PSICOLOGíA › SOBRE LA PELICULA ELLA

La voz de Samantha

 Por Daniel Braun *

En el futuro cercano, muy cercano, donde se ubica la película Ella (Her) –ganadora del Oscar al mejor guión–, Theodore, un triste y solitario escriba, ordena a su computadora imprimir las cartas que escribe por encargo; esas que las personas ya no se escriben entre ellas, en ese mundo ultratecnologizado. Así se gana la vida, así transcurren sus días; sus noches oscilan entre la soledad, los videojuegos y la tristeza por su reciente separación. Un día como cualquier otro, persuadido por la publicidad, decide probar un nuevo y prometedor sistema operativo en su computadora... y ahí empieza el viaje. Sólo un par de preguntas, el sistema se autoconfigura y aparece Samantha: el sistema tiene voz, en milésimas de segundo ha elegido su propio nombre entre miles disponibles, y le habla. Samantha es dulce, su voz es seductora. Pasado el primer momento de extrañeza, de incredulidad, entablan una agradable conversación, una interlocución continua y Theodore, lentamente, sucumbe a sus encantos: la voz está siempre presente en el auricular inalámbrico de su celular, siempre lista para escucharlo y responderle, en un diálogo que va tomando ribetes amorosos, incluso sexuales. Samantha está a su servicio, le organiza la vida, consigue que publiquen su libro y Theodore olvida que es sólo una voz.

Es que esta película concierne a la voz, de la cual pone en escena un aspecto en particular: además de ser vehículo del significado, o fuente de veneración estética –muchas veces al borde de la fetichización–, la voz aparece aquí como soporte de la dimensión fantasmática: la voz funciona como causa del deseo, y rompe una ilusión: la de la unidad del cuerpo. La voz tiene una extraña autonomía, no pertenece al cuerpo que la emite; no encaja en ese cuerpo, o pertenece al cuerpo equivocado. El intento de Samantha por sumar a alguien –carnalmente– a la relación, fracasa sin remedio, se le hace insoportable a Theodore.

Freud señaló que lo oído es el núcleo alrededor del cual se teje la fantasía. La voz del Otro primordial fue escuchada cuando aún no se podía comprender; se incorpora, entonces, pero nunca se asimila, conservando siempre un punto de íntima extranjeridad. Pero no se trata de ubicar un origen mítico: la voz es el resto caído del encuentro del lenguaje con el cuerpo: es lo que ambos tienen en común, pero que no pertenece a ninguno de los dos; la voz surge del cuerpo y soporta el lenguaje, pero no es de uno ni del otro.

La fantasía de Theodore se derrumba cuando toma nota de algo que en verdad ya sabía: Samantha, al igual que la voz, no es “suya”, ilusión necesaria para sostener la relación amorosa. El resto es soledad.

* Psicoanalista.

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