Domingo, 8 de septiembre de 2013 | Hoy
“Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir.”
Miguel de Unamuno, 1936
Pronunciada en otro siglo, en otro mundo quizá, recobra lozanía la bella invectiva de Unamuno al fascismo español. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, gobierna la mayor potencia del mundo, quizá la mayor de toda la historia humana. Pero le cuesta conseguir la aprobación de su propio Congreso para atacar a Siria. Va negociando adhesiones: cosecha mejor entre la derecha republicana que en su propio partido. Ese hombre fue esperanza del progresismo norteamericano, su llegada olió a viento fresco. Le dieron el Premio Nobel de la Paz, una demasía desde el vamos, un tributo a lo que todavía parecía.
Es difícil exagerar el descrédito norteamericano: Guantánamo, Irak, Afganistán, el asesinato televisado de Osama bin Laden, el espionaje internacional. Un gobierno paranoico domina el planeta, encarcela, viola sus propias garantías constitucionales, ignora la libertad y la intimidad de gobiernos aliados.
No todo se consigue con las armas, la reunión del G-20 muestra a Obama en abrumadora soledad. El inexplicable presidente de Francia, François Hollande, le hace yunta. El resto del mundo se le aleja. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, reclama ser tratada como mandataria de un país soberano.
La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, participa del encuentro en San Petersburgo. Alinearse con la mayoría de los gobernantes del mundo contra la barbarie imperial le es sencillo. Es congruente con su discurso de años, con la praxis del Mercosur y la Unasur. No hay alardes ni estridencias en las presentaciones, que merecerían mejor acompañamiento de la oposición política. Demasiado pendientes de los gestos de “la Embajada”, dirigentes de partidos de noble tradición nacional hablan de menos o callan, contra lo que es su costumbre.
Los medios dominantes argentinos arropan a Obama. Al mismo tiempo se embelesan porque Buenos Aires acoge a monarcas europeos. La votación del Comité Olímpico Internacional parece la tapa de la revista Caras. Tilingos, snobs, cipayos autóctonos se regodean con las imágenes de personajes que la están pasando muy mal en sus países. Demasiado lujo, demasiadas partidas presupuestarias en medio de la crisis, demasiadas amantes, demasiados negociados. Sus Majestades andan de capa caída, de locales. Pero en canchas argentinas hay quienes se arrodillan ante sus viejos fulgores.
Cierto periodismo, cierta cultura local no reparan en la decadencia, antes bien la admiran. Más “monarquistas” que los monárquicos, se babean un poquito.
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Las ideologías, ay amigos, todavía existen en la aldea global. Una sola potencia militar domina el cuadro... pero no convence. Queda en minoría aun en un cónclave de poderosos.
Para la delegación argentina fue un éxito que se tradujera “guaridas fiscales” a los otrora apodados “paraísos fiscales”. Los diplomáticos profesionales valoran esos avances, que suenan áridos para personas del común. Pero no se pudo colar en la agenda el debate sobre los fondos buitre, un punto más acuciante en la coyuntura nacional.
El saldo es, de momento, tan interesante como desolador. La mayor potencia está sola, su presidente manga apoyos. No los consigue fácil, ni en Wa-shington. Pero, de cualquier modo, atacará. Luego llegarán las explicaciones, la falta de pruebas, los “daños colaterales”. Puede darse por casi seguro que morirán muchos civiles sirios, en especial chicos y mujeres, algún francés, algún norteamericano. No es tan difícil predecir lo que ya sucedió.
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