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“El Mono de Hierro”, un héroe que desafía las leyes de la gravedad

El film de Yuen Wo Ping parece un llamado a la suspensión total de la incredulidad, con una serie de impactantes coreografías de lucha.

 Por Horacio Bernades

Se llama Yuen Wo Ping y es, desde hace treinta años, el máximo coreógrafo cinematográfico en actividad. Pero lo suyo no son bailarinas en tutú ni tap dancers sino las trompadas, el kung fu, espadas afiladas y patadas voladoras. Nacido en Hong Kong hace medio siglo, Yuen Wo Ping es el rey de la coreografía de acción, con especialidad en artes marciales. Número 1 indiscutido en toda Asia, suma a esta altura una treintena de películas como director de escenas de acción y unas veinte como director a secas, varias de ellas al servicio de las máximas figuras del rubro, como Jackie Chan y Jet Li (ver Play). Pero recién en el último par de años sus asombrosos ballets de cortes y quebradas aéreas empiezan a dejar al espectador occidental con la boca abierta: fue gracias a él que los actores de The Matrix quedaron suspendidos en el aire y los combatientes de El tigre y el dragón se treparon a tejados y copas de árboles. En este preciso momento, Yuen sigue desafiando la gravedad occidental, en ambas secuelas de The Matrix y en Kill Bill, la nueva película de Quentin Tarantino.
Fue Tarantino quien recomendó el estreno estadounidense de Iron Monkey, uno de los opus más célebres de Wo Ping, filmada a comienzos de los ‘90 y lanzada en el país del Norte el año pasado. Con un título que le pifia hasta en el metal (Iron Monkey quiere decir “Mono de Hierro”), en la Argentina esa película se conocerá directamente en video, a partir de la semana próxima. Doblada al inglés, el sello Gativideo la lanza como Alma de acero, y todos los interesados en kinética cinematográfica, mecánica de los cuerpos y coreografías aéreas no pueden dejar de verla. Desde las primeras películas de espadachines (aquellas en las que Douglas Fairbanks volaba como una pluma entre cortinados y velas de barco) y las comedias musicales del Hollywood de la edad de oro no se veía nada ni remotamente parecido. Producida por ese dínamo viviente del cine hongkonés que es Tsui Hark, Alma de acero es lo que se conoce como wu xia pian. Cine de artes marciales, para el espectador occidental. Kung fu, más específicamente.
Característico de esta clase de películas, la trama y los personajes de Alma de acero son bastante ingenuas. A mediados del siglo XIX, políticos corruptos saquean al pueblo. En una aldea del interior de China aparecerá un héroe providencial, especie de Robin Hood oriental que les roba a los ricos para repartir el botín entre los pobres. Se hace llamar “Mono de Hierro” y en verdad se parece más al Zorro que a aquel inglés del bosque de Nottingham. Como el californiano del antifaz, de día es un ciudadano respetable (médico herborista, en lugar de aristócrata), pero en las noches de luna llena, enteramente vestido de negro y con medio rostro cubierto, anda por los tejados, volviendo locas a las autoridades. Cuando el gobierno central, preocupado por la ineptitud de los mandatarios locales, envíe a su despiadado primer ministro para resolver la situación, dos bandos quedarán definitivamente conformados. De un lado, los poderosos y sus ejércitos, reforzados por unos corruptos monjes shaolin; del otro, el Mono de Hierro, su valerosa asistente y un médico y su hijo, todos ellos envueltos en combates acrobáticos que son la flor y la nata de Alma de acero y del cine de Yuen Wo Ping en general.
El arte de Yuen Wo Ping se basa en el uso indiscriminado de cables y arneses invisibles, que permiten a sus personajes saltar como langostas, volar, descender o ascender como tirabuzones humanos y lanzarse unos sobre otros, dibujando espirales en el aire. Esta técnica, sumada a la maestría acrobática que es proverbial de los atletas orientales, los cortes de montaje que generan pura ilusión de movimiento y las demenciales coreografías imaginadas por el director, da por resultado un incesante flujo kinético, que parecería querer competir en pie de igualdad con el dibujo animado. El cine de Hong Kong en general, y el de Yuen Wo Ping en particular, se ríen de la palabra “inverosimilitud”. Como resultado de ese desparpajo, hay aquí movedizas pirámides humanas, rivales utilizados como armas arrojadizas, golpes que envenenan la sangre, niños y frágiles damiselas venciendo ejércitos enteros a pura muñeca. Y una descomunal batalla final, con todo el mundo subiendo y bajando de postes en llamas, que restituye para el cine, triunfalmente, el perdido arte de lo imposible. Un arte que combate la gravedad, la realidad y otras esclavitudes por el estilo a puros vuelos, cabriolas y patadas.

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“El Mono de Hierro” es como Robin Hood, pero a la usanza oriental.
 
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