Jueves, 30 de noviembre de 2006 | Hoy
PSICOLOGíA › CRITICA A UNA DIFUNDIDA CLASIFICACION PSIQUIATRICA
Por Silvia Fendrik *
DSM-IV son las siglas con las que se designa el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, aprobado por la Asociación Norteamericana de Psiquiatría, en su cuarta edición. El DSM ha escapado al ámbito específico de la psiquiatría y comienza a ocupar otros territorios: escuelas, gabinetes, hospitales, médicos clínicos, juzgados, en distintos países.
Establecer el límite entre normal y anormal mediante el DSM es cada vez más difícil. Los norteamericanos han declarado como “trastorno” la adicción a la computadora, al chat, a la cirugía estética... No lo pueden parar, y en realidad no lo quieren parar, porque es un gran negocio. Si determinada conducta es diagnosticada como trastorno psiquiátrico, los seguros médicos están obligados a cubrir el tratamiento, por lo cual los laboratorios fabricantes de psicofármacos están muy entusiasmados con la ampliación al infinito de los criterios.
El DSM-IV viene a psiquiatrizar la psicopatología de la vida cotidiana: toda conducta más o menos extraña puede ser definida –y medicada– como un “trastorno”. En realidad, el DSM resulta ser una ampliación ad infinitum de lo que todos los padres “normales” esperarían de sus hijos: que sean buenos, cariñosos, adaptados, que aprendan bien sus lecciones, que coman bien. Pero, hay que acotar, esos normales padres pertenecen más bien a la clase media norteamericana: no se trata de los muy pobres, analfabetos, desquiciados ellos mismos; ni siquiera de los muy ricos, también desquiciados por todo tipo de excesos. La referencia implícita, la norma, el promedio no explícito, es la clase media modelo, cuyos hijos no deben ser diferentes de los padres modelizados por el american way of life, el sistema de valores que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos impuso como el único respetable en Occidente.
Por eso, no cualquier conducta va a parar al DSM: sólo aquellas que tienen capacidad de reproducirse y de reproducir los desvíos temidos, o sea, esperados, aquellos que más trastornos nos traen, o sea, los que más nos trastornan. Por ejemplo: las Torres Gemelas. ¿No es esperable que la gente tenga reacciones completamente inesperadas frente a un acontecimiento completamente inesperado (al menos por la gran mayoría de los norteamericanos)? Pero la política de Bush fue crear una paranoia colectiva, homogeneizando lo inesperado a fin de que todo el mundo espere otro 11 de septiembre. El deseo de aislamiento, el terror, la depresión, la abulia, el sinsentido, el oposicionismo, respuestas que podrían ser esperables, se vuelven inesperadas, desviadas, son “trastornos”. Lo que se espera, con esperanza, es que todo el mundo esté paranoico.
Si un niño pierde a sus padres, ¿qué es lo esperable? ¿cuánto tiempo se tolera su duelo? ¿Seis semanas? ¿Seis meses? Los márgenes de tolerancia a lo esperable, antes de que se vuelva inesperado, también forman parte de la manipulación del DSM. Cuanto más se amplían los criterios diagnósticos, más difícil es hacer el diagnóstico preciso, ese que respete la cantidad de signos que el mismo DSM propone para evitar diagnósticos erróneos. Pero no olvidemos la relación tan íntima entre lo que se tolera y la medicación. La medicación se aplica más allá de que el “trastorno” haya encontrado, entre tantos pares de zapatos, la horma justa que la justificara.
* Psicoanalista.
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