendo. Pulti siempre nos había apoyado, pero ahora llegó a la intendencia”, sentencia Teresa.
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