Jueves, 22 de mayo de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › EL VINCULO FRATERNO A LO LARGO DE LA VIDA
Por Leonardo J. Glikin *
El vínculo entre hermanos es uno de los lazos más ricos y duraderos que puede tener una persona. Se prolonga a lo largo de toda la vida, más allá de que los hermanos sigan interactuando entre sí o no, ya que las vivencias entre hermanos quedan inscriptas en la historia de cada uno. Es posible que una persona se olvide de un amigo que tuvo en la infancia y que no volvió a ver, pero nunca puede olvidarse de un hermano, aunque sea para criticarlo y diferenciarse de él. Los hermanos sirven de modelos de identificación diferentes al de los padres por el hecho de pertenecer a una misma generación. Con más razón, esto es así cuando las figuras de los padres son en algún punto deficitarias. En muchas circunstancias de crisis en la familia, el vínculo entre hermanos puede convertirse en el sostén del equilibrio de toda la familia: por ejemplo, ante graves crisis económicas, enfermedad o fallecimiento de uno de los padres, divorcio. Además y en general, en ese vínculo se asienta el cuidado de los padres durante la vejez. La huella dejada por la relación fraternal es tan importante que incidirá en la relación de cada persona con sus hijos, con su pareja, y con los miembros de los grupos a los que pertenezca.
Desde el prisma de los padres, la buena relación entre los hermanos satisface el cumplimiento de diversos valores: el amor familiar; la solidaridad (que, cuando los padres son mayores, se convierte en un tema de vital interés, dado que les garantiza una mejor atención y cuidado por parte de sus hijos); la protección mutua a lo largo de la vida (lo que satisface el deseo de los padres de que sus hijos no estén solos, más allá de la posibilidad material de ellos de proveer esa protección); la continuidad de la unión familiar en las siguientes generaciones, que perpetúa la cultura familiar.
Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad. Su condición de universal es el más desafortunado aspecto de la naturaleza humana, porque el que envidia no solamente sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros. Este sentimiento opera desde los primeros años de vida y se refiere a la relación temprana de la persona con su primer objeto de amor, en general su madre. La envidia entre hermanos es una manera de competir por ese amor. Los chicos crecen y estos sentimientos de envidia siguen siendo intensos, solo que, por la mayor sofisticación de los hermanos, aparecen de forma solapada: quizá se muestran frente a la excelente idea de uno de ellos, expresada en una reunión de directorio y que alguno de los hermanos se resiste a considerar o que trata de desbaratar con argumentos que se repiten de manera inalterable, porque en el fondo no se refieren a esa idea en particular, sino que intentan dar un barniz racional a lo que no es otra cosa que manifestación de la envidia. Cuando se comparte la vida laboral con un hermano pueden aparecer conflictos íntimamente relacionados con estos sentimientos primitivos, pero en general maquillados. Remiten, en general, a viejas riñas infantiles que datan de un tiempo del que no se tiene registro consciente. Aunque sea un tema poco trabajado en la literatura de empresas de familia, las relaciones de hermanos son una de las claves del éxito de un proceso de transferencia del negocio a la siguiente generación. No es suficiente que las relaciones entre padres a hijos sean colaborativas si quienes tienen que continuar en el proyecto no pueden armonizar entre sí.
El rol de los padres en la resolución de conflictos entre los hijos puede ser de prescindencia o de interferencia. La prescindencia consiste en que los padres permitan a sus hijos resolver entre ellos sus diferencias, encontrando su propio punto de equilibrio, sus propias pautas de equidad y de justicia. La interferencia mantiene vivo el conflicto, como una experiencia negativa. Cuando los padres refuerzan la rivalidad, los chicos continúan en esa senda. Cuando los padres no interfieren, muchas veces los hijos abandonan la rivalidad y encaran juegos más positivos. En las familias en las que hay una aversión al conflicto, los hijos aprenden a suprimir los sentimientos agresivos y adoptan la creencia de que la rivalidad entre hermanos es tabú. En estas familias, los hijos no aprenden a resolver sus diferencias de manera autónoma; por el contrario,tienden hacia una actitud de vergüenza por exponerlas. Muchas veces exponen esas diferencias cuando ya no las pueden disimular. Quizá lo hacen de la peor manera y en el peor momento.
No toda rivalidad es negativa. A veces, es el motor adecuado para la diferenciación, el impulsor necesario para generar una competencia que ayuda a que cada uno de los hermanos pueda crecer. Lo normal es que la rivalidad decaiga con el paso de los años y la maduración de los protagonistas. Sin embargo, hay rivalidades destructivas que pueden persistir a lo largo de la vida.
Hay padres que priorizan el concepto de igualdad, que tiende a que todos reciban lo mismo formalmente, aunque sus necesidades o sus aportes sean diferentes. Entonces, por ejemplo, si hay una sola botella de gaseosa, se reparte por igual entre todos los hijos. A ese concepto se le contrapone la práctica de la equidad, que consiste en igualar situaciones diferentes. Así, por ejemplo, ante la situación recién expuesta de la gaseosa, sería factible administrarla de manera no igualitaria en el caso de que alguno de los hijos estuviera más deshidratado que los otros, tal vez, porque estuvo practicando un deporte muy exigente. En ese escenario, se podría compensar en función de las distintas necesidades, aplicando un criterio de equidad.
* Texto extractado de Los hermanos en la empresa de familia, de reciente aparición (Aretea ediciones).
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