ESPECIALES • SUBNOTA
› Por Luis Bruschtein
El hallazgo de la nieta de Juan Gelman, que festejó todo el mundo, fue una catástrofe para el ex presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti. El hombre no participó en el secuestro y asesinato de la nuera de Gelman, estuvo prohibido durante la dictadura militar en su país, gobernó con las reglas de juego de la democracia y, sin embargo, este triunfo de la vida y la dignidad humana se convirtió en su derrota más dura.
Hasta un día antes, para un sector de la opinión pública Sanguinetti aparecía como un político moderado, racional y tranquilo. Según esos parámetros, el poeta se mostraba, por el contrario, como alocado, provocador o irresponsable. Esas actitudes eran “toleradas” por un Sanguinetti “comprensivo” ante un abuelo que buscaba a su nieta.
Después quedó en evidencia que se trataba de un teleteatro. De hecho, la investigación que realizó Gelman para llegar a su nieta y la que hizo el actual presidente Jorge Batlle demostraron que las cosas no estaban tan escondidas, que en realidad era un secreto a voces, al que Sanguinetti no podía desconocer.
Pero un teleteatro así solamente se puede construir a partir de elementos que subyacen en la sociedad, tanto argentina como uruguaya. Se trata de que, sin importar su naturaleza o legitimidad, cualquier reclamo que pueda alterar mínimamente el statu quo aparece como irresponsable. Por el contrario, cualquier actitud que defienda ese “estado de cosas” aparece como moderada y racional.
Y otra más: cualquier reclamo, no importa si es justo o injusto, que se plantee desde una relación de fuerzas desfavorable se toma como alocado. Se supone que, como no asume la imposibilidad de lograrlo, aquel que lo plantea es un provocador o un resentido, aunque tenga razón. En cambio, aquellos planteos que provienen de factores de poder establecidos son aceptados como racionales, independientemente de que así lo sean.
Se supone, además, que el poder o la fuerza son responsables por definición. Lo cual puede ser cierto o no. Pero sobre la instalación de esa falsa idea y de las otras, se construye una especie de “sentido común” que es apropiado rápidamente por el juego político. Se trata de un discurso que no asume riesgos y que llena de palabrería algodonada una realidad que de por sí es dura y conflictiva. Este andamiaje genera la ilusión de que lo duro y conflictivo es cambiarla y hace que la gente común, que no tiene respaldo de ninguno de los factores de poder, sienta que sus propios reclamos y deseos son nada más que ilusiones. Entonces, el discurso del gobernante puede llenarse de macroeconomía, de gobernabilidad y razones de Estado y que a todos les parezca razonable aunque sea contradictorio con sus propias necesidades.
Como político que se montó en ese sistema de ideas, Sanguinetti usó toda la batería de lugares comunes que se pueden escuchar en muchos políticos. Trató de que la cuestión se llevara en forma privada, no pública, y prometió investigaciones que no se hicieron. Después de varios meses, Gelman vio que no avanzaba por ese camino y decidió hacer la denuncia pública. Entonces el ex presidente se mostró paternalista y comprensivo. Gelman insistió y Sanguinetti sugirió que el escritor estaba “utilizando políticamente” una “penosa situación personal” y hasta se refirió a la antigua militancia de Gelman como si las ideas políticas de cualquier signo restaran legitimidad al reclamo.
Ese olfato de político de sentido común le impidió ver a Sanguinetti que su polémica tan desigual con Gelman estaba atravesada por una situación límite que no se acomodaba a las reglas de juego de las discusiones políticas “normales”. Y, por suerte, le estalló en la cara. No hay excusas, no hay explicaciones. Es un ejemplo para otros políticos. Eligió el camino injusto pero más cómodo y menos arriesgado y le fue mal.
Cada momento de la búsqueda de Gelman y su final humanamente feliz destruyó con la minuciosidad del cirujano cada uno de esos lugares comunes. La gente común tuvo la esperanza de que encontrara a su nieta y ahora esa historia donde el hombre pudo más que los sistemas diseñados para apagarlo devuelve la esperanza a la gente común.
(Publicada el 5 de abril de 2000)
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