EL PAíS › EL CAMINO DE ACTIVISMO DE LAS MADRES
Una historia con muchas causas y muchas militancias
Lo que comenzó con una reunión de catorce mujeres en Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977 creció hasta ser hoy una militancia social integral que abarca asentamientos, piquetes, cacerolazos y movimientos de mujeres, y mantiene la continuidad del reclamo.
Por Victoria Ginzberg
“Individualmente no vamos a conseguir nada. ¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo.?” Una invitación, una propuesta, un acto de coraje. Azucena Villaflor se dirigió con voz fuerte a las otras mujeres que, como ella, hacían cola en el vicariato de la Armada, donde el cura Emilio Graselli simulaba preocupación. Repitió su idea en el Ministerio de Interior, otro de los sitios que congregaban a quienes buscaban datos sobre desaparecidos. El sábado 30 de abril de 1977 a las cuatro de la tarde, trece amas de casa de mediana edad y una joven que no quiso dar su nombre dejaron los despachos oficiales y salieron a la calle, juntas. Se convirtieron en las Madres de Plaza de Mayo. A 25 años del primer encuentro han recorrido un largo camino. Hoy las integrantes de las dos líneas de las Madres son militantes de tiempo completo: participan en asentamientos, piquetes, movimientos de mujeres y cacerolazos. Además, no dejan de asistir a la cita impostergable de todos los jueves.
Taty Almeida es miembro de una familia plagada de militares. Su padre, su hermano y su yerno eligieron esa profesión. Por eso le costó acercarse a las mujeres que todas las semanas daban vuelta a la Pirámide. Lo hizo varios años después de la desaparición de su hijo Alejandro, víctima de la represión de la Triple A del gobierno de Estela Martínez de Perón. Hasta creyó que con el golpe militar del 24 de marzo de 1976 podía obtener noticias sobre Alejandro. “Lo único que tenía claro era que era antiperonista. Reconozco que era una gorila tremenda, pero me afeité hace rato”, admite Taty. Cuando se decidió y llegó a la Casa de las Madres, una pared llena de fotos de jóvenes la hizo sentir que no estaba sola.
Hoy Taty representa, con Nora Cortiñas y Laura Conte, a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora en el Frenapo (Frente Nacional contra la Pobreza), que nuclea a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), partidos políticos y otros organismos de derechos humanos que reclaman un seguro de empleo y formación de 380 pesos para todos los jefes y jefas de hogar desocupados. “Nos sumamos porque era un espacio de oxígeno. Nuestro lema es Memoria, Verdad y Justicia y eso hay que aplicarlo a todo, también a la corrupción, porque la impunidad de hoy se instaló con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final”, dice a Página/12.
Laura Bonaparte no comenzó a militar por la desaparición de sus tres hijos, Noni, Víctor e Irene. Al regresar del exilio, donde había colaborado con refugiados de El Salvador, se unió a Madres de Línea Fundadora. Pero antes, su trabajo como psicoanalista frente a la sala de internación femenina del policlínico de Lanús la vinculó con organizaciones populares y de mujeres. Este año viajó a dos encuentros en los que se conmovió con la lucha conjunta por la paz de las mujeres palestinas e israelíes y actualmente forma parte de FADO, Federación Argentina de Organizaciones, que trabaja con niños de la calle y desocupados. “Nuestra participación en todos los ámbitos es también una forma de recuperar la lucha de nuestros hijos”, afirma.
De la plaza, las madres se trasladaron a los escraches, los piquetes y las asambleas barriales, los foros internacionales y a la participación en organismos de derechos humanos regionales y mundiales. Marta Vázquez, de Línea Fundadora, es presidenta de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos.
Ebel Petrini, de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo que lidera Hebe Bonafini, dice que la apertura de esta agrupación hacia otras causas no relacionada directamente con los desaparecidos se dio “a medida que fuimos entendiendo que era difícil volver a ver a nuestros hijos. Entendimos que solas no podíamos seguir y entendimos la fuerza que tiene la unión”.
