ESPECTáCULOS › UNA COMEDIA DE RARA POESIA
Melancólico viaje al fondo del mar
Por L. M.
Su barba añosa pero elegante recuerda a la de ese viejo lobo de mar que, en el imaginario colectivo, fue Ernest Hemingway. Su infaltable gorro rojo de marinero es idéntico al que lucía el oceanógrafo Jacques-Yves Cousteau. Pero su determinación por encontrar primero, y vengarse después, de un extraño especimen de tiburón que se llevó la vida de su mejor amigo parece provenir directamente del capitán Ahab y su titánica lucha contra la ballena blanca que imaginó Herman Melville en Moby Dick. Todo eso y mucho más es Steve Zissou, el inefable protagonista que compone –con su habitual minimalismo y talento para los sobreentendidos– Bill Murray para Vida acuática, la nueva película de Wes Anderson, el director de dos de las comedias más extravagantes que haya dado Hollywood en mucho tiempo, Rushmore y The Royal Tenenbaums.
Como en esos dos films (el primero de Anderson, Bottle Rocket, nunca llegó a la Argentina), Vida acuática está poblado por una fascinante familia sustituta, un poco más que levemente excéntrica y, en este caso, presidida por ese patriarca en decadencia que es Zissou. Suerte de versión paródica –si eso es aún posible– de Cousteau, Zi- ssou ha hecho de su pasión por el mar un proyecto mediático, que en su momento alcanzó para levantar todo un pequeño imperio, pero que para cuando comienza el film está en pleno ocaso. Su barco, el “Belafonte” (llamado así quizá porque el bueno de Harry era el rey del “Calipso”, a su vez el nombre del célebre barco de Cousteau) tiene la nobleza de los viejos tiempos, pero ya no cuenta con los recursos tecnológicos que serían necesarios para la tarea que el propio Zissou se ha encomendado. Su tripulación, proveniente de todos los rincones del mundo, está siempre al borde del motín, empezando por su esposa (Anjelica Huston) que, harta de los desvaríos de Zissou, prefiere entregarse a los brazos de su pragmático archienemigo, otro divo del submarinismo fílmico-televisivo (Jeff Goldblum), pero en pleno apogeo de su estrellato y beneficiario de todos los subsidios de fundaciones e institutos oceanográficos.
Sería ocioso describir a todos y cada uno de los muchos personajes que van sumando su presencia en esta travesía y que le ofrece a Anderson la posibilidad de contar con un reparto increíble (Cate Blanchett, Owen Wilson, Willem Dafoe, Michael Gambon, y Bud Cort y Seymour Cassel, entre los sobrevivientes del viejo cine indie estadounidense). Baste decir que Vida acuática es a la vez una comedia y también una aventura, aunque con un universo muy particular, hecho de pura imaginación y alimentado de la cultura popular, con elementos de los orígenes y de la historia del cine. Hay mucho de Méliès en la manera plana en que Anderson filma el “Belafonte”, recurriendo a una escenografía que muestra un corte transversal del barco con cada uno de sus camarotes y rincones, un poco a la manera en que el mago de Montreuil filmó su delicioso cohete en Viaje a la luna o en que Jerry Lewis expuso el albergue estudiantil de El terror de las chicas (1961).
Todas esas citas se van integrando armónicamente a la melancólica locura de Vida acuática, un film mucho más abierto y menos autista que Rushmore yThe Royal Tenenbaums. Hay una belleza visual muy particular, que no estaba necesariamente en los films anteriores y que aquí le debe mucho a las animaciones de Henry Selick, realizadas con el viejo método del cuadro por cuadro, sin efectos digitales, como ya había hecho antes para Tim Burton. A su vez, la manera en que Anderson utiliza covers de David Bowie interpretados en portugués por Seu Jorge (ver aparte) es también un recurso de una rara, misteriosa poesía. Y más allá de los vaivenes de un relato que nunca está pensado como tal, sino en todo caso como una sucesión de pequeñas epifanías, lo que impresiona de Vida acuática es su libertad. Libertad de movimiento, de imaginación, de pensar otro cine posible, lejos de la prosaica vulgaridad y los lugares comunes con que cada vez más se confunde la idea de comedia.