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Bronca, emoción violenta y cómo explicarles a los hijos

Silencio. Profundo dolor que resbala por miles de mejillas jóvenes o arrugadas. Bronca que traspasa bufandas y estampa su grito en el frío de la mañana. Más silencio. Una Pasteur que parece demasiado corta y angosta en su intento por contener a las familias que, a paso lento, buscan un rincón donde detenerse a escuchar las palabras de homenaje. El sonido de la sirena, como cada vez, puntual, recuerda el instante en el que el horror explotó exactamente una década atrás, otra fría mañana siete minutos antes de las 10. Una hora y cuarto fue el tiempo que duró el acto. Tres mil seiscientos cincuenta, los días de tristeza, indignación y reclamo por justicia.
Domingo, 9 de la mañana. Subir al subte B se hace tan difícil como un día de semana en hora pico. Los que se apretujan no son oficinistas. Los vagones están repletos de hombres y mujeres, de chicos y viejos, de voces transformadas en murmullos. Un pequeño, de cara redonda y manos de guantes rojos, volvió a preguntarle a su mamá a dónde iban, como si no terminara de entender muy bien el destino final del paseo. “¿Pero, qué es un acto de homenaje, ma?” Su voz finita llamó la atención de todos y rompió el silencio. Memoria, justicia, responsables, atentado, muertes. Con esas palabras y algunas otras, la madre intentó explicar el porqué de un acto para recordar a aquellos que murieron cuando él ni siquiera había nacido. El camino por Pasteur tampoco fue fácil. Entre vallas, policías y personal de seguridad, cada uno de los que iba llegando buscaba acercarse al escenario, emplazado unos metros antes de llegar a Viamonte. A medida que pasaban los minutos, la calle donde estaba el edificio de la AMIA que destruyó la bomba se llenó de personas que terminaron escuchando los discursos muy cerca de la avenida Corrientes. Decenas de vecinos acompañaban asomados a las ventanas y balcones. Abajo, un papá con su hija a hombros le mostraba los árboles que recuerdan a las víctimas. “Hay uno por cada una de las personas que murieron”, le explicó.
A las 9 y 53 la sirena silenció a los miles de presentes. Con los ojos cerrados y los puños apretados, un señor de unos 60 años tragó saliva y gritó el primer “presente” de los 85 que acompañaron a cada nombre mencionado desde el escenario. En el altar, una vela ardía en memoria de cada uno de ellos. Minutos después, el locutor anunció la llegada de Néstor Kirchner al acto. Los aplausos se mezclaron con algunas palabras que, por lo bajo, se enojaban con el Presidente. “Este año lo aplaudieron menos que el pasado –dijo un hombre al oído de su mujer–. Si no investiga, el próximo lo van a abuchear y en dos años ni va a poder venir.”
“Aquellos funcionarios públicos de los tres poderes que por acción u omisión no cumplieron con su deber deben ser investigados y sancionados, en particular Galeano.” Las palabras del titular del Consejo Federal de la DAIA, Jaime Salomón, despertaron los primeros silbidos contra el juez que fue separado de la causa en diciembre. La bronca de la gente también apuntó al ex presidente Carlos Menem. “Asesino”, “mentiroso”, “encubridor”, gritó un señor de tapado gris, como comienzo de una cadena de insultos cuyos destinatarios también fueron funcionarios de gobiernos anteriores, jueces, policías e inteligencia, muchos con nombre y apellido. “Mientras ellos tomaban mate nosotros nos metíamos entre los escombros a sacar a los muertos”, se enojó una mujer.
Cuando el periodista Alfredo Leuco leyó un texto sobre las vidas del más joven y del más grande de las víctimas, las lágrimas volvieron a ocupar el lugar de la indignación y los insultos desaparecieron detrás de emotivos aplausos. El papá que llevaba a su hija sobre los hombros la bajó, se agachó junto a ella y la acurrucó en silencio entre sus brazos. Las palabras de bronca volvieron a salir de las gargantas de muchos de los presentes cuando subió al escenario Marina Degtiar, hermana de una de las víctimas, quien pronunció el discurso más duro y que caló más hondo en el ánimo de la gente. Renovó y potenció los abucheos generalizados cuando se refirió a Menem como “ese delincuente que está prófugo” y cuando sumó a la lista de responsables de la impunidad nombres como el del ex ministro del interior Carlos Corach y el ex presidente Eduardo Duhalde.
Con el mismo silencio y los ojos más mojados de dolor, todos partieron de regreso a casa. A un costado del palco, quedaban 85 sillas vacías y los nombres de las víctimas escritos con aerosol en la pared. Debajo del escenario, un chico le comentaba a su mamá que cuando él fuera presidente también vendría al acto aniversario. “Espero –le contestó la madre– que eso no ocurra y que cuando vos seas grande, no tengamos que hacer más actos. Eso querrá decir que por fin se hizo justicia.”

Informe: Martina Noailles.

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