EL PAíS
El franglés no pudo ser derrotado
Por Eduardo Febbro
Considerado como un tesoro y como uno de los pilares y fundamentos de la identidad nacional, el idioma francés sufrió las inevitables “contaminaciones” de la contemporaneidad, es decir, del inglés. El lenguaje científico, la publicidad, el origen de los productos de consumo masivo para los jóvenes y la irrupción de las nuevas tecnologías de la información llevaron a sucesivos gobiernos franceses a promulgar leyes u ordenanzas administrativas a fin de proteger ese “patrimonio nacional”.
El socialista Jacques Lang, ex ministro de Cultura socialista, había intentado corregir los abusos en los medios de comunicación dando una serie de directivas para evitar la propagación de lo que en Francia se llama el “franglés”, es decir, tanto el recurso masivo de términos anglosajones como la mezcla de los dos idiomas.
Luego, bajo el gobierno conservador de Edouard Balladur (1993-1995) una ley intentó fijar el marco de la utilización del idioma inglés en prospectos y publicidades. La norma luego fue luego ampliada el 20 de setiembre de 2001 con una circular que autorizaba la “mención en idioma extranjero y no traducido al francés” de ciertos términos extranjeros siempre y cuando éstos estuviesen acompañados de “una imagen”, un “pictograma” o cualquier símbolo que los hiciera comprensibles a los consumidores.
Las asociaciones de defensa del idioma francés reaccionaron con violencia denunciando una suerte de “legalización” de la hegemonía del idioma inglés en la comunicación con los consumidores. El problema se presentó claramente en todo lo que atañe el mundo del comercio electrónico, las inversiones bursátiles y las ofertas financieras. La apertura de las fronteras y del sistema bancario atrajeron a muchos inversores que presentaban sus productos con fórmulas breves oriundas del inglés. En 2001, presionados por las asociaciones de defensa del idioma, los poderes públicos intentaron “normalizar” ese uso, al exigir una suerte de imagen sin que esta esté ligada necesariamente a la traducción literal del término. Sin embargo, en el curso de los años 90, la lista de términos anglosajones prohibidos había dado lugar a una lluvia de burlas que terminaron por dejar en ridículo a los ministros que intentaron poner fin a la “invasión”. En Francia se usa comúnmente la palabra “parking” y los objetores del inglés propusieron que se empleara “parque para autos”, término extenso que, de hecho, nunca acabó de imponerse.