Lunes, 17 de abril de 2006 | Hoy
El fallo por el cual, el 27 de marzo, el Tribunal Oral Nº 1 de Mar del Plata absolvió a un acusado de abuso sexual infantil en un colegio religioso generó un debate que se profundiza a diario. La sentencia –que no sólo libera de culpa al acusado sino que también ordena juicio penal para dos psicólogas que habían sostenido la existencia del abuso– plantea un debate entre los especialistas y permite abordar profundamente los caminos que se abren para la investigación de los casos de abuso sexual en chicos.
Juan Carlos Volnovich, médico psicoanalista y con larga trayectoria en peritajes de abuso sexual infantil, criticó fuertemente la sentencia, “que está llena de contradicciones y parece destinada a encubrir el abuso sexual. Los jueces suman argumentos contradictorios cuyo único punto en común es que puedan servir para mostrar la inocencia del acusado. Así sostienen que lo que dicen los chicos es mentira porque los padres los habrían convencido relatándoles una y otra vez algo que no sucedió, y también dicen que su testimonio no es veraz porque no coincide con lo que dicen los padres. O lo uno o lo otro; si hay contradicciones, entonces los chicos no son muñecos de ventrílocuo que repiten lo que los padres les dicen”.
Volnovich –quien intervino en la causa como perito experto, a propuesta de los padres de las víctimas– advirtió que “cuando un chico es víctima de abuso sexual, su psiquismo queda siderado, arrasado, y muchas veces, por ese motivo, no puede decir lo que pasó. Entonces, a veces los padres hacen una oferta de palabras, para que pueda decir lo que le pasó y poner en palabras esa experiencia que no tiene capacidad de simbolizar”.
“Otro notable argumento de los jueces es que el abuso no pudo haber sucedido porque, en tal caso, muchas personas de esa escuela tendrían que haber estado involucradas o haberlo sabido. Pero es que precisamente se trata de eso, y no sólo en esa escuela: en la Iglesia Católica hay muchísima gente involucrada en tapar la reiteración de este tipo de delitos”, destacó Volnovich, y sostuvo que “este fallo es la culminación de una ola reactiva ante denuncias que involucran a la Iglesia pero, a la vez, es una preparación para el próximo juicio oral al sacerdote Julio César Grassi. El objetivo central es instalar en el imaginario social la idea de que, cuando los chicos denuncian, generalmente mienten”.
Para Volnovich, “este fallo marca un momento muy alto del backlash en la Argentina: en todos los países donde se desarrolló la visualización del abuso sexual infantil, se desató una reacción negativa y violenta que se llama backlash. Mientras las denuncias por este tema sólo implicaban a sectores marginales o pobres, prosperaron mucho; cuando empezaron a involucrar a la clase media acomodada, se produjo esa reacción violenta, y la cuestión se agudizó desde que las denuncias empezaron a afectar a una institución tan poderosa como la Iglesia Católica”.
También se pronunció “en absoluto desacuerdo con la sentencia” Osvaldo Fernández Santos, perito psicólogo del Tribunal Nº 1 de Familia de Morón. “La idea central parecería ser desarmar el relato de los niños: pero no es un solo chico sino muchos, de distintos chicos, que se sustentan entre sí: ¿quién podría haber tenido tanto poder como para ‘implantar’ tanto? Además, el fallo descalifica y de hecho estigmatiza a dos psicólogas y no sólo eso, ya que desacredita el diagnóstico de seis psicólogos más, que, con distintos métodos y desde distintas posiciones, habían llegado a la conclusión de que hubo abuso. Pareciera que el objetivo central de la sentencia fue no creerles a los chicos, y para eso fue primero necesario desautorizar a los ‘portadores del mensaje’, las dos psicólogas que habían intervenido inicialmente.” El fallo “descalifica las entrevistas conjuntas de madres e hijos, sin contemplarse que, dada la edad de los niños, la presencia de la madre en determinados momentos podría ser necesaria”.
Carlos Rozanski, juez de Cámara en La Plata, autor de la Ley 25.852 sobre abuso sexual infantil, declinó opinar sobre el fallo en particular, pero advirtió que “en estos casos, suele intentarse una descalificación de las víctimas, de sus familiares, de los profesionales, incluso de la gente de la Justicia que trate de probar que el abuso existió, y esa estrategia a veces tiene éxito porque, por detrás, hay siglos de cultura sosteniendo que estos hechos no existían”.
Esther Romano –quien, además de psicoanalista didacta en la APA, es asesora en la Defensoría del Menor del Colegio de Abogados de San Isidro– destacó que “en el fallo falta toda referencia a síntomas de los chicos. Sabemos que un efecto central del abuso es la aparición de ese orden de sintomatología en las víctimas. Un efecto central del abuso es la aparición de síntomas importantes: masturbación compulsiva, problemas de aprendizaje muy serios, trastornos graves del sueño, encopresis, fobias graves. Nada de esto aparece en ninguno de los casos que presenta el fallo. ¿No hubo síntomas? ¿No fueron investigados?”.
La investigadora recordó que “en el caso del maestro de música, condenado por abuso sexual infantil hace dos años, donde fui llamada a auditar la investigación judicial, todo había empezado por la aparición de este orden de síntomas. Los padres los llevaban a psicólogos y las razones se atribuían a situaciones propias de cada familia: divorcios, nacimiento de hermanos. Sólo cuando uno de los chiquitos empezó a hablar del abuso padecido en la escuela se pudo establecer la situación traumática que, en cada uno, venía provocando una sintomatología tan florida. Es lo que sucede habitualmente en este tipo de situaciones”.
La investigadora advirtió que “si bien, a partir de la Convención de los Derechos del Niño, su declaración tiene valor testimonial, es así en tanto el testimonio sea recabado de modo preciso, puntual y siguiendo determinadas pautas: primero se conversa con él sobre cuestiones generales: sus amiguitos, su último cumpleaños; a partir de este diálogo uno puede tener idea sobre si sabe discriminar, si tiene buena memoria, si es influenciable o tiene ideas firmes; estas categorías son válidas también para niños pequeños. Ya avanzada la entrevista se le puede preguntar si le pasó algo, si podría contarlo, y sólo después pedirle detalles y precisión. Si, en cambio –continuó Romano–, el psicólogo empieza por preguntar algo como ‘¿Qué fue lo que te hicieron?’, y ‘¿Cómo fue?’, y ‘¿Qué te hizo después?’, sus preguntas inducen al entrevistado a contestar lo que quizás el entrevistador quiera que conteste”. En cuanto al testimonio de los padres, “el especialista también debe tomar en cuenta los niveles de vulnerabilidad: puede ser un discurso paranoico, puede ser alguien excesivamente fóbico, que ve patología en indicadores normales de la sexualidad”.
De hecho, tanto los jueces como la fiscal señalaron “graves falencias” en las pericias. “Pero no se arregla todo haciéndole juicio al psicólogo –señaló Romano–: si el peritaje se hizo mal, hay que llamar a un experto que haga bien la investigación.”
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