PSICOLOGíA › CUATRO CASOS DE PERSONAS QUE SE OPERARON PARA CAMBIAR DE SEXO
“Vello público” del transexualismo
El análisis de cuatro distintos casos de personas que decidieron intervenirse quirúrgicamente para cambiar de sexo arroja diferentes conclusiones para cada una de ellas y sólo en uno de los casos sería aplicable el término “perversión”.
Por Sergio Rodríguez*
Caso 1. Información periodística: el juez marplatense Pedro Hooft otorgó la autorización necesaria para que una persona que “anatómicamente tenía apariencia masculina” fuese objeto de una operación que “la cambiara a una femenina”. El juez fundamentó su decisión alegando que “es una persona con identidad psíquica de mujer, en un cuerpo de hombre”.
Caso 2. Información periodística: José Antonio Gordo Pantoja era cabo segundo de la Armada hace un año y medio, cuando decidió presentarse ante sus mandos para comunicarles que era transexual y pedirles que le llamaran María del Mar. El Ejército abrió entonces un expediente para examinar si su condición lo convertía en inútil para el servicio militar, lo que habría provocado su expulsión. El informe médico reconoce su condición de transexual y certifica que puede seguir ejerciendo sus labores en la Armada, según informó Gordo Pantoja.
Caso 3. Información periodística: Una tenista transexual chilena, Andrea Paredes van Roth, de 33 años, aspira a ser admitida en torneos en el escalafón femenino y dijo que cuenta con la aprobación de la federación de tenis chilena. “Puede haber otras con talento, pero mi fuerza, mi saque y resistencia me dan una gran ventaja competitiva”, dijo a la prensa. “Como hombre siempre jugué, pero entré a la universidad y me faltaba dinero para ir a los torneos. En 2000, me operé, y la idea no se me había pasado por la cabeza, pero unos amigos me dijeron que lo hiciera porque yo pego muy fuerte y eso hace una gran diferencia.”
Caso 4. Consulta a un psicoanalista (ateneo clínico publicado en la revista Imago, Nº 5): Derivado por un colega, pide una entrevista a nombre de Elena, de 26 años. Se presenta con pantalones jean ajustados, corte a la garzón, características sexuales femeninas. Dice que la envió el doctor X porque “tengo que elaborar la emasculación que me voy a hacer en agosto”. Los padres viven en una provincia del interior y a José Luis (“Ese es el nombre de la cédula”) lo habían dejado en casa de una tía materna. A los 16 años inició su vida sexual manifiesta con un muchacho del barrio y esta relación se prolongó tres años, hasta los diecinueve (“fui homosexual”). A los diecisiete, la tía lo somete a un examen clínico, porque “tenía voz aflautada y no me crecía la barba”. Dice que lo sometieron a exhaustivos análisis y “le dijeron a mi tía que era normal”. A los 20 años, “dejé de ser homosexual” y empezó a vestirse de mujer. Pocos meses después, conoció a Juan.
Paciente: Anoche Juan me dijo que se había arrepentido de pedírmelo. (Silencio.)
Terapeuta: ¿Pedirle qué?
Paciente: La emasculación, como le dicen los médicos. Yo me sentí contenta, no sé bien por qué, supongo que me demuestra cariño. (Silencio.) Dijo que podía resultar peligroso... pero igual lo voy a hacer, la experiencia que pasé no la quiero repetir; él me asegura que me quiere, le creo, pero tengo miedo; si me operan, todo va a quedar como antes...
Terapeuta: ¿Antes de qué?
Paciente: Como antes de que me engañara, y vamos a poder ser realmente una pareja; si no, me siento siempre en situación de peligro... y no quiero más; aun en caso de que él insista y se niegue, igual lo voy a hacer... el mércoles (sic).
Terapeuta: ¿Mércoles?
Paciente: ¿Qué?
Terapeuta: Dijo “mércoles”.
