Sábado, 29 de marzo de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Néstor Abramovich *
“Para el que mira sin ver
la tierra es tierra nomás
nada le dice la pampa
ni el arroyo ni el sauzal”.
Atahualpa Yupanqui
Vivimos un tiempo que no es fácil de comprender: está en debate la despenalización del consumo de drogas; el país crece económicamente y todos los indicadores dan cuenta de ello mientras sigue habiendo pobreza, indigencia, desnutrición; la Plaza de Mayo fue escenario en dos días de cuatro marchas: dos –con distintas consignas– en repudio al golpe militar del ’76 y dos contrapuestas en torno del paro de los productores rurales; las muertes por accidentes de tránsito parecen no tener fin y son la principal causa de muerte entre los jóvenes de 18 a 30 años; avanza el deterioro del medio ambiente natural así como de las condiciones de vida en las grandes ciudades.
Mezclo cuestiones distintas sin un orden porque así se nos presentan, entre muchas otras.
Nuestros chicos y adolescentes no pueden sino tener preguntas, curiosidades, incertidumbres, necesidades, angustias, ansiedades, urgencias, confusiones. Tantas o más que los adultos.
Cada día llegan con todo eso a las escuelas. Necesitan saber para pensar, para entender. Y ahí reside la oportunidad de un quehacer colectivo: estudiar, indagar, discutir, proponer, actuar. No tan sólo para aprobar sino especialmente para vivir y para vivir mejor.
Las cuestiones de la actualidad tienen que estar en las aulas. Tenemos que entrelazarlas (me sale “entretejerlas”) sistemática y ordenadamente con los contenidos de las materias. Construir conocimientos, pensamientos y nuevos relatos. Y habilitar a los pibes para volver a mirar la actualidad con criterio propio, con preguntas consistentes, con escucha atenta ante los flashes informativos, con respeto por los diferentes puntos de vista.
Todo lo de estos días –por ejemplo– en los que tanto se televisó y se subtituló, merece ser problematizado en clase: las pujas sectoriales en democracia, la distribución del ingreso, las políticas para la producción y el trabajo, la propiedad y explotación de la tierra, el desabastecimiento, el modelo de país, el papel del Estado...
Imagino las aulas como observatorios en los que se convoca a mirar lo que se ve, en los que se reconoce una multiplicidad de complejos sentidos en los procesos sociales. Esto, que es un pausado desafío para nuestros estudiantes, es inminente condición para los que lo fuimos antes.
Hacer escuela –en este tiempo difícil– es pensar la educación en situación, con los valores de la vida en sociedad: el reconocimiento de los otros, la democracia, los derechos humanos, la vida misma por sobre la renta, la justicia.
En fin: son sólo algunos deseos. Ahora sigamos.
* Especialista en Educación. Director del Colegio de la Ciudad.
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