ESPECTáCULOS › “TOCANDO EL CIELO”, DOCUMENTAL DEL FRANCES JACQUES PERRIN

Volando a la par de grullas y águilas

Por H. B.

Técnicamente prodigiosa, cuidadísima en términos visuales y con el plus que representa la oferta de reconectarse con la naturaleza en tiempos de plena maquinización, Tocando el cielo es uno de los escasos documentales que apuntan a un público masivo. Su productor, el francés Jacques Perrin, ya lo había logrado años atrás con Microcosmos, aquel documental sobre insectos basado en los mismos principios. Narrada en inglés con obvias intenciones globales, en la entrega del año pasado Tocando el cielo rozó el Oscar. Si no se lo pudo llevar fue porque le tocó bailar con la arrasadora Bowling for Columbine. A pesar de eso le fue muy bien en todo el mundo, y ahora llega a la Argentina precedida de una considerable reputación.
Si Microcosmos le permitía al espectador meterse dentro del ignorado mundo del bestiario terrestre, Tocando el cielo lo invita a maravillarse con el vuelo y las extrañas costumbres de las aves migratorias. Así como en aquella ocasión Perrin (productor de Z y Cinema Paradiso, entre otros exitazos internacionales) había impulsado a los realizadores a diseñar una cámara especial para seguir de cerca a los seres microscópicos, esta vez el dispositivo técnico contempla cámaras instaladas en distintas clase de aeronaves, planeadores y helicópteros. El tour de force emprendido por cinco equipos de filmación, a lo largo de tres años y en todos los rincones de la tierra (del aire, mejor dicho) da por resultado una inédita intimidad con el reino alado, completada por un largo tiempo de familiarización de los técnicos con las más diversas clases de pájaros.
Con un relato hecho de frases breves y dispersas (si se trueca aire por agua, el inglés afrancesado de Perrin traerá a la mente el de Yves Cousteau), Tocando el cielo apuesta a lo visual, poniendo al espectador en relación directa con grullas, gansos grises, águilas calvas y barnaclas, siempre en pleno vuelo hacia los lugares de migración. Son miles y miles de kilómetros recorridos, en todos los sentidos terrestres, por geométricas formaciones de aves de todo tipo y plumaje. En pos de atraer la mirada, en algún caso se prioriza lo extraño (ciertas carreras acuáticas de la barnacla canadiense, el urogallo que se infla para impresionar) y hasta eventualmente se falsea un poco la realidad, como en el ataque de unos temibles cangrejos a un pobre pajarillo rengo, a quien parecen devorar cuando en verdad no sucedió así.
Más allá de estas licencias, del fantasma Animal Planet que rodea toda producción de este tipo y de una música New Age que puede llegar a poner un poco incómodo al espectador, no hay duda de que Tocando el cielo logra maravillar con lo que se supondría más próximo. Y hasta puede llegar a arrancarle a alguna espectadora un entusiasmado “¡Qué beshesa!”.

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