ESPECTáCULOS › HOY CUMPLIRIA CIEN AÑOS UN GRANDE
DE LAS LETRAS, RAUL GONZALEZ TUÑON
Poeta de las aventuras cotidianas
Se definía a sí mismo como un “realista romántico”. Alentaba la búsqueda del punto en el que se encuentran “la ley y la revelación”. Raúl González Tuñón, de quien hoy se cumple el centenario de su nacimiento, fue uno de los poetas argentinos más universales.
Por Silvina Friera
En el centro de su imaginación poética había putas –la del poema Ursulina, “felina y escuálida”, o Susana, la que “sirve café”–, payasos, marineros, ladrones, magos y obreros, que caminaban por el mundo de los márgenes, de los bajos fondos. Y también estaba Juancito Caminador, un prestidigitador que el poeta, “triste y cordial como un legítimo argentino”, conoció en un circo de la Patagonia, y del que se hizo amigo porque tenía el mismo nombre que su marca de whisky preferida (Johnnie Walker). “Yo traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad”, dice Juancito Caminador, es decir Raúl González Tuñón, en el poema titulado con el nombre del prestidigitador, incluido en Todos bailan. El, que se definía como un “realista romántico”, alentaba la búsqueda del “punto en donde se encuentran lo clásico y lo romántico, la experiencia y el sentimiento, la ley y la revelación, la búsqueda y la inspiración”.
Hace cien años, el 29 de marzo de 1905, nació una de las figuras esenciales de la poesía argentina, precursor en el hallazgo de una entonación rioplatense para el discurso poético, y maestro de varias generaciones de poetas, que será homenajeado con la proyección de un documental, Juancito Caminador, hoy a las 18.15 en el Café Tortoni (ver aparte), y con un encuentro en el Bar Tuñón, a partir de las 20.30, en que artistas y amigos se reunirán para evocarlo.
Mineros de Asturias
“Yo era un poeta realista: todos los personajes que aparecen en ese libro (por El violín del diablo, su primer poemario) fueron conocidos por mí. Frank Brown me deslumbró, era un payaso maravilloso, un inglés acriollado, de gran atracción para los niños; era una cosa deslumbrante”, recordaba Tuñón. Los viajes a Francia y a España irán decantando ese realismo hacia una politización que se explicitó en La rosa blindada, escrito en homenaje a la insurrección de los mineros de Asturias, en 1936. Juan Gelman, probablemente el mayor discípulo del poeta, señaló en el prólogo a la cuarta edición de La rosa... que Tuñón “reivindicó para la Revolución la palabra aventura”. Pero la miopía de la derecha cultural y el astigmatismo de la izquierda partidaria anularon la posibilidad de comprender la evolución del poeta. Al desprecio y la desconfianza que manifestaron ciertos sectores por su poesía política –descalificada, sin apelación, por panfletaria– se añadía otra objeción, más dolorosa al provenir del grupo ideológicamente afín al poeta. El establishment del Partido Comunista lo ninguneó, quizás espantados por este verso, demasiado “burgués”, de Las brigadas de choque: “Demos a la dialéctica materialista el vuelo lírico de nuestras fantasías”. Además, ese poema –que se publicó en la revista Contra, que Tuñón dirigió en 1933– le valió un breve período de cárcel y un proceso por “incitación a la rebelión”.
Cajitas de música
En Conversaciones con Raúl González Tuñón, el poeta le confesaba a Horacio Salas, autor del libro, que no tenía miedo de repetirse en sus poemas. “Pienso que citar varias veces el barco en la botella, las cajitas de música, las veletas, no es repetirse sino seguir moviéndose en medio de los símbolos que siempre he amado.” El placer lúdico y funambulesco por la imagen insólita, su fruición por el truco y la prestidigitación, la fluidez cinematográfica que les confería a las imágenes, el tono coloquial, casi confidente del hablante que parece susurrarle su secreto en el oído del lector, las mutaciones de los estados de ánimo, son algunos de los rasgos de la poesía de Tuñón que se proyectan, con mínimas variaciones, desde sus primeros libros al resto de su producción, Himno de pólvora, Primer canto argentino y Hay alguien que está esperando, entre otros. La frase del sabio franciscano Roger Bacon, que el poeta leyó en su adolescencia, fue la brújula que lo acompañó en su vagabundeo por la vida y de la que supo extraer la esencia de su poesía: “Contempla el mundo”. Y en ese ejercicio de contemplación y embellecimiento de la materia observada, el poeta no hizo únicamente poesía “costumbrista ciudadana” o social. Ante todo fue un poeta universal porque todas las grandes urbes de la poesía de Tuñón –Buenos Aires, París, Madrid– son la misma ciudad, que él construía con retazos tan reales como fantásticos, provenientes de todas las ciudades del mundo.
Antes que Roland Barthes defendiera la idea de hacer anónimo al autor, de divorciarlo de su texto, Tuñón cumplió, acaso sin proponérselo, con la consigna barthesiana. A modo de homenaje a Aída Lafuente, una mujer que murió peleando hasta el final, el poeta escribió La libertaria. Tiempo después, cuando visitó España durante un congreso de escritores, en un festival folklórico escuchó cómo cantaban su poema, al que habían musicalizado. Todos repetían sus versos, “estaba toda manchada de sangre... estaba toda manchada de cielo”, y Tuñón quiso decir: “El autor soy yo”. Pero no lo hizo. Se acercó al escenario y preguntó: “¿De quiénes son esos versos?”. Para su asombro le respondieron: “Anónimo, de autor anónimo”. Tenía 32 años y ya era autor anónimo, universal. En El poeta murió al amanecer (incluido en Canciones del tercer frente), Tuñón, que murió en 1974, anticipó cómo quería ser recordado: “Fue un poeta completo de su vida y su obra. / Escribió versos casi celestes, casi mágicos,/ de invención verdadera/ y como hombre de su tiempo que era/ también ardientes cantos y poemas civiles/ de esquinas y banderas”.