Paciente: Mércoles... no me di cuenta, quiero decir miércoles... le borré el palito (sonríe). Bueno, le sigo contando, el miércoles vino mi tía a casa; a Juan le da bronca que ella venga, dice que viene a chismosear pero es la única persona, de mi familia por supuesto, y de la de él ni hablemos, que acepta nuestra situación... y a él le quitó el lugar...
La transexualización, o sea el reemplazo del pene y los testículos por una vagina construida quirúrgicamente, no es un hecho nuevo en la cultura, pero sí ha tomado multiplicadas trascendencias debido a desarrollos en la clínica y las técnicas quirúrgicas y por el alcance de los medios masivos de comunicación, particularmente la televisión.
Si bien se trata de una modalidad de identificación diferente, es sabido que un travestido encarna, como tal, a uno de los personajes principales en la serie televisiva de mayor rating dirigida a las familias argentinas. Entonces, para las personas que se encuentran ante el dilema, para los profesionales que deben “operar” –psicoanalistas, cirujanos, enfermeros, abogados, sacerdotes– resulta conveniente útil conjeturar en función de las aristas que presenta. Lo haré, partiendo de leer a la letra lo que dicen en los párrafos anteriores algunos involucrados en el problema.
Cabo María del Mar
Aunque resulte extraño al sentido común, lo formulado por el veredicto del juez es certero: una apariencia ha sido cambiada por otra. A la percepción de las otras personas no somos más que apariencias. Hay personas que, en razón de causas genéticas y/o ligadas a la historia del desarrollo de su psiquismo y de cómo éste reaccionó ante acontecimientos presentados por su infancia y por la vida en general, se instalan en una posición sexual inconsciente con manifestaciones conscientes diferentes a la conformación sexual anatómica recibida.
El anudamiento inconsciente de los tres registros entre los que se tensa un sujeto (real, simbólico e imaginario) con la identidad sexual que asume es una de las fuentes de sus principales conflictos. Que pueden desembocar en diferentes tipos de neurosis, psicosis, y prácticas de goce erótico distintas a lo pautado como normal por los hábitos y costumbres de las mayorías. Desde este entendimiento, afirmo que puede ser acertado el dicho del juez Hooft: “...es una persona con identidad psíquica de mujer, en un cuerpo de hombre”.
El planteo del cabo de la armada española reivindica el derecho a tomar decisión sobre su cuerpo dándole prioridad, no a su apariencia sino a su modalidad de goce. Así fue que “decidió presentarse ante sus mandos para comunicarles que era transexual y pedirles que le llamaran María del Mar”. Al comunicar ser transexual, no reprime, reniega o forcluye su presencia anatómica masculina previa, sino que reconoce su goce femenino como predominante y como consecuencia su transexualidad. Lo que la lleva no sólo a hacerse operar y llevar adelante los trámites necesarios para acceder a su nueva identidad civil, sino también a elegir un bello nombre femenino muy ligado a su goce laboral. Si lo de “goce femenino” parece una sobreinterpretación, advirtamos que la remodelación de sus órganos genitales la ha privado de cualquier posibilidad de acceso al goce más diferenciado y concentrado de los hombres, el del pene. No ocurre así con los travestis, muchos de los cuales gozan, no sólo haciéndose penetrar analmente, sino también penetrando y haciéndose masturbar el pene.
