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“No sabía si contar todo”

Mariana Chávez era la mejor alumna de su colegio en Aluminé, provincia de Neuquén, pero no pudo ser abanderada porque era mexicana. Valeria Roig tuvo una maestra que la ninguneaba y que, sin conocerlo, insultaba a su padre: se llamaba Beatriz Viola, la hija del ex dictador. Yara Girotti se ponía un casete y le contaba a sus compañeros que venía de Holanda porque a su papá le había salido un trabajo en Philips: “No tenía fuerza para contar todo, y además, no sabía si contarlo, si lo iban a entender y a quién debía contárselo”.

Hace dos meses, mientras acompañaban a sus padres a las reuniones previas a la Semana del Exilio, los hijos se dieron cuenta de que tenían demasiadas cosas en común y se organizaron para decir algo diferente sobre el exilio: “Sentimos que ya era hora de salir del silencio”, dijo Mercedes Fidanza. Para Roig, una de las cuestiones más duras fue “ser menor de edad en medio del exilio y reconstruir la historia de mis padres. Nosotros no éramos militantes pero los acompañamos al exilio, sin entender de qué se trataba”. La vuelta, que para algunos era otro exilio, también implicaba una dura adaptación: “Traíamos otros códigos culturales, hablábamos castellano... pero con acento mexicano, brasileño, venezolano. Llegamos llenos de miedo”, cuenta Fidanza. Hoy los hijos intentan evitar la “jerarquía del horror”, que privilegia algunos sufrimientos sobre otros.

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