Jueves, 30 de noviembre de 2006 | Hoy
PSICOLOGíA › “DEFICIT DE ATENCION” DE UN NIÑO MUY ATENTO
Por Marta Davidovich *
Una señora pide una entrevista por indicación del psicólogo escolar. Su hijo de siete años ha comenzado el segundo grado de la primaria y no aprende. En las condiciones en que se encuentra, repetirá. Se presentan a la entrevista el padre y la madre y me informan acerca del niño. Tomo nota de la información que me proporcionan y les propongo una cita para el niño y posteriormente una nueva entrevista con ellos.
El informe del psicólogo escolar diagnostica TDA, Trastorno de Déficit de Atención, con las siguientes caracerísticas: “No presta atención. Incurre en errores. No mantiene la atención ni en actividades lúdicas. Parece no escuchar. No cumple las instrucciones. No finaliza las tareas. No se sabe organizar. Está permanentemente distraído. No aprende”.
Con este informe, el pediatra ha indicado medicar con ritalina y consultar a un psicólogo. Los padres se resisten a someter al niño a medicación. Han comprado la ritalina, pero los efectos secundarios indicados en el prospecto los atemorizaron.
A la entrevista siguiente llega el niño con su madre. En la sala de espera me presento al niño y lo hago pasar a la consulta. Me explica que tiene los bolsillos llenos de hojas de árboles que fue recogiendo por el camino, ya que la maestra las pidió para un trabajo a realizar en clase.
En la consulta he dispuesto juguetes y materiales tales como hojas de papel, rotuladores de colores, tijeras, pegamento y plastilina. Al verlos el niño se inclina y comienza a jugar con los cochecitos, para luego ir probando cada uno de los juguetes. Finalmente coge los rotuladores, se da la vuelta y me pregunta: “¿Puedo pintar?”. “Sí, puedes pintar.” Dibuja un árbol sin hojas. Se queda mirando el dibujo y comienza a sacar hojas de sus bolsillos. Se da vuelta con una barra de pegamento en la mano y me pregunta: “¿Puedo pegar?”. “Sí. Puedes pegar.” Pasa la barra de pegamento por donde ha dibujado las ramas del árbol, va seleccionando hojas y las pega. Se queda mirando lo que ha hecho y, señalando con el dedo, me dice: “Pero estas hojas no son de este árbol”.
La entrevista ha durado veinte minutos. Le hago saber que sus padres lo tendrán al tanto de próximas entrevistas. Al día siguiente tengo entrevista con los padres. Les pido que me relaten la historia del nacimiento del niño. La señora mira azorada a su marido. Se han puesto nerviosos. La madre, con voz temblorosa, dice: “Este niño es adoptivo”. “Eso es lo que ha motivado mi pregunta”, les aclaro. “Pero nadie lo sabe –continúa la madre–. Nos organizamos para que una mujer embarazada que no quería tener el niño me lo cediera y para que un obstetra certificara que lo había parido yo.”
“El niño lo sabe”, respondí. Les expliqué que este saber del niño era inconsciente y me lo había trasmitido a través de los dibujos. Les di mi opinión: “El niño se ha hecho cómplice inconsciente. Nadie debe saberlo. El tampoco debe saber. Para no saber, debe no aprender”.
“¿Y esto cómo se soluciona?”, preguntó el padre. “Contándole al niño su verdadera historia”, respondí. Ella se puso a llorar diciendo que no podía hacer eso, que iba a traer problemas, que no se sentía en condiciones de enfrentar la situación. La invité a tener entrevistas individuales para que pudiera entender qué le impedía enfrentar la situación, y también seguir teniendo entrevistas con el niño.
Al cabo de un tiempo, el niño comentó en sesión la historia de su origen, del que había sido informado por sus padres. No manifestó ningún tipo de reacción negativa. Aprobó el primer trimestre y la jefa de estudios notificó a los padres que los obstáculos en el aprendizaje habían sido superados, que el niño había cambiado radicalmente de actitud y que ya no había riesgo de repetición de curso.
* Psicoanalista.
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