En cambio, el caso de la/el tenista se ubica decididamente en el terreno de la perversión. Aceptada incluso, como no es infrecuente que ocurra por quienes deberían velar por el cumplimiento de las legalidades sociales. La/el tenista declaró: “Puede haber otras con talento, pero mi fuerza, mi saque y resistencia me dan una gran ventaja competitiva”. Y comentó: “Como hombre siempre jugué, pero entré a la universidad y me faltaba dinero para ir a los torneos. Luego me operé, en 2000, y la idea no se me había pasado por la cabeza, pero unos amigos me dijeron que lo hiciera porque yo pego muy fuerte y eso hace una gran diferencia”. La fantasía de la tenista está claramente explicitada: aprovecharse de su fuerza de cuerpo de hombre y de la apariencia femenina conseguida con el tratamiento quirúrgico y hormonal. No aspira a gozar como mujer, sino como varón en una apariencia femenina. En términos del psicoanálisis, reniega, desmiente la imposibilidad de ser El Falo Imaginario (eso que, al generar la ilusión de completar, permite creer en la existencia de un Todo). Típico de la perversión: aprovecharse tramposamente del otro para dominarlo. Otra variante la presenta el fragmento presentado en el ateneo publicado por Imago. En primer lugar, si consultó –“tengo que elaborar la emasculación”– fue porque, en algún punto, dudó. Está dispuesto a hacerse emascular, así lo dice en dos oportunidades, aunque en la segunda atribuya ese significante al saber médico, al saber que le viene del Otro. Emascular significa capar, castrar. O sea, está dispuesto a hacerse castrar, a perder los órganos genitales. Es lógico que dude y seguramente, como acto, le debe haber resultado de difícil elaboración, si es que la logró. En este caso se torna evidente por su discurso que busca en el analista un socio que lo ayude a soportar un acto sintomático, muy cercano a un acting out, de resultado incierto.
Una polémica sobre esta clase de intervenciones se centró en la oposición entre el derecho de las minorías y los criterios de uso de los presupuestos de hospitales públicos. Un periodista sostuvo: “Es irónico que en un país donde ni la salud pública ni la privada reconocen los gastos de inseminación o fecundación asistida, los contribuyentes paguemos la cirugía del transexualismo”. Esta formulación reduce y simplifica un concepto difícil y complejo como el de salud y enfermedad: apoyaría que los contribuyentes paguen inseminaciones y fecundaciones asistidas, prácticas médicas que buscan subsanar deficiencias anatómicas, fisiopatológicas y dificultades psíquicas que sólo dañan las facultades de procreación; pero se opone a operaciones que procuran adecuar el cuerpo de la persona a la posición inconsciente en la que se halla instalada y cuya inadecuación daña psíquica y físicamente al padeciente.
Es necesario tener en cuenta que a muchas de esas personas la operación puede servirles para que no se desencadene una psicosis que, causada por la forclusión del Nombre del Padre, fue suturada identificándose a una posición sexual inconsciente distinta a la portada por su sexo anatómico. Posición que suele ser mucho más compleja que sólo la identidad hombre o mujer. El resultado de la cirugía transexualizante puede tomar la función llamada de “sinthome”, de “cuarto nudo”: puede defender del desencadenamiento de una psicosis –así como a otros puede empujarlos a ese desencadenamiento–; la recomendación sólo puede darse caso por caso. En el recordado caso de la transexual Mariela Muñoz, dicha identificación estuvo guiada mucho más por su pasión de ser madre –crió 17 hijos– que por su deseo de feminidad. Pasión que posiblemente la reivindicó fálicamente de algún sentimiento de minusvalía en su apariencia masculina.
Vello público
Además del derecho de cada persona de adoptar la posición sexual que más le cuadre, hay que pesar razones que el desarrollo de las ciencias en general y del psicoanálisis en particular van indicando como más adecuadas para proteger la salud mental y física. Al sentido común no suele resultarle fácil aceptarlas, pues confirman fantasías que la mayoría aborrece. El juez habló de “adecuación a su realidad”, pero un periodista habló de “ablación de los órganos genitales”: la imaginó como castración, mientras que la paciente y el juez la concebían como el camino para acceder al sexo con el que aquella se sentía identificada. Equívocos y neologismos aparecidos en artículos y declaraciones son indicios del efecto angustioso que causa en los que no son afectados de un modo idéntico por estos conflictos, que viven como amenaza de castración. Por ejemplo el cirujano interviniente, refiriéndose al genital construido a través de la cirugía plástica, lo llamó “neovagina”, como si hubiera sustituido una vieja. Este neologismo sostiene el fantasma que animó al/la paciente. Un medio periodístico escribió “vello público” en vez de púbico. Sin duda, es un tema que angustia.
* Director de la revista Psyché.