EL PAíS › OPINION

El deber de hablar claro

 Por Washington Uranga

Una importante mayoría de los obispos católicos estuvo de acuerdo en seguir respaldando la continuidad de la presencia animadora de la Iglesia en el Diálogo Argentino. También hubo voces que, desde dentro y desde fuera, se hicieron sentir para señalar que se puede estar cayendo en el error de convalidar no sólo la ineficiencia, sino la falta de responsabilidad del Gobierno y de la dirigencia precisamente en contra de quienes los obispos dicen defender con más tesón: los más pobres. En más de una oportunidad, tanto Karlic como los obispos delegados en el Diálogo habían advertido que “ahora la pelota está del lado de los dirigentes” porque a ellos les corresponde traducir las palabras en acciones concretas. En varios encuentros con interlocutores políticos –incluido algún diálogo con Duhalde–, los obispos dijeron que denunciarían a quienes entorpecieran la concreción de los acuerdos o carecieran de “magnanimidad”. Al fin y al cabo una de las finalidades de la presencia episcopal en ese espacio es servir de garante para que a las palabras no se las lleve el viento. El documento conocido ayer es todavía una muy tibia respuesta. Se advierte y se señala, pero en términos que no alcanzan a la denuncia. Los obispos no logran salir del plano de las recomendaciones generales, ese que no hace mella en el ánimo de políticos pragmáticos que sólo entienden aquello que los afecta directamente en sus intereses. No son suficientes las amonestaciones genéricas. No basta con decir que se ponen “palos en la rueda”. La jerarquía católica se jugó una carta muy fuerte entrando en el Diálogo y es necesario reconocer que en ello no hubo especulaciones egoístas, porque siempre estuvo claro que en términos institucionales se podía perder mucho más que ganar. Sin embargo, siempre se vio al Diálogo como un medio para encontrarle una salida a la situación. Si no sirve para ello, su sentido se diluye –tal como ha venido sucediendo– y se debilita cada vez más como herramienta. La idoneidad del espacio tiene que ser evaluada ahora también a la luz de sus resultados. Si hay quienes impiden que se concreten medidas a favor de los pobres y del pueblo estas personas tienen que ser desenmascaradas y denunciadas y esa acción, sin duda, no será en contra del diálogo. El diálogo no lo rompen quienes denuncian los actos de injusticia sino quienes los cometen o los permiten. Por ese mismo motivo no habría que permitirles el privilegio del anonimato a quienes a pesar de la gravedad del momento siguen defendiendo sólo sus propios intereses sin importarle que hay muchos argentinos y argentinas que sufren y pasan hambre.

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