Jueves, 18 de agosto de 2011 | Hoy
PSICOLOGíA › RELACIóN MADRE-HIJA EN LA ANOREXIA, LA BULIMIA Y OTROS GOCES
A partir de consultas de madres preocupadas por la anorexia-bulimia de sus hijas, la autora examina la relación entre esa problemática y el vínculo madre-hija, insertado a su vez en “la tendencia al goce inmediato” referida a objetos de consumo en la sociedad actual.
Por Graciela Sobral *
Recibo muchas demandas de madres, tanto en la consulta privada como en el Servicio Público de Salud. Se trata de mujeres que se presentan como madres y consultan por lo que les pasa con sus hijos, especialmente con sus hijas, o que son derivadas por los profesionales que tratan a sus hijos. Los motivos de la consulta son diversos: sus hijos padecen anorexia o adicciones, la relación con éstos es difícil e incontrolable; desde que nació el hijo la vida de pareja va muy mal, desde que tuvo hijos no tiene ningún deseo sexual, lo que ocasiona problemas en la vida familiar, etcétera. Voy a presentar dos viñetas clínicas para ilustrar la cuestión que quiero mostrar.
Rosario consulta hace un año por la relación tormentosa que tiene con su hija de 14 años, que padece anorexia. Las peleas entre ellas son constantes y muy duras; su marido o no hace nada o defiende a su hija. Ella es una mujer poco cariñosa, exigente. Su hija le pareció odiosa desde que nació, no le gusta cómo es en ningún aspecto y se enfada mucho con ella. Para evitar la angustia necesita tener todo controlado. ¿Qué es lo que la angustia tanto? El curso de las entrevistas la lleva a hablar de la relación difícil que ha tenido con su hermana y a darse cuenta de que le pasan con su hija las mismas cosas que le pasaban con su hermana, que era la protegida de su padre. Este descubrimiento la divide subjetivamente y la cuestiona. Comienza a sentirse mal ella misma, más allá de la relación con su hija. Luego puede desplegar algo de la queja hacia sus padres, y relata una escena de abuso sexual en la adolescencia por parte de su tío, episodio que ella había contado en su momento a su familia. Aún hoy le sorprende y no comprende que ellos nunca se enfadaran ni dijeran nada a su tío. Ahora puede hablar de las grandes dificultades que ha tenido con los hombres; de la relación con su marido y de la vida sexual. Ya no habla de su hija, con la que ha dejado de pelearse y mantiene una relación mucho más distendida.
Pilar consulta porque su hijo no estudia, parece que no va a aprobar ni siquiera los estudios secundarios y ella no lo puede soportar. Es una profesional muy prestigiosa y se dedica abnegadamente a su trabajo. Está separada de su marido desde que su hijo tenía tres años. El hijo se queja de que su madre sólo se ocupa de su trabajo. Ella intenta suplir su ausencia con regalos de todo tipo y de gran valor, y consiente ciertos malos tratos de parte del hijo cuando se enfada con ella, porque siente culpa por dejarlo tanto tiempo solo. En el transcurso de las entrevistas comienza a pensar que tal vez no se trate tanto de darle las cosas materiales que él le exige y que luego no valora, sino de darle otra cosa: preocuparse por sus asuntos, hacerle una comida que le guste. Interrogada por la analista sobre su vida sentimental, cuenta que su madre tenía un amante: ella lo sabía porque los había visto juntos y sentía rabia contra su madre por lo que le hacía a su padre; y cuenta que su abuela, siendo viuda, convivía con un hombre en semisecreto y a ella le daba mucha vergüenza. Pilar no puede estar con un hombre, se separó de su marido cuando tuvo a su hijo y sólo tiene relaciones esporádicas con hombres que viven muy lejos. Hablar de ello le permitió pensar que no soporta ser la mujer de un hombre, que ha privado a su hijo de la posibilidad de tener un padre, y se pregunta por qué no puede amar. Estas interrogaciones a su posición subjetiva han supuesto algunos cambios: por ejemplo, ya no le consiente a su hijo los malos tratos.
¿Qué significa ser madre? ¿Qué se esconde tras la maternidad? Según lo que vemos en estos casos, el problema con los hijos oculta y toma el lugar de una dificultad vinculada a la posición femenina y a la sexualidad. Los problemas de la madre obturan los de la mujer; los hijos tapan al hombre. Por otro lado, este tapón del deseo sexual produce angustia, lo que muchas veces lleva al sujeto a consultar. Cuando las cuestiones vinculadas a la madre en tanto mujer pueden comenzar a manifestarse, los problemas con los hijos pierden fuerza. Cuando la madre logra cuestionar su omnipotencia, su exigencia (de que el objeto-hijo se adecue a su demanda), y comienza a soportar la diferencia, es decir, la particularidad del otro, es cuando puede producirse algún cambio en su posición subjetiva y cuando se puede atisbar algo del orden de la falta. Esto libera al hijo de su función de tapón en la que seguramente él también encontraba una coartada.
El tratamiento psicoanalítico de madres que consultan por la anorexia de sus hijas o por problemas en la relación con los hijos –particularmente con las hijas– nos muestra una dificultad con relación a lo femenino, la misma que, en la hija, se esconde detrás del síntoma anoréxico-bulímico. Y nos invita a reflexionar sobre una característica del Otro contemporáneo, representado en nuestro caso por las madres. En las sociedades de consumo, globalizadas, surge una serie de nuevos síntomas psíquicos o síntomas que, sin ser nuevos, toman en la actualidad una forma epidémica, cuyo tratamiento no resulta fácil. Se destaca en estas sociedades la producción de objetos tecnológicos a gran escala. La proliferación de estos objetos, baratos, con fecha de caducidad, destinados a ser continuamente reemplazados por otros nuevos, tiene consecuencias. Una de ellas es la tendencia al goce inmediato que se obtiene en la relación con estos objetos, en detrimento de la dimensión del objeto como mediador o de intercambio, vinculado al deseo.
