Lunes, 27 de marzo de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Christian Castillo *
La interpretación histórica de lo ocurrido en la etapa revolucionaria abierta con el Cordobazo en mayo de 1969 y cerrada con el golpe genocida de marzo de 1976 ha sido realizada hasta el momento dentro de tres tipos de explicaciones más generales (que metafóricamente llamaremos “relatos”), desde las cuales se intenta dar sentido a la multitud de grandes acontecimientos que abarca el período.
Primero tenemos el ensayado por los propios militares, donde los crímenes aberrantes cometidos antes y después del golpe son, como máximo, vistos como “errores” y “excesos” de una “guerra necesaria” en defensa del “capitalismo occidental y cristiano” contra la “subversión apátrida”. Es una interpretación que hoy casi nadie sostiene por fuera de los propios represores y su círculo de influencias en la derecha local.
La segunda interpretación es la comúnmente llamada “teoría de los dos demonios”, que fue la sostenida por el gobierno de Alfonsín y se encuentra expresada con claridad en el Prólogo realizado por Ernesto Sabato al Nunca Más. Allí se asume el argumento militar de que la acción represiva fue una respuesta al “terrorismo de extrema izquierda”, aunque condena la forma en la cual se dio la represión al mismo: “Durante la década del ’70, la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda (...). A los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”. Esta interpretación equipara víctimas y victimarios y no cuestiona el contenido social y político del terror genocida. El cuestionamiento a esta visión (mucho tiempo limitado a los organismos de derechos humanos y los partidos de izquierda) fue ganando fuerza a partir del 20º aniversario del golpe.
El “tercer relato” se diferencia de los anteriores en reivindicar la militancia revolucionaria de la generación del ’70, cuestionando por izquierda la “teoría de los dos demonios”. Esta visión, sin embargo, comparte con las anteriores poner en un plano menor las grandes acciones protagonizadas por la clase obrera, su tendencia hacia la insurgencia y el desafío anticapitalista que sus acciones presentaron a los gobiernos y las patronales, lo que para nosotros es un elemento clave para comprender la dinámica de aquel período. De ahí que el “tercer relato” haya sido en parte tomado por el “setentismo light” del discurso gubernamental.
El “cuarto relato” plantea que si la etapa que vivió la Argentina entre 1969 y 1976 tuvo un verdadero carácter revolucionario, éste no puede reducirse a la actividad de las organizaciones guerrilleras, sino que hay que poner en un primer plano las acciones realizadas por la clase obrera, que protagonizó en esos años gestas memorables y tendía, en los momentos previos al golpe, a superar su experiencia con el peronismo. No olvidemos que en junio/julio de 1975 se habían desarrollado las grandes acciones que terminaron con el Plan Rodrigo (incluyendo la primera huelga general realizada contra un gobierno peronista) y provocaron la salida del gobierno de Isabel Perón del mismo Rodrigo y de José López Rega. Y que al calor de estas movilizaciones cobraron fuerza las “coordinadoras interfabriles”, embriones de organismos de poder obrero.
Con esto, el ascenso obrero se expresaba y pegaba un salto en el corazón proletario del país: el Gran Buenos Aires. Lo profundo de la amenaza que representaba la intervención obrera para los intereses capitalistas explica los niveles alcanzados por una represión que tuvo como objetivo central no sólo terminar con la guerrilla (ya debilitada antes del golpe) sino doblegar a una clase trabajadora que se mostraba indomable: la gran mayoría de los desaparecidos eran trabajadores asalariados y, más de un 30 por ciento, obreros fabriles. Un golpe que estuvo promovido por la granpatronal y el imperialismo, y contó con el apoyo de la Iglesia y del conjunto de los partidos patronales (e incluso del Partido Comunista), que brindaron centenares de funcionarios al gobierno militar. Pero pese a la derrota que sufrió la vanguardia obrera con la dictadura, los trabajadores siguieron resistiendo en la clandestinidad. Una resistencia que fue el principal factor de erosión del poder militar, ya en crisis aguda antes de que la derrota militar en la guerra de Malvinas provocase su derrumbe final.
Hoy, cuando la clase obrera recupera protagonismo, el desarrollo de este “cuarto relato” encuentra nuevo sustento y, a la vez, se vuelve más necesario: se trata nada menos que de poner en su lugar lo que los ideólogos de la clase dominante siempre buscan ocultar, el papel fundamental jugado por la acción de los trabajadores (o, dicho de otra forma, por la lucha de clases) en el desarrollo de la historia.
* Dirigente del PTS y director del departamento de Docencia del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx.
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