ESPECIALES • SUBNOTA
› Por Ernesto Tiffenberg
El patio era el mismo de hace 22 años.
Pero ahí, justo en el medio, estaba la placa. En realidad, cuando entré no distinguí nada. Sólo cabezas, gente y un rumor que cubría todo. Un patio lleno de gente escuchando un discurso.
Después empecé a ver. En el medio de la gente estaba Pablo, mi mejor amigo, y el más alto, de la secundaria. Más lejos, muchos chicos. Todos parecidos a las 36 caritas que vigilaban desde lo alto. Desde esos 36 afiches con cara de pibe y un nombre que eran el verdadero motivo de que la gente estuviera allí, de las cabezas, de los discursos.
Cuando terminó el acto de homenaje a los alumnos, ex alumnos y docentes de la escuela Carlos Pellegrini desaparecidos durante la dictadura, las dos mil personas que llenaban el patio fueron escurriéndose y entonces sí, justo en el medio, apareció la placa.
La placa es un rectángulo de acero. Brilla a lo lejos y sólo muestra 36 nombres y 36 edades. Cuando alguien se acerca el acero refleja la imagen y por un instante son 36 nombres y una imagen. Juntos, desaparecidos. Y entonces la imagen llora y el que se ve desaparecido disimula y trata de secarse las lágrimas antes de que alguien se dé cuenta y lo abrace y desaparezca con él.
En ese momento se acerca una pareja más grande. No son pibes de la escuela, no son ex pibes de la escuela. Son padres. Miran el brillo de la placa. Buscan en la lista el nombre de su hija y despacio, con todo el tiempo que tienen para darle, acarician una y otra vez las letras. Retiran también despacio las manos y se abrazan. Lloran y se abrazan y se reflejan en la placa y desaparecen y allí están con su abrazo en la placa, desaparecidos.
Alguien tapa la luz y el brillo de la placa cede. Es hora de correr hacia el hall de entrada con los ojos fijos en alguna ventana para que nadie se cruce e intente la charla. Allí, frente a una espantosa estatua de San Martín, está la escalera principal. Los escalones de un mármol blanco sucio que teníamos prohibido usar durante los años dictatoriales de la secundaria.
En las paredes de la escalera, 36 amplias cartulinas devuelven las miradas de los amigos o conocidos o ex compañeros o ex rivales. También tienen el nombre, pero esta vez están acompañados por relatos de sus vidas, algunas de sus hazañas infantiles y antiguas fotos donde se ven todavía más chicos que en las del patio. Una cartulina semiescondida en el primer piso muestra tres fotos: la primera con la cara de una nena de unos doce años, otra con la de un nene de unos diez y una tercera con una pareja a la que uno le daría diecisiete. Son ellos, la nena y el nene que crecieron y eligieron estar juntos, felices de ser novios para siempre en la cartulina. A pocos metros sus padres conversan entre sí y controlan a sus hijos-novios con el rabillo del ojo.
Hay otras cartulinas aún más sobrecogedoras. En ellas se ve una foto y un nombre. La foto es vieja, escolar, y se nota que no consiguió compañía. Que los padres no están cerca y que nadie, pero nadie en su familia se acercó para rodearla con algo de la memoria con que la abrazan sus antiguos compañeros. Son fotos de chicos abandonados. Fotos que lloran.
Al final de la escalera está Gabriel. Gabriel estuvo desaparecido y me espera con un abrazo. No, no es una imagen. Gabriel está vivo. Estuvo desaparecido pero lo soltaron y se recuperó gracias, entre otros milagros, a los cuidados que le prodigó otra piba del Colegio que justo trabajaba en el hospital donde lo tiraron. Gabriel fue uno de los que hablaron en el patio. “Queremos por un segundo si fuera posible –dijo sabiendo que para él era posible– ponernos en su situación, en la indefensión de sus cuerpos, lejos de sus padres, aferrados a la esperanza del final de la pesadilla, en medio del frío más atroz, despojados de todo, abrigados sólo por su dignidad.”
Otro amigo me cuenta que fue Gabriel el que tuvo la idea del acero. Que en realidad propuso poner un espejo pero que la nitidez del reflejo se hacía intolerable y entonces nació la opción del acero. De una placa de acero con 36 nombres y 36 edades. De una placa de acero que atrapa todas las imágenes.
(Publicada el 19 de septiembre de 1998)
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