El objeto tecnológico, que parece estar al servicio de las personas, determina la subjetividad de la época. Ya no sólo es imposible prescindir de él, sino que va organizando, de manera imperceptible, la forma de relación con los otros, la temporalidad y la manera de disfrutar. Dicho objeto se introduce cada vez más en la vida y la intimidad, y toma subrepticiamente el lugar del partenaire. Su proliferación promueve un goce solitario y autista, tanto en el sentido de que cada vez se puede prescindir más de los otros como en el sentido de que el objeto deja de ser un medio para el encuentro. La satisfacción que procura resulta un fin en sí misma, aunque sea en compañía de otros. Se ha desplazado el acento del otro al objeto. El objeto es el compañero más fiel y menos problemático: brinda una satisfacción inmediata que no necesita pasar por las vicisitudes y dificultades que suponen las relaciones. Es como si el sujeto intentara realizar su fantasma sin ninguna mediación. La época privilegia la dimensión imaginaria y el goce autista y estimula la ilusión de que la completitud o la satisfacción total son posibles.
Ya en los años ’50, Jacques Lacan decía que, en relación con la anorexia, se debe pensar en la madre que “confunde sus cuidados con el don de su amor” y, por lo tanto, ahoga al niño con su “papilla asfixiante”. Los cuidados, el excesivo celo en el intento de satisfacer las necesidades del niño, resultan asfixiantes, lo cual no sucede cuando se trata del don de su amor.
Lacan en esa época define el amor como “dar lo que no se tiene (el falo) a quien no es (el falo)”, es decir, que en el amor se trata de dar la falta (más que un bien) a quien toma el lugar del objeto del deseo. Lacan habla de la madre para quien lo importante es satisfacer las necesidades del niño y que descuida el hecho de que, para que un niño crezca sano, es necesario que se lo ame y que se desee algo para él, más allá de la satisfacción de sus necesidades.
Este aspecto del amor no es el aspecto narcisista, de completitud mutua, donde el niño llena imaginariamente la falta fálica de la madre. Hablamos de otro aspecto, que lleva a la madre a poner en juego un deseo que no se agota en el niño. Sólo desde la dimensión del deseo tiene la posibilidad de dar un amor que transmita la falta.
El objeto constituye para el niño un don del amor de la madre. El objeto vale, más allá de la necesidad, porque es un don de amor del Otro materno. Entonces, por ejemplo, el niño aceptará o no la demanda del Otro de ser alimentado, no tanto por la comida, por el objeto en sí, sino por el hecho de decir sí o no al Otro.
El Otro, sin embargo, por distintos motivos, puede estar en esa posición desde la cual privilegia la satisfacción de la necesidad ignorando la dimensión de la falta. Cuando falta la falta y el objeto deviene fundamentalmente objeto de satisfacción de la necesidad, el Otro, que ya no opera como Otro simbólico, fija a esta posición de goce, no sólo al objeto, sino al sujeto mismo.
Podemos relacionar la epidemia de anorexia-bulimia con la tendencia al goce autista, característica del mundo actual, que, con objetos, obtura la falta y elude la dimensión del deseo. Para ello es necesario aclarar la relación entre alimento y objeto tecnológico. “Dar lo que no se tiene” –esa definición que, como vimos, Lacan dio para el amor– nos conduce al objeto nada, el objeto simbólico en su expresión más pura, en contraposición con el objeto tecnológico. En la época del objeto siempre a mano y apto para la satisfacción inmediata, la anoréxica-bulímica pervierte el alimento y muestra de forma paradigmática su dimensión de objeto de goce, igualándolo al objeto tecnológico y utilizándolo como tal. De esta forma, constituye el mejor ejemplo de que, para el ser humano, la dimensión de la necesidad está abolida.
Con la maniobra anoréxica, el sujeto intenta abrir un hueco en la compacidad del Otro; es un intento de apertura que funciona como un pseudodeseo, porque no se trata verdaderamente de un deseo, sino de un “No” a la demanda del Otro, a todas las demandas que le ofrecen soluciones para obturar ese vacío en el estómago que comienza a construir en el lugar de la falta. La falta simbólica es degradada a vacío real, sobre el cual se puede operar con maniobras de vaciado y llenado.
El sujeto intenta restituir al objeto su estatuto simbólico pero, a la vez, el desarrollo de la anorexia y en particular de la bulimia, que es su forma más extendida, pone en juego la dimensión del objeto como objeto de goce. El sujeto goza de su nuevo objeto: primero la nada, luego el atracón y el vómito, y el goce que obtiene con estos nuevos objetos lo fija a esa posición, donde encuentra algo que lo asegura.
El síntoma de anorexia-bulimia que se manifiesta en la adolescencia, en el despertar de la vida sexual de las jóvenes, toma hoy en día una forma epidémica. Encontramos su desencadenamiento en torno de la menarca, a la aparición de los caracteres sexuales secundarios, a los primeros encuentros y dificultades en la vida sexual con el partenaire. En este sentido, la anorexia funciona como una respuesta fácil, al alcance de las jóvenes de esta época, con relación a la pregunta: ¿qué es ser una mujer (para un hombre)?
* Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) (reside en España). Texto extractado del libro Madres, anorexia y feminidad (Ediciones del Seminario).
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