ESPECTáCULOS
“La cantante calva”, o el humor del absurdo
Por Cecilia Hopkins
La cantante calva, la primera de las obras escritas por el rumano Eugène Ionesco, es uno de los modelos dramatúrgicos capaces de ilustrar a la perfección los rasgos principales del llamado Teatro del Absurdo. Surgida una vez finalizada la Segunda Guerra, esta corriente se caracterizó por su tono irónico y espíritu crítico, si bien es cierto que produjo múltiples variantes, tomando en cuenta la aparición de dramaturgias tan dispares como las de Samuel Beckett, Harold Pinter o el propio Ionesco, entre otras. No obstante las diferencias, todas las obras tuvieron en común una insolente oposición al realismo escénico. En especial, a la caracterización psicológica de los personajes y a la búsqueda de la coherencia en lo argumental. Del mismo modo, el humor tuvo una presencia destacada en la obra de todos los cultores de esta modalidad literaria. En Ionesco, los elementos cómicos hacen recordar los dislates chaplinescos tanto como el comportamiento surreal de los hermanos Marx o el distanciamiento envarado que propuso Buster Keaton.
Con un elenco muy parejo compuesto por seis actrices, el director Raúl Mereñuk retoma el texto clásico de La cantante calva con buenos resultados. La puesta prescinde casi de elementos escenográficos y se centra en los intérpretes con el objeto de encontrar precisas composiciones espaciales, en las que la inmovilidad o la detención imprevista aparezcan creando ritmos diferenciados. A eso se suman la expresión gestual y vocal de las intérpretes, quienes tienen en cuenta las posibilidades de la distorsión de la voz y la máscara caricaturesca. Es cierto que por momentos el tiempo transcurrido desde la escritura de la obra puede pesar un poco al espectador actual, en virtud de la cantidad de obras estrenadas tiempo después con procedimientos muy similares.
Pero, independientemente de eso, hoy el texto de Ionesco resulta un tanto reiterativo, especialmente cuando procura estirar lo más posible algunas de las situaciones que plantea. De modo que aquello que en un momento parecía un manifiesto en contra de lo instituido, hoy puede sonar previsible. Esto ocurre en la larga escena del hombre y la mujer que descubren que ambos son un matrimonio luego de admitir una improbable serie de coincidencias, o en el momento en que tocan a la puerta sin que aparezca nadie, un episodio que da pie a múltiples y disparatadas teorías. De todos modos, la simpatía de los personajes se impone por sobre los aspectos menos reveladores del texto.