PSICOLOGíA › UBICUA, MAS ALLA DE LA CONCIENCIA
Institución de la ternura
A partir de ideas formuladas por Fernando Ulloa, es posible pensar “ese oscuro objeto”, las instituciones, que inadvertidamente acompañan, forjan y destruyen a cada sujeto desde antes del principio.
Por Cristian Varela *
Fernando Ulloa plantea que el clima de una reunión grupal se desprende de las condiciones físicas en las cuales se desarrolla. Esta afirmación parece evidente y a ningún anfitrión se le escapa a la hora de preparar una recepción, pero es el modo más simple en que se presenta en Ulloa la idea de que existen vinculaciones –que suelen pasar desapercibidas– entre las disposiciones materiales y las disposiciones anímicas.
No sabemos qué línea causal se tiende entre el sentimiento crepuscular a la caída del sol –ese ánimo que nos invade a la hora del angelus– y la inclinación del astro; no es sencillo determinar qué tipo de relación se establece entre las condiciones materiales y los sentimientos subjetivos en cada situación dada. Pero sabemos, por experiencia e intuición, que tales relaciones existen; las tomamos por ciertas porque suelen verificarse en la realidad, aunque las aceptamos como indeterminadas porque no alcanzamos a atribuirles una causalidad más o menos lineal.
Ulloa denomina a este tipo de relaciones como de contagio: sostiene que las instituciones se contagian del objeto del cual se ocupan o, para ser más precisos, de los atributos de ese objeto. Cita el ejemplo de los profesionales de instituciones asistenciales que se pauperizan anímicamente por contaminación con las poblaciones carentes que atienden. Lo mismo es aplicable a las docentes de nivel preescolar que contraen el modismo del diminutivo y lo trasladan al trato con adultos.
Existe además otro contagio, esta vez con el entorno social. A la manera de la idea de Pichon-Rivière según la cual el contexto social se vuelve texto de la reunión grupal, sostiene Ulloa que la institución refleja el entorno dramatizándolo, actuándolo sin conciencia de estar haciéndolo. Este tipo de contagio se comprende sin dificultad porque es evidente que existe una continuidad social entre la institución y su medio, ya que la institución es metáfora de la sociedad, es un campo de condensación de lo social; es otro estado de la misma materia.
Una tercera forma de contagio es con el trabajo, con la herramienta o técnica que se utiliza para realizar la tarea institucional. Se sabe que el modo de producción sobredetermina el modo de relación, que el lazo social está mediatizado por la manera en que los hombres se relacionan con la naturaleza no humana. Aplicado a la institución, esto significa que ahí las relaciones no se dan entre personas, sino entre actores sociales o sujetos institucionales, categorías que están determinadas por lo que la gente hace y por el lugar que en consecuencia ocupa en la institución. Este hacer y este estar tienden a adquirir el estatuto de un ser (“soy instrumentadora, soy supervisor...”) cuando el rol se impone sobre la persona y en tanto la institución coloniza al sujeto. Pero es sobre todo en el ser entre, en la intersubjetividad, donde repercute o se verifica la mediación del instrumento en el lazo social: las relaciones entre docentes difieren de las relaciones entre policías, así como aquellas relaciones entre hombres de a caballo difieren de las actuales entre operarios industriales. Tal como Marx señala respecto de los modos de producción históricos, los sujetos en la institución se vinculan entre sí aferrados imaginariamente a la técnica de la que se valen para trabajar.
Para denominar estos procesos, Ulloa recurre a su noción de contagio, que en mucho se asimila a la identificación freudiana, salvo en el punto en que el objeto del contagio no es un otro sino algo otro. En la medida en que este algo sea el atributo de una persona (su pobreza o carencia), contagio e identificación constituyen un mismo proceso; cuando el objeto de contagio pasa a ser una cosa se trata de un proceso análogo, pero se aproxima más a una lógica de la sobredeterminación material.
Finalmente, hay un cuarto tipo de contagio que responde a una lógica distinta. Ulloa lo expresa diciendo que “la comunidad de una institución dramatiza (...) las características de ese oscuro objeto de trabajo que es una institución”.