Hebe, en cambio, señala un día preciso de 1988, en una huelga de hambre de la Facultad de Medicina. “No sé si porque ese día dije que la mayoría de nuestros hijos eran marxistas o por qué. Creo que ese día se rompieron un montón de cosas y me di cuenta cuánto que había que hacer con la gente en la calle, los estudiantes, trabajadores y desocupados. Esa fue la época en que empezamos a reivindicar a nuestros hijos como revolucionarios, a hacernos internacionalistas y compartir con otra gente”, asegura la presidenta de la Asociación de Madres, que ahora se ocupa de la universidad de las Madres y está organizando un club de trueque.
Ebel recuerda un piquete en San Justo. “Es muy movilizante ver a las mujeres con sus hijos tomando mate cocido y comiendo galleta dura, haciendo el fuego con ramas. Cuando voy a esos lugares me pongo mal porque sufro y pienso que es necesario hacer más de lo que uno puede hacer.” La mujer lamenta no poder compartir su militancia con su hijo Sergio, desaparecido a los 21 años. “Me gustaría decirle que lo entendía, que quería aprender de él, como aprendí cuando no lo tuve.”
El 28 de marzo pasado, las Madres de Línea Fundadora Enriqueta Maroni y Aída Sarti fueron hasta el asentamiento 22 de enero de Ciudad Evita. Cerca de 800 familias estaban decididas a hacer una toma de tierra para tener un lugar donde vivir. Hombres, mujeres embarazadas, niños y viejos armaron un círculo y comenzaron a entonar cánticos religiosos. En el centro había una imagen de la Virgen y las banderas argentina y paraguaya, porque muchos de los allí presentes eran de esa nacionalidad. Enriqueta y Aída los acompañaban con sus pañuelos blancos. También estaban los policías, que comenzaron a atacar con balas de goma y obligaron a los habitantes del asentamiento a replegarse y refugiarse en el barrio cercano. Después de este episodio, Enriqueta recorrió con otros miembros de organismos de derechos humanos los despachos de los funcionarios encargados del tema. “Hay cosas muy importantes en este momento que nos obligan a tomar partido porque somos parte del pueblo”, asegura.
Después de la desaparición de sus hijos Juan Patricio y María Beatriz, en abril de 1977, Enriqueta, como buena católica, trató de refugiarse en la Iglesia, pero se desilusionó de la jerarquía que le dio la espalda. En esa época se relacionó con otras señoras que buscaban a sus hijos y conoció a Azucena Villaflor, secuestrada el 10 de diciembre de 1977. Pero aquel 30 de abril de 1977 Enriqueta no fue a la Plaza.
Ese día se encontraron Azucena, María Adela Gard de Antokoletz, Cándida Gard, Julia Gard, Mercedes Gard, Pepa Noia, Haydée Castelió de García Buela, Mirta Acuña de Baravalle, Beatriz Aicardi de Neuhus, Raquel Arcushin, Raquel Radio de Marizcurrena, Elida Caimi, Delicia González y una joven que no dio su nombre. Pepa estaba impaciente y llegó dos horas antes de lo convenido. Fue la primera que estuvo en la Plaza ese día.
El 30 no dieron la vuelta a la Pirámide. Sólo se reunieron, se presentaron y se contaron cuándo y cómo habían secuestrado a sus hijos. Decidieron que se iban a volver a ver la semana próxima, esta vez, el viernes. A la segunda reunión asistió el doble de mujeres. Se discutió el borrador de un pedido de entrevista a las autoridades militares. Pero, a sugerencia de una de ellas, acordaron que el viernes era “día de brujas” y traía mala suerte. Desde allí la cita quedó fija para los jueves. La ronda a la Pirámide comenzó tiempo después, cuando un policía intentó dispersarlas diciendo que había estado de sitio y no se permitían reuniones de más de dos personas. Las mujeres comenzaron a caminar de a dos, tomadas de los brazos.