Martes, 29 de agosto de 2006 | Hoy
EL PAíS › EL HISTORIADOR ROMERO REVISA LA CRISIS DE LA UCR
Por Eduardo Tagliaferro
Nada parece novedoso en un partido que tiene más de cien años. Sus divisiones, sus luchas internas, su relación con el poder se repiten como se repiten las situaciones políticas. Los radicales siempre reconocieron que el juego de las internas partidarias es el juego que mejor juegan y que más les gusta. En esta entrevista, el historiador Luis Alberto Romero relativiza el concepto de unidad partidaria. También considera que el actual momento de la UCR no es muy diferente del que viven otros partidos políticos. “Un partido es un estado transitorio de unidad entre dos rupturas”, dice para graficarlo.
–¿La división de la UCR es una constante en su historia?
–En la historia del radicalismo es raro el momento en que no están divididos. Diría que es excepcional. No creo que sea muy distinto de lo que sucede en otros partidos. También creo que hay un sentido erróneo de la unidad de los partidos políticos. Un partido es un estado transitorio de unidad entre dos divisiones.
–¿Es repetido que sea el poder el que los divide?
–Poco después del golpe de Uriburu a Yrigoyen, un grupo de los radicales antipersonalista se fue tras Agustín P. Justo. Una división que podría interpretarse como parecida a la actual. La tracción del poder es fuerte frente a esta cosa clásica de la intransigencia al régimen que el radicalismo ejerció en la oposición.
–Suele repetirse que la clase media es el sujeto histórico del radicalismo. ¿Su debilidad explica el actual momento de la UCR?
–Los partidos son una correlación entre sectores sociales y partidos políticos. Los partidos son tan diversos porque interpelan a diferentes sectores sociales. Además es difuso el término de clase media. La idea de que un partido tenga una concepción de clase es difícil de constatar en el mundo. Lo excepcional es el partido socialdemócrata alemán. Con identidad de clase no se ganan elecciones, quizá se haga la revolución, pero eso es otro tema.
–Aun con sus cambios, lo simbólico aparece como más fuerte en el peronismo que en el radicalismo. ¿Es una cuestión de peso en la estructuración de un partido?
–En los últimos 20 o 30 años ha habido un retroceso muy fuerte de lo simbólico. Aquella costumbre que convertía en radical o en peronista a quien hubiera nacido en un hogar de esa identidad es algo en desuso. En parte esto tiene que ver con la transformación de la política en una cuestión rutinaria luego de 23 años de democracia.
–¿La poca discusión política, el fuerte desgaste, explica el actual momento del radicalismo?
–El desgaste es muy evidente. En parte tiene que ver con algunas ilusiones que de uno u otro modo se habían depositado en el sistema democrático. Igualmente hay un fuerte recomposición de las agrupaciones políticas en las provincias. Hay coaliciones nuevas con una fuerte recomposición. En parte también eso sucede con el radicalismo, que logra respaldos provinciales o municipales que no terminan de revitalizar el partido a nivel nacional.
–Néstor Kirchner y otros dirigentes hablan de un futuro escenario político en la Argentina que contemple sólo dos grandes coaliciones, una de centroderecha y otra de centroizquierda. ¿Es posible?
–Es una aspiración de deseos. Me hace acordar a la dictadura brasileña, que había decidido que las fuerzas políticas se reducirían a dos: una de mayoría y otra de minoría. Lo que sí puede verificarse es que luego de la fuerte crisis de 2001, la recomposición del poder concluyó con un Ejecutivo muy fuerte que tiene la posibilidad de distribuir recursos, al modo que empleó Julio Argentino Roca y que concluyó en el Partido Autonomista Nacional. Aunque no diría que ahora se esté formando un movimiento político. Tal vez un movimiento presidencialista.
–¿Entonces la actual crisis radical no tiene nada de nuevo?
–Entre los radicales K no se ve más allá que la tracción de quien tiene los recursos que ellos necesitan para gobernar. Aunque en verdad la suerte del radicalismo depende más de la suerte del Gobierno, depende de cómo le vaya al Gobierno. No sería extraño que alguna fracción se fuera del radicalismo. Tampoco que vuelva ante una eventual crisis del Gobierno.
–¿Cuánto influye la mala performance electoral de la UCR en esta crisis?
–El radicalismo viene en picada. Quienes tienen capital local no quieren quedar identificados con esa caída. Pero si se va hacia atrás en la historia, en 1897, cinco años después de su fundación, Yrigoyen cerró los comités del radicalismo en la provincia de Buenos Aires por inactividad partidaria. Estuvieron cerrados durante cerca de cinco años.
–¿Qué resolución podría tener esta crisis entonces?
–No veo una catástrofe. Al radicalismo le pasa lo que a otros partidos. Su discurso hoy está asentado en el republicanismo. En el repaso de su discurso diría que en 1946 tuvo una impronta socialdemócrata. El discurso de Raúl Alfonsín en 1983 también tuvo el tinte socialdemócrata. Igualmente creo que en este momento a un partido no le alcanza con tener un comité en cada pueblo. El PJ no se caracteriza por tener locales en cada pueblo y se adapta a las circunstancias con mayor flexibilidad. Eso no quiere decir que ni el radicalismo ni el PJ tengan mucha vida interna.
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