Objeto oscuro
Ulloa sabe entender el psicoanálisis como una teoría del “sujeto que es siempre sujeto social”. Aunque no diga expresamente que se es sujeto (social) por mediación de la institución, plantea eso mismo cuando se refiere a la ternura como a una institución. En el maternaje primario las pulsiones del sujeto infantil son inhibidas en sus fines, al tiempo que se verifican como inhibidas las propias pulsiones de la madre. La ternura opera así como lenguaje del cuerpo que funda al sujeto y abre las puertas para la inscripción de las demás instituciones de la cultura.
Todo esto ocurre silenciosamente, sucede como yendo de suyo. Frente al espectáculo de una madre en actitud tierna con su crío, a nadie se le ocurriría señalar: “He ahí una institución”; antes bien se tendería a hablar de instinto materno. Ulloa entiende la ternura como una institución casi instintiva, fácilmente confundible con la naturaleza. En esto consiste el trabajo oscuro de la institución. Su secreto reside en la opacidad de su trabajo: como ocurre con los mitos, ésa es la clave de su eficacia.
La dimensión más cierta de la institución es aquella menos perceptible, la que se oculta bajo la impresión de inmediatez que brindan las acciones humanas cuando se efectúan como si no existiera mediación entre el actor y la acción, entre el sujeto y lo que éste objetiva. La existencia verdadera de la institución no es la que se muestra sino la que se pierde, como se pierde el espesor semántico donde se produce la mitificación; pues quien está en el mito, está en su realidad, sin reconocer distancia alguna entre la realidad en que cree y la realidad que es.
Las instituciones son eficaces en la medida en que son realizadas, actualizadas, por sujetos (sociales) que las efectúan sin conciencia de estar haciéndolo. La oscuridad y la inmediatez se producen porque la subjetividad está instituida, matriciada, por la cultura y por el lenguaje. De manera que, por así decirlo, la institución ingresa en el sujeto en forma inconsciente para luego egresar de igual modo: la conciencia queda aquí de lado. A la vez exterior e interior, la institución tiene un estatuto bifronte, moebiano, es exteriorizada por estar interiorizada y viceversa.
A la vez anterior y posterior, la institución es atemporal, antecede a la conciencia, pues es quien la causa; también la antecede cuando la institución es causada por los sujetos sin que la conciencia lo aperciba; luego, cuando el sujeto se encuentra con las instituciones, lo vive en su conciencia como una secuencia temporal (la escuela después de la familia, el trabajo después de la escuela). Ubicuo y omnisciente, el hecho institucional opera más allá de la conciencia. Se comprende entonces a qué se refiere Ulloa cuando habla de la oscuridad del trabajo de la institución. Por supuesto que nada de lo dicho excluye la posibilidad de que la institución sea causada, producida, por la conciencia lúcida e instituyente de los sujetos. Pero este aspecto no es lo que constituye problema ni convoca a los analistas institucionales.
De manera que, congregada una numerosidad social en función de una tarea, la institución, en lo que tiene de opaca, adviene per se. Ulloa dice que se generan normas espontáneas, lo cual responde al indefectible proceso de institucionalización que se realiza más allá de la conciencia subjetiva y colectiva. Ahora bien, en este punto no hay todavía contagio, sólo realización, sólo generación de un objeto institución; objeto que, a la vez, resulta indiscernible –o al menos difícil de separar– de las subjetividades constituyentes. Pero, en el proceso de institucionalización, el objeto que emerge se separa de la materia constituyente y se transforma en una realidad instituida. El trabajo de la institución es entonces el proceso de institucionalización que opera por sí mismo y cuyo producto es lo instituido.
Ahora, ¿cómo ese producido se vuelca sobre sus productores, contaminándolos? La respuesta está en la ruptura que ocurre cuando, en el proceso de institucionalización, lo instituido se separa como un producto cuya producción se desconoce. Y, un paso más allá, la separación adquiere características de enajenación cuando los sujetos de la institución no se reconocen como productores de lo que se instituye. De esta manera, lo instituido aparece como instituido per se. La situación inversa, no alienante, se ejemplifica bien con la producción artística o literaria, donde el producto material que se separa guarda las huellas de su productor.
* Profesor de psicología institucional en la UBA, en la Universidad de Lanús y en la Universidad París 8. Texto extractado del trabajo “Los pasos de Ulloa”, incluido en el libro Pensando Ulloa, por Beatriz Taber y Carlos Altschul (comp.), ediciones Del Zorzal.