Jue 26.05.2011

ESPECIALES • SUBNOTA

Etchecolatz en Disneyworld

› Por Osvaldo Bayer

Nunca hubiera creído que el ajedrez de la vida me haya llevado a esta situación: en un mismo día hablar en dos actos, uno en recuerdo de los estudiantes desaparecidos durante la dictadura militar argentina que se llevó a cabo en un colegio secundario; el otro, en una organización judía de la calle Juncal, ante jóvenes, sobre el Holocausto y el comportamiento del pueblo alemán ante su realidad.

Entré a ambas reuniones como quien abre la puerta ante un oficio divino, pero un oficio divino de quienes quieren saber la verdad y no pueden soportar la mirada siempre viva de las víctimas. Sentí que de pronto me golpeaba en el rostro el sentimiento de la desesperación sin consuelo, la fórmula tan buscada para definir lo infinitamente injusto; lo más cobarde realizado desde el poder, la vejación final hecha por el ser humano con el ser humano.

Viví y vivo con dos pueblos que soportan heridas gangrenosas de diferente origen, pero que no cierran y cada día echan más pus.

Pude ver al alumnado reunido que me miraba fijamente. Eran iguales que los de 1976. Estaba en 1976. Cuando terminamos, se fueron todos pero quedaron los de 1976, sentados, mirándome en absoluto silencio. En la espera de siempre, de todos los días, de aquí a la eternidad.

Había alguien presente que nos vigilaba. Etchecolatz, el comisario de la Bonaerense, represor ejemplar, ejecutor de adolescentes por la salud de la sociedad y la patria toda, torturador de alcurnia, eficacísimo, hombre de ponerse de rodillas para tomar la comunión dominical. Previamente, en el Barrio Norte, el siempre asequible Etchecolatz se ha disculpado ante sus vecinos por el ruido que hicieron los HIJOS al llamarlo asesino y escracharlo. Es un buen vecino; paga puntualmente al vendedor de diarios y a la señora que le hace la limpieza.

Me alejo del lugar y me digo a mí mismo para explicarme todo: no, la gangrena con pus de nuestra sociedad no es que el muñeco sangriento de la calle Pueyrredón 1035, piso 9º A, se cartee con tarjetas de visita con sus vecinos, ni que nos explique por Radio Diez, con Carlos Varela, qué es el marxismo internacional. La gangrena la constituye la sociedad pusilánime que permite que un asesino de esa calidad de bajeza y cobardía esté libre. Uno de los que lo dejaron libre se llama Fernando de la Rúa, que votó diligentemente tanto obediencia debida como punto final: su gesto sirvió simbólicamente como si su propio brazo le hubiera abierto la reja al asesino contumaz y cobarde. Fernando de la Rúa aspira a ser presidente de la Nación. Con él forma la Alianza la señora Fernández Meijide, con un hijo desaparecido. ¿Fue Etchecolatz quien lo desapareció? No, respetemos las jurisdicciones, fueron Harguindeguy o Suárez Mason, todos en libertad por el brazo alzado de Fernando de la Rúa. Brazo benefactor que en ningún caso se alzó para proteger a los perseguidos en 1976, ni siquiera ante el hijo de su probable compañera de fórmula. De la Rúa y Meijide hicieron la Alianza en un todo de acuerdo. Lo único que los separa es la ambición de ser primeros en la fórmula. No mencionaron esos dos rasgos trágicos de la amistad, por conveniencia. Pero basta. De eso no se habla.

De eso no se habla era el callado slogan también en la Alemania de posguerra –donde me tocó vivir– cuando se pronunciaba las palabras Auschwitz, Treblinka, Bergen-Belsen, Dachau, Oranienburg... Fueron los estudiantes universitarios los que empezaron a hacer la gran pregunta y a levantar el telón impuesto por la Guerra Fría. He dejado en el aula del Carlos Pellegrini a alumnos desaparecidos en 1976. Muy cerca de allí el comisario Etchecolatz riega las flores y se divertirá esa noche con Susana Giménez. Los estudiantes secundarios desaparecidos tienen cada vez más cara de niños. Y seguirán allí sentados, esperando al año próximo y al otro y al otro.

Camino hacia la organización judía de calle Juncal. Holocausto, del griego holokauston, “entregado todo y totalmente al fuego”, Shoah, la silenciosa palabra que usan los judíos: “Entregado enteramente al fuego”. La palabra me llena de espanto. Himmler, ese mediocre con botas, los llamaba “parásitos” y “alimañas”. Voy por la calle Juncal y se me aparecen dobles hileras de mujeres, hombres y niños de rostros demacrados que van al fuego. Llevan todos estrellas de seis puntas en las solapas. Hay adolescentes, me parece descubrir en algunos de ellos el rostro de los estudiantes que quedaron sentados en el aula. Por Radio Libertad, Karina y María Eugenia Alonso Piñeiro, entre risitas y chillidos, leen una supuesta llamada de una escucha que dice: “Los estudiantes de la Noche de los Lápices eran marxistas”. ¡Ah, bueno! Está todo explicado. Radio Libertad.

Eran marxistas, dice Etchecolatz por Radio Diez. Son parásitos y alimañas, dice Himmler como toda explicación. Obediencia debida y punto final. Cuatro tiros, indica el comandante Varela en la Patagonia, en silencio, levantando cuatro dedos de la derecha. Basta de gauchos roñosos y anarquistas. El coronel Rauch manda degollar ranqueles para ahorrar balas. Occidentales y cristianos, obediencia debida y punto final, parásitos y alimañas, gauchos malolientes y anarquistas, adolescentes, sí, pero marxistas. Los vecinos dicen que ahora Etchecolatz ha cambiado los gustos, últimamente cultiva tulipanes. Tal vez, los periodistas Carlos Varela y Karina y María Eugenia le hagan una nota de color.

Estoy frente a jóvenes judíos en el local de la calle Juncal. Quieren saber más. Willy Brandt de rodillas ante el monumento al Holocausto. De la Rúa levanta tres dedos en el Parlamento. El comandante Varela, cuatro dedos, en La Anita; Heinrich Himmler se limpia la bota y baja el pulgar.

La historia se desgarra una vez más, definitivamente, la herida supura y se agranda cada año. Los mellizos Reggiardo Tolosa prefieren vivir con los secuestradores. Sus padres jóvenes fueron secuestrados, torturados, asesinados en la forma más abyecta. El subcomisario torturador Miara se retrata orgulloso con ellos. Los mellizos sí cobrarán el casi medio millón de indemnización por la desaparición de sus padres, pero irán con el dinero a gozarlo a lo del secuestrador Miara. Tal vez hagan juntos un viaje a Miami y a Disneyworld. Ningún trágico griego se imaginó algo así. Las Madres de Plaza de Mayo reciben el salivazo y el garrote.

Me detengo, regreso también por la calle Juncal. José María Muñoz grita el gol de Kempes. Argentina campeón mundial, seamos todos unidos, compañeros. Duhalde acaba de ser comparado con el Che Guevara. Vote seguridad y empleo. Síganme. Obediencia Debida. Punto Final.

(Publicada el 26 de septiembre de 1998)

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